Árbol
Por: Nicomedes Suárez Araúz
A Jesús Urzagasti y Pedro Shimose, amantes de los bosques
Se mezcla masa de pan
y agua hasta que sea
una masa mas o menos blanda.
Cuando está pronta
se agarra un gajo duro de un relámpago
que se sea resistente
y en bonita forma
y se lo va paralizando,
echándole la masa con una cuchara,
con la misma que se ha mezclado
el pan de cada día.
Después el gajo se coloca
sobre un gran bollo de masa
cuidando de que no asiente
porque los árboles,
los chimane lo saben,
nacen también del cielo.
La masa está pronta,
cuando echándole agua
ya no la absorbe.
Tiene que llevar formas
Irregulares con sobresalientes,
así como Iquitos, Leticia, Riberalta,
Manaus o Belém
se elevan en la selva
sobre el nivel de las aguas.
Después que se baña el gajo
Íntegramente, se coloca
al sol y entre lianas de lluvia
por doce mil años.
Entonces se le añaden,
poco a poco, la corteza
de los pueblos circundantes,
lanchas llenas de caucho y sangre,
y esta mezcla se usa
inmediatamente porque seca
muy rápido
y una vez que está dura
ya no se puede usar más.
Para eso los ciclos
se añaden rápidamente:
uno de chinchona, pequeño,
otro de caucho, grande,
uno de esmeraldas,
otro de pepitas de oro,
uno de pulpa maderera,
otro de petróleo.
Conforme se va secando todo
se va cubriendo con masa
las ramas, añadiendo
nuevos retoños de años,
siempre formando sobresalientes.
No olvidar de añadir
las tribus, las mayores y las menores,
una de Xingus, otra de Huitotes,
una de Muras, otra de Sirionós
una de Campas otra de Wuaris…
Mejor si se mezclan
en el yeso blanco de los jesuitas
para darles pureza
y poder armar las ramas bien
con alambre fino.
Una vez el árbol,
con sus miles de venas pluviales,
con sus tribus verdes,
con sus idiomas, aromáticos
en la primavera,
resecos en el invierno,
está armado,
encima se puede pasar
con algodón cualquiera
la pintura dorada en polvo
obscureciendo la piel
o aclarando como uno desee.
Cuando la pintura esté bien seca
por acción del sol diario
se le pasa barniz copal,
que se ha mezclado
con purpurina oro
dándole la tonalidad
que uno desee, pero nunca
debe quedar blanco.
Luego con un pincel ardiente se va cubriendo
todo con una llamita y otra
y otra, tapando todo agujerito que tenga,
incendiándolo, como una ofrenda al cielo,
desde donde el árbol nació.
Fuente: SUAREZ, Araúz Nicomedes “Recetario amázonico de Dios” Editorial 3600