Para “Mal trato” se impone un imperativo
Por: Rosario Q. de Urquieta
Desde la primera palabra con la que se abre la novela “Mal trato” del escritor argentino Guillermo Ferreyro, premio de novela en la tercera versión Kipus, encontramos el verbo en imperativo segunda persona: “Cierre el ventanal”. Avanzada la lectura comprobamos que la ficción está siempre narrada por la segunda persona del singular que corresponde al imperativo: /muéstrese en movimiento/ familiarícese con el objeto/ agárrelo primero/. Ahí un elemento importante, un recurso narrativo que convierte al lector en protagonista.
Un elogio a esta novela radica en el tema que se apuntala en este tiempo, en el hoy. Es un alegato con elementos múltiples, complejos y variados en torno a la temática de la violencia contra la mujer y la violencia intrafamiliar que en la novela obedecen a una intención imperativa de realidades vertebrales, de intimidades, de pertenencias necesarias que pueden tener su origen en lo cotidiano o en lo metafísico de la existencia de la protagonista donde el macho ejerce poder sobre ella: “Toda usted es una herida… también besa los moretones… le pide que lo perdone… usted siente que debe perdonarlo”.
La voz imperativa insiste en el recuerdo de los hechos que estimulan desandar lo vivido y observarlos objetivamente. Estos son el testimonio de la violencia sufrida: violencia física: “Tantas veces le dijo que no la lastime que un día enojado le dio un puñetazo”; violencia sexual: “La penetró a pesar de que Usted le decía que no… Me duele una teta, sangro… Usted tenía que aguantar todos los caprichos”. Violencia con los hijos, reafirmando su machismo: “Al más grande le dio media docena de rebencazos mientras le decía: no sea cagón, aprenda, quien manda acá”.
Refrescada la memoria; el odio al marido va ascendiendo hasta conseguir el objetivo: que ella apriete el gatillo: “Usted empuñe el arma para matarlo… sáqueselo de encima… de lo contrario él la va a matar a usted”. Finalmente, ella dispara: “Seis veces ha impactado sobre su marido”. La voz reafirma la actitud de la mujer: “Usted hizo lo que debía hacer”. En tiempos superpuestos, con imágenes de ayer y de hoy, en constantes altibajos sobre la decisión tomada avanza la fábula: “Le entra un remordimiento atroz… le remuerde que sus hijos no tengan más padre”. La existencia de la protagonista sólo se coordina en el esfuerzo por la aceptación de sí misma.
Esta conducta se proyecta sugestivamente hacia los otros —hombres y mujeres—. Se logra que la voz que habla con lógica a la sensibilidad nos haga partícipes de la verdad. Esa casa donde se dan cita los hechos de violencia y luego el crimen, es metafóricamente el alma de esa mujer. Cuando se limpia la casa para no dejar rastro alguno del crimen; también se está limpiando el interior de ella: “El piso impecable… las paredes blancas… Esta cocina ya no es su cocina en la que tantas veces se peleó con su marido”. Esa escalera por donde ella subía o bajaba era la sentencia a cumplir. Ella debía sobrevivir entre el odio y el amor. “No sea absurda, no llore…al final Usted lo quiere, lo quería, y eso la hace llorar”.
¿Contradicción? Su cuerpo y su mente se fueron acostumbrando al ultraje que culminaba en la satisfacción y el placer. Ahí, una conducta sadista y masoquista que anticipa algunos elementos del psicoanálisis existencial ¿sartriano?: “Que me pegue un poco no me molesta… un chirlo, un par de chirlos, que me casque un poco me gusta”.
La madre-matriarca con su perorata puntual y ajena al derecho de la emoción, siempre secreta, secuestró la vida de joven, de adulta y de casada de la protagonista. De ahí, ella sufre una conmoción sensorial que viene de hondas raíces heredadas o aprendidas en la infancia en un impacto de shock, por ejemplo, cuando sorprende a sus padres en pleno acto sexual: “En medio de los gemidos: ¡salí!…ándate a tu cama. Usted siguió mirando a su padre desnudo hasta que le dieron vuelta la cara de un cachetazo. Era la mano de su madre”. De esa manera tan confusa se le revelaron las dimensiones humanas en su realidad más objetiva perfilando su inestabilidad. Nunca, ni antes ni después del crimen pudo lograr delimitar dónde el odio o dónde el amor. Siempre difícil para ella encontrar su “yo” auténtico en una actitud definida porque vive en una constante reiteración de los momentos de indignidad vividos: “Abra los ojos. Salga del túnel del tiempo, eso fue hace mucho tiempo y ya lo comprobó que estaba equivocada”.
De a poco. Desde que asesinó a su marido hay un proceso de empoderamiento. Habita un estado de conciencia de que ella tiene el control, ahí su existencia en el “mundo de sus cosas” adquiere como referente la fuente receptora de su cuerpo como identidad femenina. Desde su cuerpo y para su cuerpo asume el poder del cambio. Ella es capaz de generar ideas y ejecutarlas. En esta trascendencia es importante la significación de los ovarios como capacidad generadora: “Lo más importante es tener la idea. Ovarios, piensa Usted, para parir una idea hay que tener ovarios”.
Este empoderamiento es la fuerza que le empuja a vengar agravios. Es la puerta de la libertad donde se abraza a sí misma. Es la fisonomía de otro mundo en contraste al mundo cotidiano que la estaba asfixiando. ¿Estaba haciendo lo correcto?: “Quién sabe, duda Usted y reflexiona acerca de que todos nos estamos jugando la vida con cada decisión que tomamos”.
Están identificadas las experiencias que vive una mujer desde las emisiones que ordena su cerebro de adentro hacia afuera. Órdenes de una voz imperativa que bien puede ser su subconsciente. Voz que es una especie de sedimento o capa profunda del microcosmos que habita esa mujer. Ese tema particular, personal trasciende a un problema social.
Fuente: Lecturas