Poesía. La obra de Blanca más allá de las fronteras
Por: Paura Rodriguez Leytón
Tratar de encontrar un libro de un poeta boliviano en las librerías o ferias del extranjero, generalmente suele ser una tarea frustrante, porque ocurre con frecuencia que nuestros títulos no están en los catálogos de oferta fuera del país.
Por lo menos, esa fue mi experiencia en las clásicas librerías de Corrientes en Buenos Aires, en la surtidísima Virrey de Lima y en la legendaria Gandhi de México.
Por eso, cuando en noviembre de 2012 visité la Feria Internacional del Libro en El Zócalo, en el Distrito Federal, preferí no hacerme ilusiones. La gran cantidad de libros para el público era abrumadora y volví a buscar algún título boliviano, ya no de poesía, sino de cualquier otro género y no, tampoco había señal de nuestra literatura.
Ya me había resignado una vez más a no hallar nada, pero al final del recorrido, encontré El festín de la flama, la antología poética de la obra de Blanca Wiethüchter, recogida por el poeta cubano que vive en España, Rodolfo Häsler.
Un descubrimiento
No pude contener la alegría, antes de estallar en regocijo preferí cerciorarme, pues podía tratarse de un triste error. Sí, era un título de la colección Azor, de La Cabra Ediciones.
Tomé el ejemplar, lo abracé, lo mostré con orgullo a mis amigos. Es una poeta boliviana les dije, haciendo alarde del descubrimiento. No era para menos.
Las formas en que se encuentran los libros no son casuales y escribo esto pensando en el historiador Josep Barnadas que en Una biblioteca singular relata los más extraños caminos que lo condujeron a los libros que buscó durante años. Aunque yo no buscaba un título de Blanca, lo hallé como un signo de que hay más de una acción para mostrar con orgullo lo que escribimos.
Volviendo a Barnadas, recurro a su clasificación de libros: los que son para saber y los que son para vivir. De hecho, el que encontré en El Zócalo es uno de aquellos para vivir, pues a partir de él, se abrió un camino insospechado.
Primero, que me acercó a la producción de Wiethüchter de una manera completa, pues hasta entonces solo había podido conocer su trabajo fragmentariamente, por diversos motivos, entre ellos la poca llegada de sus libros al interior del país.
Segundo, de alguna manera fue la llave para un puente de amistad que recién casi un año después vislumbraría. Tuvieron que suceder algunos viajes y algunos encuentros. Como el que tuve con la poeta venezolana Edda Armas en Lima. Ella, se llevó mi libro Como monedas viejas sobre la tierra y comentó de su existencia a su amigo Rodolfo Häsler. Bastó un correo electrónico para comunicarnos. Rodolfo es un gran lector de poesía y un entusiasta estudioso de la que se escribe en Bolivia. En el prólogo de la antología cuenta cómo conoció a Blanca en un festival de poesía en Bogotá, en 2001. “Escucharla fue una revelación”, apunta. Al referirse a la obra de Blanca, cuenta que cuando supo de su muerte, en 2004, decidió que debía reunir su obra.
Entre los grandes
El antólogo constató que más allá de las fronteras, la poesía boliviana es poco conocida, y no dudó en abrir una ventana con horizonte, pues puso la obra de una representativa poeta boliviana en la misma colección que publicó a Antonio Cisneros, Juan Gelman, Alfredo Fressia, Omar Lara, Jotamario Arbeláez, entre otros grandes poetas latinoamericanos. Lo hizo bajo el sello mexicano de La Cabra con la complicidad de la editora María Luisa Martínez Passarge.
BLANCA WIETHUCHTER
LAPAZ (1947)-COCHABAMBA (2004)
ESTUDIÓ LETRAS EN LA UMSA FUE DOCENTE UNIVERSITARIA ENTRE SUS OBRAS PUBLICADAS: Asistir al tiempo (con prólogo de Jaime Sáenz, 1975); Travesía (1978); Noviembre 79 (1979); Madera viva y árbol difundo (1982); Territorial (1983); En los negros labios encantados (1989); El rigor de la llama (1994). Fue coautora de Hacia una historia crítica de la literatura boliviana. Su poemario El verde no es un color (1992) generó polémica en Santa Cruz.
Fuente: Brújula