Presentación de “Los decapitados” y “Ella es una skinhead motorizada”
Por: Iván Gutiérrez
(Texto leído en la presentación de las novelas, “Los decapitados” y “Ella es una skinhead motorizada”, desarrollado en El Mercado, espacio cultural de la ciudad de Sucre, diciembre del 2018)
Antes de empezar a decir algo de mi novela, debo extender un listado de agradecimientos que no es que sean protocolarmente formales, al contrario me resultan corazonadamente necesarios. Debido a que pienso que un libro tiene dos etapas de escritura. Una es la del proceso de creación en la que simplemente se desarrolla por la relación de soledad que el autor puede crear y el acercamiento de amor y odio con los fantasmas de la memoria que tejen tanto las superficies que escribimos mientras trabajamos en un proyecto. Y la otra aunque pareciera paradójica se prepara en el posterior de la escritura, en el reposo, sin importar, ni medir el tiempo que queda guardado el texto. Pero esa etapa se desarrolla por las nuevas cercanías, por las nuevas ausencias, por los inesperados encuentros, por las desilusiones prematuras, por las esperanzadoras llegadas y por los repetidos errores. Me refiero a que una novela si bien se abandona al terminarse de escribir, esta confirma su peso en el tiempo, a partir de sus resistencia a todas esas pequeñas tormentas que van haciendo de nuestro espacio terrícola a veces un volcán.
Los decapitados se terminó de escribir el año 2013 han pasado cuatro años y debo confesar que volví a leerla cuando tuve que revisar la edición que me hizo Miguel Carpio para esta publicación. Pero me sorprendió que como todo proyecto que se escribe; si bien contiene los huesos de fantasmas de calendarios pasados, también de alguna manera invocan y preparan la geografía para los ecos de nuevos mañanas. Porque en el fondo escribir es un acto de olvidar lo que en su mayoría ni siquiera ha pasado y también es proyectar lo que en su mayoría de las veces ni siquiera va pasar. Por lo tanto escribimos porque no queremos que nos olviden y tampoco queremos olvidar. Aunque siempre estemos proyectándonos en el sol que está frente a la carretera y mientras más intentamos acercarnos, parece que más se aleja de nosotros.
Los decapitados, Ella es una skinhead motorizada y Caballos salvajes, son un proyecto literario que tiene como intención hacer un homenaje a todos esos pasajes que me permitieron hacer amar esto de escribir con tanta fuerza que no comprendo, ni entiendo cómo podría sobrellevar mi vida. Obvio que antes está leer, leer como la única consigna de sobrevivencia.
Los decapitados es una novela inspirada en el grupo de poetas ecuatorianos llamados la Generación Decapitada. El primer movimiento modernista que fue encabezado por Arturo Borja. En la novela los decapitados no son poetas; son una banda punk; Arturo Borja es el vocalista. El poeta murió a los veinte años; terminó de escribir el poema que consideraba que sería el último de su vida y se disparó en la cabeza. A él lo siguieron Ángel Silva, Humberto Fierro, Ernesto Noboa. Aunque hay muy poca información sobre ellos a través de una investigación de entrevistas con amigos poetas de Ecuador, descubrí que todos los nombrados siguieron el mismo proceso que Borja.
Cuando supe sobre la historia de esta generación me impacto la intensidad y la furia de encarar una vocación de vida; es cierto que podemos fundamentar un discurso pro vida, o un discurso poético al cómo terminaron cada uno de los hombres que les cuento. Pero lo que me impactó fue la determinación por saber el momento y asumir el error y la virtud de escribir un último poema. Será posible escribir con tal convicción férrea una última página. Será posible poder encarar de esa manera el oficio. Más ahora que estamos construidos en un escenario y refugio de la instantaneidad y de la telaraña de aceptación mediática en la que convivimos con las redes sociales. Los decapitados poetas, y los decapitados banda punk de la novela se diferencian porque los primeros desde los huesos fueron ficción, y los de la novela desde los huesos son realidad.
A ellos se suman Los vengadores; dos motoqueros que organizan peleas clandestinas y son gestores de un movimiento poético underground que patrocina eventos de poesía en medio de los combates que suelen convocar a peleadores retirados de las asociaciones de boxeo o artes marciales por haber aceptado perder en peleas arregladas oficiales. Los vengadores llevan el nombre de Edmundo Camargo y Guillermo Bedregal. Ambos gigantes poetas que terminaron de forma muy temprana su vida.
Los decapitados y los dos libros que posteriormente iré presentando; enfocan la facilidad de la perdida y la necesidad de a veces por un rato más no ser abandonados.
Perdí a un amigo cuando tenía 20 años. Se suicidó, fue encontrado cuatro días después en su cuarto. Si no iba a buscarlo ese día probablemente hubiese pasado más tiempo como una masa de piel sobre una cama. Cuando abrimos el cuarto vomite inmediatamente y no fui al entierro ni al velorio, tampoco pude hacer la llamada para avisar a sus padres, ellos vivían en La Paz y tuve que pedirle a una amiga que les avisará, no tenía el coraje. El cuarto, era pequeño; una sola pieza y un baño. Había por lo menos cuarenta libros en el suelo; más de la mitad los habíamos robado de librerías y de la biblioteca del instituto Luis Espinal, lugar donde inicie mi carrera de filosofía, lanzaba los libros desde el décimo piso a la calle Oruro y mi amigo los recogía y se los llevaba para su cuarto. También había recipientes con restos de comida de muchos días atrás, vasos con agua llenos de ceniceros y botellas de vino en el suelo. En la ducha que estaba casi encima del inodoro había una mancha de humedad tan grande que daba el aspecto que toda la habitación empezaba a podrirse. Su cepillo de dientes, era blanco con naranja y tenía pasta dental seca, probablemente pensaba cepillarse antes de pasar lo que pasó. El resto de detalles no los recuerdo, como si nunca hubiese estado presente. En mucho tiempo no hable de él, continué mi vida como si nunca hubiese existido. En lo único que pude refugiarme fue en el amor que le teníamos a la banda punk argentina Flema. Escuchado tantas veces el disco que ambos quemamos y que tuvimos que copiarlo siete veces desde la primera vez que lo conseguimos.
Conseguimos el disco Caretofobia de Flema cuando teníamos 14 años y vivíamos en La Paz. Nos lo pasó una amiga que tocaba el bajo y de la que me enamoré perdidamente de ella, aunque nunca tuve el valor de contarle algo. Usaba todo el tiempo un canguro de la banda ataque 77, su banda favorita era los Sex Pistols. Me vine a vivir a Cochabamba, volví a La Paz un par de veces, en uno de esos viajes tocamos juntos en un concierto improvisado, tocamos ella, el amigo que perdí y yo; tocamos casi todo el disco de Flema. Tomamos cervezas y nos dimos un beso. Retorné, y a las dos semanas falleció, nunca supe con claridad los motivos, tengo dos mails de ella, los transcribí en un cuaderno, no he vuelto a abrirlo desde entonces. También por mucho tiempo evité volver a La Paz por ese motivo.
Los decapitados es una novela que se la encomiendo principalmente a esas dos personas, en el fondo creo que fueron escritas por ellas. Después de tanto tiempo y de volver una y otra vez a esos dos últimos lugares tantas veces que a veces creo que ni siquiera existieron. Por eso escribo para no tomármelo en serio; pero sabiendo que es de vida o muerte. Esta novela y todo el proyecto es un intento de comprender si en verdad, de alguna manera, así como los recuerdo tocando en ese escenario, el momento que tuvo que ser sintieron que escribieron el último poema y aún más ansiedad me causa, creer que parte de ese último poema incluyó alguna canción de aquel disco que tanto habíamos escuchado.
Agradezco a mis papás, a mis hermanos, a mis amigos, a cada una de las personas de la editorial 3600 y de todas las otras editoriales en las que he presentado mis anteriores libros, a cada uno de mis docentes de la universidad, en especial a mi profesor Juan Araos, a cada uno de mis amigos del bar, del billar, del café, del kick boxing, del colegio, de la calle y de las personas que generosamente entregan su tiempo a leer alguna cosa que he escrito, a mi actriz que en este momento seguro está brillando en alguna luz, a mis gauchos Fran y Agus, a mi adorado amigo Betito, que sin su mano en el disco nunca se hubiese podido conseguir grabarlo, Al Marcel y al Willy por la confianza total en el proyecto, Al Cris y a la Mari por seguir dándome esquina en la Lengua Popular a pesar de todos los desertores.
No me queda más que decirles que disfruten la novela. Salud.
Fuente: Ecdótica