12/07/2018 por Marcelo Paz Soldan
Presentación "Ella es una skinhead motorizada" de Iván Gutiérrez

Presentación "Ella es una skinhead motorizada" de Iván Gutiérrez


Presentación “Ella es una skinhead motorizada”
Por: Iván Gutiérrez

(Texto leído en la presentación del libro “Ella es una skinhead motorizada” de Iván Gutiérrez, desarrollado el pasado viernes 3 de diciembre en el Centro Cultural Pedagógico Simon I. Patiño, Cochabamba, 2018)
Hoy se va concretando un proyecto que cuando iniciaba, pensé que sería casi imposible de cumplir, al inicio me refiero cuando comenzaba a escribir las primeras líneas del primer libro. Digo proyecto, porque no pienso la novela que hoy presento como un libro suelto, sino que la pienso a partir de la anterior Los decapitados y de la posterior que se publicará al año Caballos Salvajes.
Siempre existe un fracaso cuando el creador quiere explicar su obra, queda corto, flojo, deshidratado. Es muy común que a la pregunta en la que se concentra toda nuestra fascinación inmortal por eso que hemos leído, y que tenemos como culpable al que lo escribe, en su respuesta nos quedemos con tanta desilusión que en algunos casos perdemos el rumbo que creíamos haber encontrado a partir de eso que podemos llamar literatura. Por eso no voy a hablar de la novela, porque encargo en sus manos la posibilidad de que ella algo tenga que decir y yo con absoluta paciencia, educación y buena onda diré que sí, así es.
Si voy a contarles un poco acerca del proyecto, que llega a concretarse en una publicación, por una pequeña trampa que hago a la editorial. 3600 lee Los decapitados y acepta su publicación; yo me juego las otras cartas y digo que si me interesa ser parte de la editorial, pero si se toman en cuenta el proyecto completo, es decir Ella es una skinhead motorizada y Caballos salvajes. De esa manera consigo que ahora se esté presentando mi novela bajo el rótulo de segunda parte de una trilogía.
La trilogía de Los decapitados es un proyecto que inicio con el ánimo de hacer un tributo a esos seres que encantan por su suciedad, por el ruido disonante que traen encima, por la brutalidad sensible que los compone, por la autenticidad incluso casi patética que los define, por la intensidad más profunda que lo embarga y embriaga, por su rebelde e inconsciente niñez absoluta, por esos seres que antes que espíritu son aire.
Los decapitados escribo en la memoria de algunos a los cuales me negaba a pensarlos. En ese ritmo es una novela de la destrucción para lograr inventar un nuevo motivo para hacer menos hostil las decisiones difíciles. Arturo Borja tiene que morir, debería hacerlo. En esta novela, la pregunta no es quién debe morir, sino por qué la gente se muere, o peor aún por qué decide morir.
Jueves Pity Alvarez mató de cuatro tiros a Cristian Diaz, un vecino de su barrio Zamore en Lugano. Después tiró el arma en una alcantarilla, subió a un auto y se fue. Era él o yo dijo el viernes cuando se entregó a la policía. El periodista argentino Lanata inicia de esa forma, la presentación de una entrevista inédita realizada al vocalista de los intoxicados que casualmente se convierte en la última que tuvo el que disparó esos cuatro tiros. Cuando escuché la noticia el 16 de julio de este año, simplemente me quedé congelado, y días después mientras tomaba una cerveza con un amigo siempre entrañable me decía; es como si fuese una parte de Los decapitados. Después de esa afirmación me cuestioné más sobre la valoración de la primera historia con la segunda que ahora se está publicando. Mi primera valoración es, que el inicio de todo este proyecto era la desesperada deuda por la reflexión del final de estos seres; en su capacidad destructiva para el mundo o autodestructiva que viene dando los mismos resultados. Estos seres geniales, extraterrestres salvajes y heridos, nos enfrentan siempre al final, en su presencia y en lo que hacen, me refiero a mis amigos perdidos, esta año unos cuantos y a los que conozco gracias a lo que han hecho, música, literatura, etc.
Llegar al final más allá de toda construcción en la trama, de todo argumento desarrollándose en el calendario. Siempre tiene algo de salvaje, algo de azaroso y bestial, porque sacude nuestra vibras de la comodidad de transitar por los caminos automáticos que nos llevan hasta el hogar; para situarnos frente a la total oscuridad de la perspectiva. Oscuridad en la que cualquier punto es llegada y partida final; pero también es terror y euforia. Cada paso en la oscuridad contiene el misterio de atropellar un obstáculo lo suficientemente gigante o imprevisible como para no tener seguro el paisaje que sostenga nuestra cabeza al frente; el horizonte pierde su horizontalidad, más bien muta a la verticalidad de encontrar con las manos el punto final de los finales que posibilite que de alguna brecha de la cortina se filtre el cálido y tímido hilo de luz que en la penumbra es más que una hoguera.
Herir la oscuridad es a la vez confiar en el vigor de nuestro ánimo por superar el adiós, la ausencia, la derrota, la amarga despedida de un amor, de una familia, de un amigo, de un enemigo, de un sueño, de un deseo. En el fondo, es el arte de perder, el que nos permite hacer del tiempo un lugar más bonito, más cálido para habitar. La memoria termina despoblándose de sombras y por fin la posibilidad de una versión diferente se instaura en el salto final; solamente importa el cobrar la palabra que hemos dejado hipotecada. En ese balance de cobro la dependencia por la pregunta hacia un lector ajeno, pierde importancia. Entonces ya no importa el qué fuimos para esos ojos, el qué fuimos para esa vida, el qué fuimos para una historia. Más bien es un retorno salvadoramente irresponsable de recuperar aquellas caras que brillaban con los viejos discos de una banda de rock, cuando al conducir la mirada de frente prevalecía más que la de costado.
Porque en el perder, el universo se afina con la más simple de las cosas y se vuelve un juramento, dejando de lado la grandiosidad de la tertulia de los astros. En esa acción, el final perdido, se convierte en un acto de responsabilidad y lealtad más pura hacia las nubes a las que hemos encargado nuestras palabras más volátiles e irresponsables; pero también más firmes y creyentes. No importa que el cielo que nos cubre sea completamente diferente entre tu frente y la mía; lo que importa es que a lo lejos siga sin duda sacudiéndonos las pestañas.
Los finales volátiles, inverosímiles para la realidad son los que irremediablemente, marcan los fundamentos de los principios que nos hacen pensarnos. La generación decapitada, un grupo de poetas ecuatorianos que una vez que decidían morir escribían un poema y se disparaban en la cabeza. Cuando me lo contó un amigo que estaba de intercambio en la facultad, quedé abrumado, me lo contó en el camino a la cancha para jugar fútbol. Durante cuatro o cinco ocasiones, me acerqué y le dije si era verdad; él me miraba contrariado y me preguntaba qué es verdad, si fue mano, si fue fuera de la cancha, si fue gol. Yo solo le volvía a repetir; lo de los poetas esos. Hay una extraña violencia por el amor a eso que decidimos como pasión, en algunos casos es combatido con la técnica, con la obra que permite disciplinarte y encarar un ritmo de vida más normal. En otros casos en lo que me golpearon para dedicarles toda esta trilogía, la obra no es suficiente, sino que la vida misma se convierte en una frontera hostil, en la que llegar a eso bello de la pasión hace daño, enferma. Por eso le dedico esta novela a todos esos seres que nos han dejado un legado a pesar del vértigo.
A pesar de haber dicho que no diría nada de la obra, no pude contenerme. Así que solo me queda decir gracias a todas las personas que han sido un apoyo, una motivación, un consuelo y una salida. Gracias a mi familia, al centro Patiño, a la Jacky por la amista y no solo por la gestión que además es siempre admirable, a la editorial 3600 por la apuesta constante que hacen, al Marcelo por decidir jugar de visitante sin temor a las piedras, al Fabricio por la generosidad de querer decir algo y aún más complejo por su tiempo de haber leído mi trabajo. A mis amigos profes de la U, a mis amigos de las materias que hemos logrado este año en la facultad, a la Andrea mi pequeña genia que presenta su obra en el Teatro Hecho A Mano, a mis amigos de fin de semana y de vez en cuando, a la Niki y el Caio por la apuesta en sus notas de opinión, a la Claudia y al Ulises por la apuesta en sus notas de Los Tiempos, a cada uno de ustedes por darse el tiempo de estar acá y si no he nombrado a alguien pido disculpas y solamente digo gracias.
Fuente: Ecdótica