Postales a Copacabana, literatura y cine de Bolivia al mundo
Por:Martín Zelaya Sánchez
Se considera a sí misma como alemana, brasileña y boliviana, los países donde nació, creció y al que ama y adoptó por lazos familiares, respectivamente. Es la autora de Postales a Copacabana, una novela ambientada en el pueblo paceño que tuvo excelentes críticas en Europa. Conozca la historia de Stefanie Kremser, su relación con el país y los detalles de su obra.
La sensación de que la sencillez y la ligereza más que limitaciones son virtudes; la certeza de que se necesitan ojos foráneos para apreciar la real belleza de lo que tenemos en casa y, sobre todo, el buen sabor de boca de una fina estética y buen gusto.
Así sale uno del cine después de ver Escríbeme postales a Copacabana y gran parte de esta “culpa” la tiene Stefanie Kremser, la autora de la novela original y de la adaptación del guión.
Esta nueva película boliviano-alemana —que aún se exhibe en los cines del país— narra una historia tan fantástica y real a la vez que retrata cabalmente un panorama específico —no por nada dicen que la ficción supera y mejora a la realidad—, en este caso, la vida de tres mujeres bolivianas de diferentes generaciones.
En los apoyos a esta nota se leen dos posturas que evalúan el filme y dan detalles de su trama; acá interesa centrarnos en la figura de la creadora de la historia, una autora nacida en Alemania, criada en Brasil, enamorada de Bolivia, de donde proviene su familia paterna, y que con esta obra inspirada en la historia de sus abuelos y en la magia del lago Titicaca logró importantes críticas literarias, y dio pie a una producción cinematográfica que actualmente cosecha éxitos en Europa.
Stefanie cuenta —desde Barcelona, España, donde reside— que “adora Cochabamba”, que ama profundamente a Bolivia y que no ve la hora de que su novela sea traducida y publicada en castellano.
—¿Cómo llegaste a escribir una novela sobre Copacabana, el lago Titicaca?, ¿cuál es tu acercamiento a Bolivia?
—Mi familia paterna es de Bolivia —originalmente del Beni, pero se instalaron en Cochabamba en los años 40—. La conozco desde mi infancia y adoro Cochabamba, pero necesitaba de un pueblo a las orillas de un lago para mi historia. Y no hay un lago más lindo que el Titicaca. Así que ubiqué la trama boliviana de la novela —que es la principal— en Copacabana.
—¿Toda la trama es ficción o tiene algún sustento en la realidad… algunos de los personajes alemanes o bolivianos existen?
—Mi abuelo era de Múnich, emigró a Bolivia en los años 30. Falleció cuando yo tenía 10 años y tengo escasos recuerdos de él, pero mi abuela siempre me contaba historias realmente fantásticas sobre su llegada a Sudamérica y sobre sus aventuras en la selva.
Un día empecé a apuntarlas y me di cuenta de que mi abuela iba inventando nuevas versiones de la historia. Así nació la idea de crear un personaje mítico, un hombre irreal que vino de la lejanía de forma imposible, y también a su viuda como dueña de unos recuerdos hechos magia y maravilla por el paso del tiempo.
Los demás personajes no tienen una inspiración tan concreta. Hacer de Rosa (madre de Alfonsina) una azafata y viuda de piloto fue una especie de homenaje a varios amigos de mis abuelos que efectivamente trabajaron en la aviación. De niña esperábamos aterrizar a esos pilotos del Lloyd en el aeropuerto de Congonhas, en Sao Paulo, pues nos llevaban cartas y regalos de los abuelos.
—Cuéntanos detalles de la publicación en Alemania.
—La novela se publicó en 2000 por la editorial Piper. Era interesante ver cómo mis editores no sabían si presentarme como una extranjera que escribe en alemán o una alemana que viene de Sudamérica. Una confusión. Lo viví con los nervios y la ilusión de una auténtica debutante: hice mi primera entrevista para la radio en la feria del libro de Frankfurt, una entre miles de autores, muchos de ellos famosísimos.
No fue un best-seller, pero tuve la suerte de obtener algunas críticas muy buenas. Lo mejor de todo fue el contacto con los lectores, pues en Alemania los escritores leen en bibliotecas o librerías; el público hasta paga entrada para escucharte, es atento, hace preguntas y comentarios… Fue espléndido. Lo lindo además fue la confirmación de que la novela contaba una historia universal, una fábula que —a pesar de estar situada en Bolivia— se puede entender y apreciar en Alemania.
—¿Pensaste en traducirla y publicarla en español?
—Me encantaría, pero eso depende del interés de los editores. En España el libro ha sido publicado en catalán por Club Editor. Cataluña tiene una enorme tradición literaria, me sentí muy orgullosa, y leer el libro en una lengua romántica fue una delicia.
Hay que saber que se trata de mi primer texto en alemán. Mis primeros pasos narrativos fueron todos en portugués, y esta historia surgió en mi cabeza en portugués. Así que con el catalán ya me acerqué un poquito al origen. Pero tenerla traducida al español sería maravilloso, mejor si fuera en Bolivia.
—¿Cómo fue el proceso de adaptar tu novela al guión para la película. Escribiste la obra pensando en que podía llevarse al cine?
—Curiosamente empecé a inventar esta trama justamente para una película. Entonces —1997— la televisión bávara (coproductora de Escríbeme…) me dijo que era demasiado fantástica para realizarla. ¡Imposible! ¡Una historia tan surrealista! Pero la idea gustó y me animaron a no enterrarla. Así que decidí desarrollarla de forma literaria, lo que además me dio más libertad como narradora, sin tener que obedecer las reglas dramáticas del cine, mucho más limitadas.
Después de la publicación de la novela, el canal retomó el interés. Tenía ahora una historia más elaborada y madura, pero tardó cuatro años hasta encontrar productores independientes que se animaran a adaptarla al cine. En Alemania hay muchas dificultades para conseguir subvenciones cinematográficas para filmar fuera del país.
—El lenguaje cinematográfico es mucho más concreto que el literario. ¿Qué diferencias hay entre la novela y el guión en cuanto a la trama, los personajes y el estilo narrativo?
—La verdad es que son muchas. Primero, en cuanto al contenido, el viaje de Alois empieza en 1927, todo es más modesto, y Copacabana todavía es una belleza adormecida. La historia de Alois y Elena es larga y completa, desde su primer encuentro hasta la muerte, y les acompaña a viajes hacia lugares remotos, adonde él va como vendedor de aspirinas.
Luego existen muchos más personajes y situaciones, en fin, detalles y tramas secundarias que enriquecen la novela, pero que en un guión tienen que ser eliminados por una simple cuestión de tiempo narrativo. Se quitan dimensiones de un personaje porque no hay espacio para enseñar sus facetas, de tres personajes se hacen dos… Puedo decir que hay que simplificar y recortar mucho, conservando sólo la línea narrativa más esencial.
Hay que concentrarse en lo principal y así como que la historia se desnuda un poco. Confieso que es un proceso doloroso porque yo fui la escritora y la guionista, y tuve que aprender a despedirme de muchas cosas importantes.
—¿Cuál fue tu participación durante la filmación?
—Infelizmente no pude acompañar el rodaje. Sólo estuve dos días en La Paz para hacer los últimos ajustes en el guión, junto con el director Thomas Kronthaler.
Eso fue casi dos meses antes de que empezaran a filmar, pero tuve la suerte de conocer a Paolo Agazzi y ver algunas fotos y pruebas en video de los actores. Quedé impactada al ver quiénes eran los que regalarían su rostro y su alma a mis personajes.
—¿Viste ya la película, quedaste conforme con el resultado?
—Sí, la vi en Múnich y me emocioné en muchos momentos. Adoré a los actores, a todos. Agar Delos, Carla Ortiz, Salvador del Solar, las dos niñas tan maravillosas y tantos, tantos secundarios con visibles ganas de ser parte importante. Me impresionó el esfuerzo que hizo Thomas, quien nunca antes había estado en Bolivia, y pienso que era el director perfecto: un bávaro que descubre, deslumbrado, este país, tal como los personajes de Alois y Daniel.
Es interesante, creo que eso les sucede a todos los guionistas: durante años no tienes nada más que tus propias imágenes en la cabeza, y de repente ves la proyección de imágenes de otra persona, son la visión del director, el arte del cámara, el esfuerzo y el talento de todo un equipo.
Tus personajes tienen una voz, un estilo, son de carne y hueso. Me fascina esa lenta transformación de la idea hacia algo concreto, es bonito que sea un trabajo de equipo.
—¿Qué sabes de su exhibición en Alemania, tiene buena respuesta de la crítica y los cinéfilos?
—Sé que todavía está en los cines, se mostró en muchas ciudades alemanas, y en Berlín ya está en la séptima semana. Recibí varios correos electrónicos de cinéfilos, de compatriotas bolivianos, de compatriotas alemanes, de compatriotas brasileños… He leído muchas críticas bonitas, algunas hasta entusiastas.
Los que aceptaron que la película es una fábula y no es un retrato de la realidad boliviana, es decir, los que se dejaron llevar por ese juego con la magia y las emociones, han reaccionado muy, pero muy bien.
—Y para terminar, volvamos un poco al inicio. ¿Qué conoces de Bolivia, su cultura, su arte, literatura y cine… qué ciudades y lugares conoces, cuándo volverás…?
—Debo confesar que conozco muy poco de la cultura contemporánea boliviana; me gusta mucho su música, las melodías tradicionales, Los Kjarkas, con los que tomé clases de charango a los 14 años; Savia Andina, las bandas orientales, la gran Gladys Moreno…
Infelizmente desconozco a grupos jóvenes, en general no estoy al día de la cultura actual, moderna, lo que es una pena. Ya que vivo tan lejos, dependo infelizmente de lo que Bolivia logra exportar (por ejemplo el escritor Edmundo Paz Soldán y el director Paolo Agazzi); aun siendo poco, lo aprecio mucho. ¡Pero todavía hay tiempo para recuperar todo eso!
Espero ansiosa volver a Bolivia el año que viene. Mi marido todavía no conoce ni Brasil ni Bolivia, y le quiero enseñar esos dos países que considero mi casa. Para mí el lugar más familiar en Bolivia es Cochabamba, pero también ya estuve en Santa Cruz, La Paz, en los Yungas y en Beni… viajes que hice desde que tengo siete años a un país al que realmente amo.
Un universo de sincretismos
Por: Fernando Mirabal
La película Escríbeme postales a Copacabana es una coproducción germano-boliviana dirigida por el alemán Thomas Kronthaler y coproducida por el ítalo-boliviano Paolo Agazzi, con un guión basado en la novela homónima de Stefanie Kremser.
La trama se inicia con un joven bávaro, Alois (Florian Brückner/joven), que emprende un inusual viaje caminando sumergido en un lago cerca de Múnich para luego emerger en las orillas del lago Titicaca. Realismo mágico puro. En Copacabana conoce a Elena, una hermosa cholita con la que explora el mundo andino y termina formando una familia.
El único hijo de esta pareja muere en un accidente aéreo dejando viuda a Rosa (Carla Ortiz), su bella esposa, que trabaja de azafata; el joven también deja huérfana a su hija Alfonsina (la actriz catalana Julia Hernández), quien por su frescura y belleza termina robándose la película. A la muerte de Alois (Luis Bredow/viejo), las tres mujeres se quedan solas y el filme muestra el sincretismo entre tres mundos, tres mujeres de diferentes generaciones, cada una buscando su destino.
Se ve cómo en Bolivia conviven dos cosmovisiones: la occidental y la andina, que conforman una idiosincrasia muy particular. Y esto se nota, por ejemplo, cuando una de las mujeres le rinde culto al Ekeko, el dios de la abundancia; o cuando otra se compra la imagen de un santo y la hace “milluchar” con un yatiri; o la típica ch’alla/bendición de automóviles, o la ofrenda a la Pachamama antes de beber un vaso de licor.
El nombre de la película se debe a que Alfonsina y su amiga Tere (Camila Guzmán) coleccionan postales de todas partes del mundo, y para ello le piden a cualquier turista que se las envíen, lo que no hace más que alimentar el ansia de las chicas de vivir sus propias experiencias y conocer otros mundos, las mismas inquietudes que trajeron a Alois desde Múnich.
La película es de elevado nivel técnico: fotografía, iluminación, locaciones y actuaciones, aunque la música parece tener cierta influencia peruana. Es una historia sencilla en su narrativa pero logra transmitir sentimientos, emociones, pasiones, anhelos, infortunios y esperanzas.
El gran protagonista, con su majestuosa y mágica belleza, es el lago Titicaca, que con la cordillera de los Andes forma asombrosos paisajes bucólicos. A pesar de ser una producción alemana, es una película para creer que en Bolivia se puede hacer buen cine, y que la coproducción es uno de los caminos.
Acerca de Postales a Copacabana
Por: Alejandro Pereyra-Doria Medina
Pocas veces se ve a un director extranjero tan influido, no por lo que ve, sino por el modo de hacer de quienes habitan el lugar donde filma. Escríbeme postales a Copacabana, que tiene a su favor muchos elementos parciales como la fotografía (pero, díganme, ¿es realmente la fotografía —en cine— un elogio que haga alguna diferencia? Sería como en música hablar de la levita del director), el montaje y uno que otro movimiento de cámara, abunda en lugares comunes del “encanto cinematográfico” y en otros más específicos de un estilo de cine nacional cuya vigencia sorprende.
Dentro de este último se encuentran: situaciones y personajes típicos (un pueblecito encantador, unas viejecitas gruñonas y en el papel del orfebre: Jorge Ortiz); la ya expuesta —hasta el hartazgo— relación con la divinidad entre devota y pagana (¿hasta cuándo? Está bien que seamos unos supersticiosos que aún no pasamos debajo de la escalera ni dejamos de poner cabeza abajo un santo, pero eso ya se dijo en los 60), y sobre todo las cuestionables actuaciones que se debaten entre el énfasis parcial de la telenovela brasileña y una gran ingenuidad a la que no ayudaron los raccords.
Incluso la naturalidad, supuestamente lo más preciado en cine, resulta falsa si no está trabajada con base en algo más (a la vida del personaje): si la protagonista es “niña buena con sueños de mundo atrapada en pueblito” y su amiga “compañera fiel, aunque inclinada al mal camino”. ¿No estamos jugando sobre moldes prefabricados de la adolescencia? La naturalidad en Postales… es lavada, postiza, se le quita todo lo chocante, se deja todo lo neutro: al turista se le permite hablar como turista, mientras los bolivianos hablan de Tú y en lugar de decir andá-a-traé, que es boliviano, dicen: tráeme, que es del diccionario. Por estos motivos se hará bien en atribuir esta película no tanto a su director alemán como a su productor, Paolo Agazzi.
Entre esos lugares comunes la película es absorbida y poco queda por decir. El hecho de que la historia sea como mágica disculpa —aunque no del todo—, algunos baches del guión, como el mostrar a una azafata que, pese a ser codiciosa y práctica, vive a cuatro horas del aeropuerto y no toma la cómoda decisión de mudarse a La Paz. O la inexplicable ausencia del turista a la cena preparada por su joven enamorada.
Es verdad que Postales… es una muy esmerada producción y que logra momentos cinegéticos un poquito prestados del cine—como la exultante bajada en bici estilo Amelié, o el paso entre lagos que recuerda al Underground de Kusturica y a L’atalante de Vigo— y sazonados con el color local azul ultramarino del lago.
Pero, en justicia, este tipo de historias encantadoras ya están muy vistas, y más que acercarnos a una vitalidad prodigiosa nos traen a la memoria un demasiado caduco realismo mágico que de sólo escribirlo da cosas. Esperemos que futuras coproducciones traigan un progreso narrativo —ya que no expresivo— a nuestra cinematografía. Un progreso en el que las bonitas luces no quieran valer por sí mismas.
* Productor y realizador audiovisual
Vida y obra
Stefanie Kremser (1967). Alemana, hija de madre alemana y padre boliviano. Vivió desde los siete hasta los 20 años en Sao Paulo, Brasil. Durante las vacaciones iba a menudo a visitar a sus abuelos en Cochabamba, y cada dos años viajaba a Alemania para visitar a su familia materna.
Estudió cine documental en la Universidad de Televisión y Cine de Múnich. Trabajó como directora de documentales en Alemania, Italia y Brasil; sus películas fueron invitadas a varios festivales internacionales.
Hizo reportajes culturales para la televisión alemana, fue asistente de dirección en producciones cinematográficas en España y Brasil y trabajó como profesora de historia del documental y de dramaturgia en la escuela de televisión de Baviera.
En 2000 publicó su primera novela, Postal de Copacabana. Ha escrito el guión de cuatro tv-movies alemanas. Se estrenó en el cine con el guión de Escríbeme postales a Copacabana. Actualmente está escribiendo una nueva novela y una nueva película. Está casada con el escritor Jordi Puntí y vive desde hace seis años en Barcelona, España.
Fuente: La Prensa