Poesía Amazónica
Por: Ramón Rocha Monroy
El inolvidable Augusto Céspedes escribió con sorna sobre un literato boliviano por ejercer la “crítica aduanera”, un sesgo frecuente en los programas de estímulo a la lectura. Me imagino que es como ser guardia aduanero, detener una flota e investigar cuántos pasajeros lleva, de qué edades y condiciones y a quién corresponde la carga del buzón. Los informes de lectura se parecen a eso, porque tienden a analizar hasta el asco y diseccionar una obra sin haber apreciado sus ritmos secretos, sus rumores, sus simetrías, sus apelaciones e influencias; en suma, ese río rumoroso que es toda buena obra literaria.
Tengo entre manos el libro “Los tres cielos. Antología de la Poesía Amazónica de Bolivia”, de Homero Carvalho Oliva (Ed. 3600-Gente Común, 2013) y lo primero que veo es el índice, y más aún, la pequeña biografía de cada autor, y la advertencia de que se trata de 50 pasajeros que van en un bus amazónico, cuyas edades podemos dividir entre tres, incluso entre cuatro generaciones: los nacidos en los años 50, 60, 70 y 80. Entre ellos encuentro voces amigas, varones y mujeres muy queridos que habitan la Amazonía o escriben sobre ella, y tienen en común decir y nombrar el agua, ya sea en los ríos inmensos que corren por el campo, o en esos ríos urbanos, hechos de calles y avenidas, pero sobre todo de gente con un emprendimiento, un problema, una urgencia o nada que hacer en el corazón y en la mente.
Me asombro tanto como el antologador al descubrir, él desde adentro, yo desde afuera, que hay una poesía amazónica, y que la cifra que la nombra es el agua, quizá la raíz de todo ejercicio literario, de la vida misma, donde todo fluye y pasa y no se repite y dura lo que una onda entre las aguas rumorosas. Los conceptos no son míos, son de mi viejo amigo Homero, el antologador amazónico y universal, que oye los maravillosos mitos y leyendas de casi treinta pueblos indígenas de la región, pero también las voces de las nuevas generaciones, atentas a los ríos urbanos que son en cierta medida rurales pero avasalladoramente modernos, y por eso hablan del mundo interior, del cuerpo, del amor, de los sueños, en un registro pleno de alardes, invenciones y búsquedas estéticas para nombrar las cosas que los abuelos poetas ni sospechaban que existieran. Y lo hace no solo prestando oído al rumor cálido de la vida sino contra la anticultura del narcotráfico, que quiere apoderarse del paisaje y de la gente y destruir ambos con su sed de riqueza depredadora y destructiva.
Haber entendido que existe ese elemento común, ese elemento-imagen en esos hombres y mujeres de palabras es un mérito enorme para Homero Carvalho, pues con él está consiguiendo situarse en el mundo, saber qué es, a qué movimiento pertenece y qué cosmovisión lo conmueve, cosa nada fácil para los poetas especialmente urbanos de todos los tiempos. Porque es relativamente fácil adscribirse al modernismo, al surrealismo, al concretismo, al ultraísmo, al posmodernismo y morir en el intento; en cambio, qué difícil es lo otro, que es una apuesta de vida y una huella que no desemboca en el olvido.
Esta antología sella el esfuerzo de varias generaciones de poetas del Oriente boliviano (Shimose), que pugnó y seguirá pugnando por hacer oír su voz en un mundo plagado por voces andinas, cultura andina, bandas de música andinas, morenada andina, ritos andinos, excesos que, como la papa transgénica, no permiten la existencia de las especies domésticas: el carnaval, el taquirari, la chobena, la cueca, el huayño, el chuntunqui, el bailecito, la poesía empobrecida que antes podías encontrar en las fiestas populares. Así del viejo Ambrosio García, del entrañable Roger Becerra, del recordado Raúl Otero Reiche, de Pedro Shimose, Premio Nacional de Cultura, de Nicomedes Suárez, del viejo amigo Ruber Carvalho llegamos a nuestros días con la vigorosa aparición de nuevos poetas varones y mujeres, a quienes la antología les da una identidad vasta y única en el mundo: su condición amazónica que trasciende nuestras fronteras.
Homero encuentra ríos y cauces nuevos, cuánto más para un observador externo, como este humilde servidor, que ama y respeta una tierra vasta, un lenguaje innombrable, un humor y una gracia amazónica que lo asombran. Pero acaso el mérito mayor de Homero sea considerar los cuatro poemas representativos de cada poeta antologado como puentes para llegar a su obra y conocerlos con interés, curiosidad y cariño.
Fuente: Los Tiempos