Paulovich , un humorista en un país de “caras largas y jetas caídas”
Por: Juan Carlos Salazar del Barrio
Paulovich, alias Alfonso Prudencio Claure, ha llegado a la conclusión de que Bolivia es un país de “tontos solemnes y levudos”, de “caras largas y jetas caídas”, que han perdido el sentido del humor. O que nunca lo han tenido. Ni qué decir de los políticos bolivianos, en quienes, a su juicio, prevalece un “sentimiento trágico de la vida”, empeñados como están en recordar a las víctimas y mártires de las revoluciones y hechos de sangre que saturan el calendario patrio.
Pese a ello, no le fue difícil hacer humor durante 60 años, gracias a que Bolivia -un “typical país”, como lo define en uno de sus libros- “es un país chistoso, pintoresco, como la fiesta del Gran Poder”, un lugar donde la “fauna política” no cambia, “se reproduce en el tiempo”, donde “los políticos son muy parecidos y puedes compararlos uno con otro a lo largo de los años…”
Y también, como afirma su amigo y colega Pedro Shimose, porque “desde pequeñito ha oído demasiados discursos, ha olido demasiada podredumbre, ha visto demasiados golpes de Estado, demasiadas ‘revoluciones’, demasiados referendos y demasiados ‘cambios’ al estilo del Gatopardo, ese príncipe italiano que decía que “algo debe cambiar para que todo siga igual”.
Nacido en La Paz el 27 de agosto de 1927, Paulino Huanca, como dice llamarse en tiempos del “proceso de cambio”, fue fundador de Presencia, donde realizó prácticamente toda su carrera profesional. Salió bachiller del colegio San Calixto y en 1953 ganó una beca para estudiar en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid. Fue el primer periodista boliviano con título universitario. Es miembro de la Academia Boliviana de la Lengua y ha recibido el Premio Nacional de Periodismo en 1999 y el Premio Libertad de la Asociación Nacional de la Prensa en 2008.
Periodista de vocación, escritor de oficio, funcionario público circunstancial y político de ocasión como diputado, concejal y diplomático, siguió la vida política nacional “de frente y de perfil” y ha sido un testigo privilegiado de la historia boliviana de la última mitad del siglo XX y de los primeros lustros del XXI.
Solía decir que sus gustos están repartidos entre las novelas de Graham Greene, la música de Fermín Barrionuevo, la pintura de Goya, el fútbol del Bolívar, la poesía de Pablo Neruda y algunas flores, como las camelias, “siempre y cuando no tengan joroba”, y algunos pájaros, como los pichones, “que los sirven muy bien en Cochabamba”.
Todos lo conocen por su columna humorística La noticia de perfil y por algunos de sus diez libros, como Bolivia, Typical país (1960), Rosca, rosca, ¿qué andas haciendo? (1961), Cuán verde era mi tía (1966), Conversaciones en el motel (1976) y El diccionario del cholo ilustrado (1978), entre otros, que su autor define como “obras hualaychas”.
Pese a la ceguera que le afectó en los últimos años de su vida, escribió su columna tres veces a la semana durante seis décadas. Dejó de hacerlo al acercarse a los 90 años. Como odia a los “dictadores”, nunca dictó sus artículos a nadie. Prefería escribirlos él mismo en su vieja máquina mecánica Olivetti, textos que eran transcritos posteriormente a la computadora por uno de sus nietos para ser enviados a los periódicos. A ojo de buen cubero, calcula que ha escrito más de 10.000 columnas.
Pero no siempre escribió en clave de humor. Mejor dicho, siempre escribió en clave de humor, pero no siempre hizo periodismo humorístico. Al inicio de su carrera, en la década de los años 50, tenía una columna “en serio”, que él mismo describe como “romántica”, denominada “Cartas a mí mismo”, que firmaba con el seudónimo de Paulo, que años después daría origen a su “nombre de guerra”, Paulovich.
Paulo tiene la teoría de que el periodista ni nace ni se hace, sino que “se deshace” en su afán de escribir claro, conciso, preciso, fluido y directo, como manda la regla número uno de todo manual de estilo, una norma que, a su juicio, termina siendo una trituradora de las aspiraciones literarias de los jóvenes periodistas.
Sin embargo, ese no fue su caso. Paulovich nació periodista y se hizo periodista, pero nunca se “deshizo”, porque, además de haber sido un cultor del buen escribir, incursionó con éxito en el periodismo literario.
Muy pocos saben que en la década de los 60 publicó en Presencia Literaria una serie de 38 semblanzas de personajes de la época bajo el título de Apariencias, ilustradas con dibujos –algo que también pocos saben– del poeta Pedro Shimose. Los textos fueron recogidos posteriormente en un libro bajo el mismo nombre, hoy agotado (Difusión, La Paz, 1967).
Si bien ha hecho “periodismo serio” y ha ejercido el oficio desde las jefaturas de Información y Redacción de Presencia, Paulovich es reconocido como maestro del periodismo humorístico, concretamente del humor político. Shimose lo compara con Gustavo Adolfo Otero (NoloBeaz) y Wálter Montenegro (Buenavista).
Hizo humor riéndose de sí mismo y de los demás. “Yo era serio a mis 20 años, la única edad en la que un hombre puede ser serio. Pasada esa edad me di cuenta de la necesidad imperiosa de reírme”, le dijo al crítico Juan Quirós, prologuista de su libro Apariencias. Escribir en clave de humor o con humor, diría Quirós, “en un país como Bolivia, en el que abundan los tontos graves y solemnes, no deja de ser una hazaña”.
-¿Los bolivianos tenemos sentido del humor?-, le preguntamos con la colega Isabel Mercado en una entrevista para Página Siete, cuando todavía estaba activo, en mayo de 2015.
-¡Qué va! Somos un país de solemnes y levudos-, respondió, risueño.
-¿Y los políticos?
-¡Tampoco! Entre la gente que se mueve en el escenario político, más bien prevalece el sentimiento trágico de la vida-, agregó, rematando la frase con una carcajada.
-¿Cómo es eso?
-Es que estamos recordando continuamente a nuestros héroes, a nuestras víctimas, a nuestros mártires. Nuestro calendario está cubierto por el recuerdo de nuestras revoluciones y de nuestros hechos de sangre…
El humorista empezó a escribir “La noticia de perfil” en octubre de 1958, cuando el semanario Presencia se convirtió en diario. Hasta entonces había mantenido su columna semanal “Cartas a Paulo”, en la que reflexionaba sobre temas políticos y sociales de actualidad a la luz de la doctrina social de la Iglesia.
“La misión de hacer humorismo no es muy fácil; especialmente en un país de gente seria y solemne como el nuestro, donde abundan las caras largas y las jetas caídas”, escribió en Cuán verde era mi tía. Cree haber tenido éxito porque nunca recibió ni una sola paliza ni fue apresado ni exiliado a causa de sus escritos.
Fue el azote de todos los inquilinos del Palacio Quemado, con sus comentarios irónicos, sarcásticos y urticantes.
-De todos los personajes políticos sobre los cuales has escrito, ¿cuál te ha resultado más fácil?
-Con el general René Barrientos hice mucho humor. Banzer era más serio. Con el general Barrientos hice mucho humor por radio y por largo tiempo, en un programa que se llamaba Siempre en Domingo. Además, con él, había una amistad, un afecto recíproco muy grande.
-¿Y con Víctor Paz Estenssoro?
– Paz Estenssoro admitía el humor, era un hombre muy inteligente. Siempre hubo entre nosotros una mutua admiración. Le hacía chistes, pero claro tenían que ser de mucho nivel, no tanto escribiendo como charlando.
Siendo diputado, un día me dijo: “Paulovich, no se olvide que somos un país monoproductor”. Yo le miré la cara y no le dije nada… Tenía toda la razón.
-¿Y con Sánchez de Lozada?
-Tenía fama de ser un hombre con mucho sentido del humor… Más bien era chistoso…
-¿Cuál es la diferencia?
-Al Goni le gustaba hacer chistes, pero en el fondo no creo que tomara las cosas con humor, las tomaba muy en serio.
Con Evo Morales no tuvo relación. Lo vio una sola vez, en Cochabamba, con motivo de una distinción que le hizo la Alcaldía, cuando lo nombró Cochabambino de Honor. Cruzaron un saludo y nada más.
-Pero, ¿cómo tomaba tu humor?
-La única referencia que tengo es que alguna vez dijo a alguno de sus colaboradores: “Todos los artículos que escribe este señor Paulovich se refieren a mí… Voy a tener que cobrarle la mitad de su sueldo porque yo soy su único tema…”.
Paulovich llegó a pertenecer a la “fauna” de la que tanto se mofó cuando ganó una banca en la Cámara de Diputados como candidato del Partido Social Cristiano (PSC), a comienzos de los años 60, bajo el gobierno de Paz Estenssoro. Era la época de los fraudes electorales masivos que le permitían al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) presumir de “victorias contundentes” con más del 90 por ciento de los votos.
Hizo una campaña humorística. Su eslogan era: “¡Movimientista, tú que puedes votar dos o tres veces, vota una vez por tu partido y otra por mí!”. La campaña fue todo un éxito, no sólo porque fue elegido, sino porque su denuncia de los mecanismos del fraude tuvo una amplia repercusión.
En una ocasión, siendo diputado, pidió la palabra para denunciar las violaciones a los derechos civiles y políticos de la oposición. Los legisladores oficialistas intentaron vanamente impedir la lectura de su discurso con silbidos y abucheos, pero Paulovich aguantó la presión. Al terminar su alocución, echó un balde de agua fría sobre la bancada movimientista al aclarar que el texto que acababa de leer no era otra cosa que un discurso que había pronunciado Paz Estenssoro años antes cuando era diputado opositor.
Dejó la política diciendo ¡nunca más! “Comprendí que había metido la pata. La política no era el camino por el que yo supiera andar”, le dijo a Quirós. Sin embargo, reincidió. En 1987 fue concejal por el partido de Banzer y posteriormente, en 1989, alcalde por tres meses, “poco tiempo para realizar algo concreto”, pero sí para ser honesto, “porque -diría en plan de broma- es poco tiempo para robar”. También fue ministro consejero de la Embajada de Bolivia en España (1969 y 1992) y delegado de la Asamblea General de las Naciones Unidas (1978). Años después admitió que nunca tuvo “dimensión política ni la ambición de un verdadero político”.
Hombre de ideas conservadoras, jamás ocultó su admiración por los generales Barrientos Ortuño y Banzer Suárez. “Yo era un poco franquista”, me confió, medio en serio y medio en broma, en una de las tantas tertulias del bar El Giorgissimo, al recordar sus años de estudiante en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid (1953-57), en plena dictadura de Francisco Franco.
De hecho, según declaró en una ocasión al diario El Deber de Santa Cruz, renunció a Presencia en 1967, el año en que estalló la guerrilla del Che Guevara en Ñancahuazú, cuando notó “una clara división en el equipo de Presencia entre la gente que apoyaba las guerrillas y la que las rechazaba”. “Me retiré del periódico con dolor”, agregó.
Fue el fundador y primer director de Presencia, Huáscar Cajías, quien lo convenció de escribir en clave de humor. Paulovich era conocido en la redacción del periódico por su ingenio y sus ocurrencias. “Tú eres el único que puede hacerlo”, le dijo Cajías. Así nació “La noticia de perfil” y así nació Paulovich (“el hijo de Paulo”).
En la universidad de Madrid le habían enseñado que la utilización de la primera persona en una columna diaria termina aburriendo al lector. Por esa razón, creó una serie de personajes con quienes dialogar y dar agilidad a sus relatos. Así nacieron sus “tías”, como la entrañable Encarna, la tía Semáforo -así llamada porque “a partir de las diez de la noche nadie la respetaba”- y “la pícara y libertina” Restituta vda. de Batistuta, y sus compadres Huevastián y Pelópidas, entre otros, todos ellos metiches, criticones y politizados, siempre dispuestos a sacarles los colores a los gobernantes de turno.
“Paulovich ha vivido en un mundo tierno y maravilloso, rodeado del cariño de sus tías imaginarias Encarna, Restituta viuda de Batistuta y Clotilde von Karajan Quiroga, su comadre Machaca viuda de Racacha, sus amigos cochabambinos del Ateneo Pericles y los yatirisUayruru, Calimán y Titirico del Club Malena, de El Alto” de La Paz, escribió Shimose cuando el autor de “La noticia de perfil” anunció su retiro.
Según Shimose, la originalidad de Paulovich radica precisamente en su “lenguaje bolivianísimo con el que retrata a los originarios de los 36 ayllus constitucionales”. El humorista lo explicó a su modo: “Nunca pretendí ni pretendo ahora, decir cosas trascendentales. Mi único afán fue y sigue siendo el tratar de expresar lo que piensa y dice nuestra gente con referencia a los problemas que vive. Con sus mismas palabras. Con su mismo acento chungón y, a veces, sentimental”.
Para él, escribir, más que un trabajo, era una necesidad y un motivo de distracción. Alguna vez dijo que el humor le salvó de morir “por úlceras gástricas o por reventón”, pues sus pinchazos diarios le permitían desahogarse de los malos humores que le provocaba la política.
-¿Cómo ves al país, de frente y de perfil?
-De frente lo veo muy mal. Es decir, falto de instituciones, falto de una gobernanza ilustrada, inteligente, pero, por otra parte, me doy cuenta de que el país está avanzando. Pese a mi punto de vista, pese al punto de vista de los que están en contra del actual Gobierno, se nota que el país camina. Ahora que gasta mucho para ese caminar, es verdad, que se hace demasiada propaganda por cualquier paso por pequeño que sea, también.
-¿Y de perfil?
-Chistoso, pintoresco, como la fiesta del Gran Poder. La fiesta del Gran Poder debería ser una fiesta del actual Gobierno. Por su nombre y por todo; tiene el dinero, bailan, son felices…
Así se las gasta el humorista que adoptó un seudónimo para no avergonzar a sus mayores, que tiene a “cholas, monjas, mujeres de los políticos y chicas del striptease” como sus “heroínas favoritas”, que calza 40 porque “desarrolla mucho trabajo intelectual “y que suele despedirse de sus amigos con un cariñoso: “Dominus vobiscum, saludos Rorro”.
Fuente: Página Siete