Para una lectura del rock abigarrado: La Logia
Por: Alex Aillón Valverde
El escenario se está construyendo desde la tarde del día anterior en la ex estación de trenes Aniceto Arce, el trabajo es lento y desprolijo, pero el animal de hierro va tomando forma. Para la tarde del show ya las luces, la tarima y una tela que anuncia el concierto, casi patrimonial, de La Logia, están listos para dejar claro cuál es la única banda chuquisaqueña que logra llenar ese lugar cada vez que se les ocurre presentar un nuevo material y, en este caso, celebrar sus 15 años de vida.
Hay cosas que no se discuten. Alguna vez le preguntamos al Chivo de La Chiva que cuál creía que era el grupo de rock con mayor arrastre de Sucre; sin pensarlo dos veces nos respondió con un categórico: ¡La
Logia pues! Pero La Logia no sólo que es la banda que mayor ascendiente tiene entre los jóvenes y no tan jóvenes de la Capital, sino que es ya una banda de culto en la historia de la música de nuestra ciudad y el país.
Cayendo la noche, los alrededores del Parque Bolívar y del Pacheco están inquietos, gente extraña comienza a poblar el paisaje ( y no son precisamente los tranquilos habitantes del siquiátrico, son otro tipo de locos), melenudos, no tan melenudos, gente joven, gente vieja, ricos, pobres, indios, no tan indios, blanquitos, estudiantes, no estudiantes, profesionales, no tan profesionales, toda una mixtura de apariencias, colores y olores pueblan el escenario alterno que se da en las calles, en el rosedal, en las tiendas de alrededor. Trago va trago viene, un porro se enciende otro se apaga, las risas, los silencios, las voces en ascenso, la antesala del concierto es otro concierto humano en sí mismo, alrededor de las nueve de la noche, las anticucheras han instalado su reino de humo, olores y sabores a lo largo y ancho del continente humano que ya comienza a impacientarse.
La Logia es un fenómeno sociológico. Es el rock marginal que se ha ubicado en el centro. Es el rock sucio, el rock chicha que canta a los barrios, a las polleras, a la libertad como culto, a lo antisistema y a todos los “alcahuetes” que quieran escucharlos. La onda logiera se identifica con el cholo que habita en todos nosotros, con la rebeldía de la contradicción social que nos aglutina y que nos cría, con los tiempos que son todos los tiempos, las diferencias que son todas las diferencias, todas nuestras contradicciones en un solo cuerpo social disperso, donde todas las culturas se yuxtaponen de manera alegre y tensa, dramática y festiva, es pues el rock abigarrado, como abigarrado es el público que asiste como una marea oscura pero brillante a su último concierto, a la presentación de este nuevo material, Una herramienta llamada miedo, que celebra sus quince años, y que estéticamente recupera lo mejor de la tradición logiera pero con un sonido que se percibe más depurado.
La noche comienza con la presentación de La Chiva que rinde homenaje a la que ellos consideran “la mejor banda de Bolivia”. La maquinaria de la música ya está en marcha. Después de una pasada de rock and blues, La Chiva se ha adueñado de la conciencia musical de la gente que no para de venir y que se identifica a plenitud con otra de las bandas importantes de Sucre y de Bolivia.
Luego, dentro de esta contradicción festiva que es el concierto de La Logia, el Chocolatín inicia la celebración con sus chistes que incluyen el lado payaso, sonriente de la banda, lo que termina con un
pastelazo y con una imagen maravillosa y, en adelante, mítica: el Chivo bailando un vals con el Pepe de La Logia, lo cual sella no solo una amistad y un respeto musical a toda prueba, sino que abre la posibilidad de una comunidad y una movida artística como no se había sentido hace tiempo en esta Sucre. Nada de momentos estirados, ni de protocolos, la música y la rebelión son alegres, se hace revolución cantando, bailando, riendo, haciendo mosh, haciendo amistad, creando amor, así se hace la verdadera revolución espiritual de este pueblo todos los días, desde sus artistas y no desde los salones presidenciales, ministerios, ni desde los núcleos del poder, pues como decía el Joseph Beuys: nosotros somos la revolución.
Luego la celebración adquiere un carácter cósmico: la Comunidad Nayjama pasa a reventar el lugar y darnos un giro total hacia el rock pesado precolombino (como dice el Cachito Negrón) una muestra de que la fuerza nos viene de adentro, que lo más profundo de nuestra rebelión viene de más atrás, de nuestros toyos, de nuestras tarkas, de nuestros bombos, de nuestra sangre por fin desenterrada. Nayjama en la Estación no es sino la muestra de que nuestro encuentro es tan permanente como nuestro desencuentro, que lo glorioso de esta velada radica y siempre ha radicado en esta comunión milenaria, tan presente en su ausencia, tan trágica en su celebración y en sus ritos profundos.
Aquí el Contraullido y la poesía también suenan mucho mejor que en cualquier salón o en cualquier cenáculo lleno de títulos, corbatas, editores y possers:
Nosotros
que asesinamos al rock, que desfiguramos el punk,
y una noche de tormenta transgénica
entregamos nuestra miserable alma al heavy metal.
Nosotros
que hicimos rugir guitarras y charangos
y toyos al unísono,
mientras las efe emes lloraban su tragedia vomitando
la voz de millones de profetas extraviados,
afectados hasta el llanto
por la soledad de las Tortugas…
La noche está servida para que La Logia haga de las suyas. Una vez en el escenario, el Pepe hace lo que mejor sabe hacer, de a poco nos lleva a su dimensión. Comienzan a formarse remolinos de almas de todos los colores imaginables, es una whipalla cósmica urbana, una ajtapi del despute, es un tornado que va haciendo círculos en el asfalto, que pierde gravedad, que se va elevando en su fuerza centrifuga y nos abraza a todos en el aire, es el trance donde todos somos iguales, nadie tiene nombre, nadie tiene nacionalidad, ni tiene sexo, nadie tiene un partido, ni tiene su carga de años, de tristezas, de alegrías, de traumas, todos somos a un tiempo todos, todos estamos inmersos en la música, en la racionalidad otra de los cuerpos liberados al fin de su siniestro destino de ser alguien. La música y el arte nos liberan, nos disuelven, nos santifican. Al final, La Logia ha impartido su catecismo a la noche y a sus minuciosos habitantes, y todos, por qué no, les quedamos profundamente agradecidos.
Fuente: Puño y Letra