Por Virginia Ayllón
Una lectura –de las muchas posibles– de la obra de Arturo Borda e Hilda Mundy nos permitió advertir rasgos de una probable “textualidad anarquista”, comprendiendo por esta, ciertos elementos que relacionan, por ejemplo, la extrema libertad con la voluntad de desaparición, atributos encarnados, por supuesto, en el lenguaje, en el texto. En el caso de las propuestas literarias de Arturo Borda o Hilda Mundy esta significación se presenta casi a flor de piel, en tanto en la poesía de Humberto Quino –motivo de esta breve disquisición– la armazón del verso es formalmente estricta, casi críptica.
Dos hechos me habilitan a ubicar probables elementos de esa también potencial “textualidad anarquista” en la obra de Quino. El primero es que en múltiples ocasiones el autor Humberto Quino ha manifestado públicamente su adscripción al anarquismo, manifestación acompañada de su participación en actividades contraculturales, a veces tenidas por anarquistas.
Por ejemplo, así como defiende la piratería del libro, participó en las ferias independientes del libro como la contraferia del libro, de inicios de este siglo. También formó parte de la Comuna Arturo Borda junto con Julio Barriga, Eduardo Nogales y otros escritores y colaboró activamente con la editorial Yerba Mala Cartonera de la ciudad de El Alto, entre otros.
Pero, así como Quino se autodefine como anarquista, no participa en los “actos” instituidos como anarquistas, como marchas y similares. Más bien la práctica anarquista de Quino se asimilaría a la versión del anarquismo individualista, en la lógica de Max Stirner, pero en el caso de Quino se lee sobretodo una inspiración en la obra y vida del rumano Emile Ciorán.
Es decir, si el pez –o el viejo perro, acudiendo a una figura metafórica muy cara en el verso de Quino– muere por la boca y la boca de Quino se autodefine a veces como anarquista, ello nos faculta a preguntarnos si esto se transmite en su obra y cómo lo haría. Este peligroso ejercicio, sin embargo, no tendría que ser maniqueo, como bien alertó el poeta Juan Carlos Ramiro Quiroga en ocasión de su lectura de Suma poética (2002), la antología que reúne textos de Quino publicados desde 1978. En ese texto Ramiro Quiroga bien indicaba que calificar los textos poéticos de Humberto Quino “con el término maniqueo de contraliteratura” sería “expulsar (…) uno de los trabajos más empeñosos de nuestra literatura”.
Pero más que el riesgo de echarlo de la “literatura boliviana”, lo que puede suponer un ejercicio tal es el de reducir su poesía a unos cuantos y toscos signos. Por el contrario, no hacerlo puede dejar en la sombra una eventual cifra de su producción.
Sea cual fuere el caso, el segundo hecho que ha motivado este tipo de lectura de la poesía de Quino es que la primera vez que este poeta fue relacionado con el anarquismo ocurrió de la pluma del crítico Luis H. Antezana, en un texto de revisión de la literatura boliviana de fines del siglo XX.
En ese texto, Antezana ubica a Quino entre los escritores que se unieron bajo el manto de la bohemia del bar paceño El Averno, entre los que destacaban, además de Quino, Jorge Campero y Germán Montaño. En conjunto, este grupo –cuya obra fue antologada en Fosa común (1985) y Siesta nacional (1992)–, conformó lo que Antezana llama un “urbanismo marginal” del que se desprendieron las propuestas de cada uno de ellos. Considera Antezana que Atardecer de un fauno en la Avenida Buenos Aires a las 4.30 p.m. (1978) de Quino, representaría una especie de arquetipo de la literatura de esa bohemia.
En ese contexto, para Antezana, a este grupo le recorría una “vena anarquista”, para él sucedánea de la poesía de protesta. Pero lo importante es que esta vena anarquista se afincaría en la letra de estos escritores a través de búsquedas parecidas a la vanguardia literaria, por ejemplo, a través de la “búsqueda de identidad (por negación, a menudo) y experimentación formal”.
Para Antezana, entonces, tal vena anarquista provendría de la poesía de protesta y afincaría en obras de tendencias vanguardistas, con cierto aire de urbanismo marginal.
Con estas características, evidentemente esa vena anarquista puede encontrarse en los versos de Quino, como en su Delirio de un fauno en la Avenida Buenos Aires a las 12:45, en el que la voz poética se reconoce como un cíclope ebrio que mira la ciudad a la hora en que los empleados públicos la habitan. O en Opresión/Rebelión en el que se pregunta: “¿Cuándo caerá el Tirano? /Impacientes/esperamos/las armas/los rudos combates”. O en el final de este otro: “Aquí viviremos todos: sosteniendo la rebelión/la cabeza intacta y el justo pago/ ¿Dónde están las lanzas?/ ¿Dónde los escudos? / ¿Dónde nuestra osadía?/¿Dónde nuestra furia?/ ¡Hay que ir a la guerra!/¡Hay que ir la guerra¡/ ¡Hay que ir a la guerra¡”.
Pero el título de este poema destrona la primera lectura que produce una sensación de alegato a la acción directa, instaurando otro sentido, casi radicalmente diferente: “Donde el autor se muestra conmovido por las disputas que envuelven a sus semejantes”.
En este mismo orden, uno de sus poemas más celebrados Ascenso de un miembro inferior, a fuerza del ritmo del verso, también desdice una lectura que por rápida puede perder de vista que de un poema se trata y no de una arenga política:
Mi pie
¡Mil veces bendito seas!
Crece/crece
Traspasa el muro
baja por las escaleras
Horada el zaguán
Con dignidad
Cruza la calle
Saluda a los conocidos
Descubre la Av. América
Va erguido
Como el báculo de San Patricio
La Calle Comercio
Recibe sus ecos sin entusiasmo
No percibe su aura
Una multitud colorida
Grita hurras y vivas en la Plaza Murillo
Mi pie/ ¡mil veces alabado!
Entra al Palacio de Gobierno
Y toma el poder pacíficamente.
Pero en este otro, sí se lee una especie de manifiesto anarquista: “A propósito de nuestro mal natural repollo”: Para que el pan/ sea un bocado común/ para que la blasfemia/vaya en carroza/ en fin/ para suprimir los golpes de estado/ hay que suprimir el estado”. Pero en Quino no es fácil la facilidad, porque su ansia de desacralización arrastra con todo, aún con la máxima ácrata sin dios, sin patria sin familia, como en este poema: Elogio para un aguafiestas: “Y así/ miope/ sin tornillos/ sin dios/ sin patria/ sin familia/ sin un perro que cuelgue de su lengua/ he reído/ calavera.
Por supuesto que en esta poesía se pueden advertir evidentes rasgos vanguardistas en la acepción más amplia del término, pero eso no nos habilita a calificarla como poesía “anarquista”, porque, por una parte, no sabemos a ciencia cierta qué querría indicar este término y, sobre todo porque estamos frente a una poesía cuya marca es, al menos, la desacralización de todo, incluyendo (intuyo) lo que comúnmente se ha instaurado como anarquismo.
Ahora bien, a pesar que se reconoce la poesía de Quino como de las más importantes en la literatura boliviana, son escasos los estudios críticos que se han acercado a esta poética, pero también es cierto que quienes lo han hecho son los principales críticos literarios de poesía en Bolivia: Luis H Antezana, Eduardo Mitre y Mónica Velásquez.
Antezana remarca la relación entre muerte y cuerpo en esta poética, Mitre, por el mismo orden, cree que la poética de Quino se resume en la búsqueda del ser de la poesía y la figura del poeta, y Velásquez considera que esta poética se resuelve en tres ejes: la preocupación por la muerte, el oficio del poeta, y la celebración paródica de la obra de otros poetas.
Precisamente este último eje que indica Velásquez (y que Mitre también estudia detenidamente) resalta en la poesía de Quino y, entre esos poemas paródicos el dedicado a Cerruto es mi preferido.
En su poema Casa de Cerruto –en referencia a los poemas Casa de Lope, Casa de Beethoven y Casa de Baudelaire que forman el capítulo Moradas de Estrella segregada de Cerruto–, Quino se propone parodiar a Cerruto, un escritor que hace de la escritura un acto de resistencia al poder a través del silencio y la soledad del lenguaje.
En Quino, la parodia responde a cierta arte poética que está en su poema narrativo No puedo decir si mi pluma cruje o canta o eructa, en el que la voz poética reconoce que su técnica “consiste en la dotación de nuevos en insólitos significados a palabras ya utilizadas por antiguos espíritus, trastocando su sentido primigenio de acuerdo al humor del autor”. De este modo, la poesía, como afirma uno de sus versos, sería la “perfecta reencarnación”.
Esta “poesía de un hueso sobre otro hueso” es también la “poesía que no dice nada”, que proviene de habitar la destrucción y el éxtasis.
Hay una pulsión irracionalizadora en Quino de todo cuanto supone orden racional, a través de establecer un diálogo permanente con la filosofía racionalista, poetizando su éxtasis destructor, como en su poema Método del discurso en que dialoga con la máxima de Shakespeare: “La nuez de lo absoluto/ no es ser o no ser/ viejo comediante de tablas”. O su Crítica de la pasión pura en que afrenta a Kant, contraponiendo la pasión pura a la razón pura o, en la misma línea, el título de su poemario Coitus ergo sum, que parodiza el cogito ergo sum de Descartes, estableciendo el cuerpo como principio del ser.
Y es que la pasión es sustancial en esta poética en el que la erotización y el juego amoroso se asimilan a la muerte, deviniendo, de este modo, en una metáfora de la muerte: “Amo la poesía herida de muerte/ Su desquiciado rostro que aniquila el desamparo/ Su maligno tacto de animal en celo/ Su incandescencia que me devuelve a la vida// Pero amar es caer bajo su designio/ Que engendra/ Hiere y mata”.
Ahora bien, así como Antezana descubrió una “vena anarquista” en la poética de Quino, en un post de su cuenta de Facebook Quino expone la “veta anarquista” en la obra de Arturo Borda, uno de sus más admirados escritores: “el concepto de libertad del anarquismo fundamenta su inserción en una grafía caótica, heterogénea en su dispersión, generosa en su desgarramiento, donde nada está previsto, para ejercer a plenitud el oficio de sí mismo. Arturo Borda, nos transmite el valor terapéutico de la locura y devela el poder reaccionario de un orden impuesto”.
Ese breve post del Facebook y algunas entrevistas nos informan de la crítica literaria de Quino y por eso destaca sobremanera su artículo “Oficio de difuntos” aparecido en 2015 en el número 15 de la revista La Migraña, publicación de la Vicepresidencia del Estado, en el que reflexiona sobre el oficio del poeta en la Bolivia del 2015.
Inicia su texto reflexionando sobre el entorno donde habla el escritor en ese 2015: “Rodeados por los nuevos ricos que han reducido el ser al tener, la ilusión del escritor es hablar desde el umbral de los oprimidos”. Un entorno, además, rodeado de “estereotipos de un ‘marxismo’ mal digerido y un empobrecido indigenismo”. Y como crítica a dicha impostura plantea: “eludir la sofística seudo-revolucionaria, denunciando el ‘nominalismo’ (cambiar el nombre para que no cambie lo real) del ‘proceso de cambio’”. Luego denuncia los mecanismos del poder de ese mismo 2015: “Los rituales del poder alimentan un abismo racial y el abandono de todo rastro de inteligencia, para pernoctar en lo pequeño: el fútbol, el folklore, los concursos de belleza y otras nimiedades”.
Luego ante la pregunta de si el poeta es (o debe ser) portavoz de la miseria, se contesta: “Las etiquetas son irrisorias, cada poeta construye un discurso singular (singular hasta en su estupidez), (…) el poeta, dichoso o quejumbroso, construye mapas de intensidad, bordea la locura, que es el único estado mental para vivir bajo el capitalismo”.
Arribado a este punto, se encarga de valorar a los poetas que se intencionan con el poder y el mercado entre quienes reconoce a los que medran de la poesía con ansia de fama, a quienes califica como el poetariado: “Hay ejemplares que devastan el lenguaje, juzgados en tanto liricidas, protagonizan una batalla desigual contra la estética, (…) quieren ser famosos, quieren un bocado de gloria, asisten a cuanto festival de poesía existe (invitados o no), escriben en los bares y cafés, quieren exhibir su laboriosidad, para esconder su parasitismo”. También los que denomina como “amanuenses del poder” que conforman una banda en la que “está el octogenario que para conseguir un cargo, hace un libro incienso sobre el ‘líder’, deambula de oficina en oficina para que propongan su nombre al ‘Nobel de la Paz’ (…) Sus obras, sobras son de un cerebro sin costuras, sin una adecuada sobrecarga de lecturas: sus huellas verbales legitiman una empobrecida literatura”.
Finalmente está el otro “ejemplar es más sofisticado, todo su empeño está en ser conocido, reconocido en el exterior. La aldea no es su campo de acción, tiene una vida emblemática de escritor. Se mueve en la dinámica de la auto-publicidad: un molusco que abre su concha para gritar al mundo, que es necesario, su hálito es inmortal: su ensueño es subir al balancín de la fama, reproduciendo los gestos de un héroe sin público. Produce una literatura vacía, aunque perfecta en su forma, el carbón de la ardiente vida-muerte, no asoma por allí”.
Concluye Quino este hermoso texto con una descripción del “abatido bate” o el “verdadero” poeta, que parece una nota autobiográfica: “Ignorando su propia ceguera, quiere testimoniar el desastre colectivo y su desgarramiento interior. Conjura las ofensas con una carcajada, la fatalidad de su condición hace que coleccione púdicamente los versos más siniestros de los malditos poetas (…). Su aversión genética por la autopromoción, le condena a un orden épico inferior (…). Unas vidas así, supongo, no son dignas de ser imitadas”.
A la luz de esos textos críticos de Quino, podemos pues concluir que la poética y la vida de Quino son una misma, tal cual el anarquismo individualista lo quiere. Más aún, Juan Carlos Ramiro Quiroga considera que cierto ostracismo de este poeta rebela tanto la indiferencia social ante su grito como una reacción de “pacificidad de la expectación o contemplación atónita”.
Mitre, por su parte, considera que la poética de Quino escribe sus poemas desde la merma afectiva sea de los revolucionarios modernos o de la democracia liberal. Antezana, finalmente, advierte rasgos de autodeterminación del yo poético y yo ético que se resuelven en el abstracto de la libertad. Pero como bien afirma Antezana, la libertad no se dice, se hace. Y esto que vale para el discurso poético parece ser el leit motiv del poeta Humberto Quino.
Fuente: Letra Siete