El artículo que ofrecemos a continuación se suma al seguimiento que Ecdótica ha estado realizando en torno a la atribución de la autoría de Juan de la Rosa: Memorias del último soldado de la Indepencia. En este, Gustavo V. García, tal como reza el título, se dirige directamente a Adolfo Cáceres Romero. Si aún no has leído la obra, puedes decargarla aquí, como parte de los servicios de nuestra biblioteca gratuita.
Para Adolfo Cáceres Romero
Por Gustavo V. García
Su nota (OH!, 673) me recordó varias “polémicas”. Las que prefiero (Cervantes y compañía) son tan ingeniosas que en la explicación de un verso quemaría un párrafo. Señalo otras más simples. En “Tercetos dantescos a Casiano Basualto” Pablo de Rokha se refiere a “Bacalao–Neftalí” como “Gallipavo senil y cogotero/ de una poesía sucia, de macacos”. Neruda, en “Aquí estoy” (dedicado a Huidobro y de Rokha), escribe “hijos de puta” y cosas peores. Deseché tales modelos: no estoy a la altura de esos ingenios y tampoco quiero ofender a alguien que, parece, es de la generación de mi padre. Rescato, entonces, algún rasgo positivo de su nota y abandono mi malicia intelectual.
“La gracia es gratuita, es un don; aquel que lo recibe, el agraciado, si no es un mal nacido, lo agradece: da las gracias” (Octavio Paz). Eso hago ahora por la admiración con que alguna vez, escribe usted, me honró.
Un aspecto central. Nataniel Aguirre no es autor de Juan de la Rosa que tanto ha molestado y fundado el movimiento “juanrosista” es escandaloso: muy cierto. Ese título, empero, no me pertenece: jaque a los “aguirristas”.
En septiembre de 2010 Javier Badani ofreció publicar la versión preliminar de mi ensayo. Acepté y no fue grata mi sorpresa al ver partes del escrito con rótulo diferente. El 20 de septiembre escribí a Badani (con copia a Mauricio Souza y Bernardo Quiroga de Plural): “He leído la versión electrónica de La Razón donde se publican algunos argumentos de mi trabajo sobre Juan de la Rosa… El título “Nataniel Aguirre no es el autor de Juan de la Rosa” no es mío pero PARECE que lo fuera […] me gustaría que insertara, el próximo domingo, la aclaración de que el título de mi ensayo es: “J. de la R. autor de Memorias del último soldado de la independencia”. Todavía espero esa corrección.
Página Siete (septiembre 19, 2010) también publicó pedazos del ensayo bajo un título más apropiado con su contenido: Juan de la Rosa fue escrito por Juan de la Rosa. Por esa experiencia prometí no volver a escribir en la prensa, ¡y cuán pronto quiebro mi promesa!
En mi ensayo, influido por “Qu’ est –ce qu’ un auteur?” (Michel Foucault) y Discerning The Subject. Theory and History of Literature (Paul Smith), planteo la no autoría de Aguirre y algo más; conjetura diferente de la que tantos creen: que acuso a Aguirre de plagio. Al contrario, siguiendo la teoría de la literatura testimonial: la presencia de un sujeto subalterno (testigo) y la de un intelectual orgánico (letrado), estimo que Aguirre es uno de los autores y J. de la R. (testigo) el otro autor. Esto está claro en La Razón y Página Siete. Tampoco afirmo que “Juan de la Rosa es un coronel retirado”. Presumo su identidad, ofrezco posibilidades e; incluso, en un pie de página, ironizo que puede ser José de la Reza u otra persona. El seudónimo que favorezco es otra verdad de Perogrullo: Juan de la Rosa elegido por amor a la “Linda Encajera”. ¿No cree fascinante explorar el rol de los seudónimos en esta novela testimonial?
Un seudónimo no es “algo tan simple” en tanto enunciación y construcción de otra identidad. Su complejidad radica en nombrar algo nuevo encarnando en lo mismo; en una subjetividad aceptada convencionalmente pero creando una nueva “persona” con existencia pública, sentido y continuidad (Neruda legalizó su seudónimo para ser otro). Ser y no ser confluyen en el seudónimo y su uso, parte del proceso creativo, es una negociación con normas sociales: soy Marie–Henri Beyle pero también Stendhal que niega que sea Marie–Henri Beyle sin dejar de serlo. Para eso sirve un seudónimo: (en)cubrir lo que se quiere (des)cubrir. En el caso de Memorias caben varias conjeturas. La mía, si no verdadera, es coherente con la voluntad del autor (quienquiera que fuese) que eligió, en el presente de su mundo, un nombre para ser conocido por la eternidad: Juan de la Rosa. Respetemos su elección.
Usted cree que pongo en duda la integridad moral de Nataniel Aguirre. No. Más de una vez he escrito sobre la admiración que siento por él (le invito a releer mi Introducción de la edición crítica). También siento gratitud hacia su familia. Joaquín Aguirre Lavayén que recuperó el mar para Bolivia (los economistas lo saben) tuvo la generosidad de conversar un par de veces conmigo, y en vez de “desbautizarse” como los aguirristas, me recomendó tratar el tema con seriedad y que a su abuelo había que admirarlo más por lo que hizo por Bolivia que por sus libros.
La mayor “insensatez” de su nota no de usted es afirmar que Aguirre usa el seudónimo Juan de la Rosa: “Y así lo hizo en vida, no sólo con su novela Memorias del último soldado de la independencia (1885), y con todas las otras partes que la iban a componer, sino también con sus relatos, como: ‘La Bellísima Floriana’, ‘La Quintañona’, etc.” Si quiere parar esta “insensatez” sólo tiene que escribir: “En El Heraldo (u otra publicación) se lee que Juan de la Rosa es seudónimo de Nataniel Aguirre”. Nos ahorraría mares de tinta y bosques de papel (hay que cuidar el medioambiente: Viva el TIPNIS).
“La Bellísima Floriana”, para hablar de otros relatos, concluye el 24 de septiembre (El Heraldo No. 962, 1885) con: “N. A. (De la Revista de Cochabamba)”. “La Quintañona” finaliza con: “Cochabamba, Junio de 1,878 N. A.” (982). En el No. 988 termina “Don Ego”. La firma es previsible: N. A. Estos datos muestran que Aguirre utilizaba sus iniciales y no un seudónimo. Si usted tiene fuentes documentales que prueban lo que afirma, ¿por qué no las muestra? Así tendríamos un debate serio como Marcelo Quiroga Santa Cruz nos enseñaba: documento contra documento.
Señalo mi desacuerdo sobre “las debilidades de nuestro ámbito cultural”. Nunca lo fue. Entrar en detalles exigiría escribir una enciclopedia. Tal vez la crítica, pero ¿que podría esperarse con esperanzas como la suya?: “Posibilidad que esperamos no inquiete a nadie más”. Acá mejor hago un gambito y me dirijo a mi sobrino Vladimir Andia García preocupado por los “ataques” que me dedican: “Paciencia y barajar”. Si la hipótesis García fuese “insensata” o “malintencionada”, no generaría “refutaciones” y el piadoso silencio la archivaría en la biblioteca del olvido.
Mi hipótesis destaca la importancia de lo popular en la construcción del imaginario cultural boliviano que, todavía, es privilegio de letrados. He aquí el meollo porque ¿qué pasa si existió “Juan de la Rosa”, representante del pueblo en oposición a lo señorial del que Aguirre formaba parte pese a sus ideas progresistas? ¿Será que los que se oponen a esta hipótesis quieren liquidar intelectualmente lo “mestizo” o “cholo” como otros hicieron con el “indio” Zárate Willka?
No respondo, por razones obvias, a la primera pregunta de su conclusión, pero sí a la segunda que duda de la capacidad literaria del “susodicho coronel”. Los militares bolivianos podrían acusarle de “racismo” (un amigo me escribe que “EVOlucionaron” y ahora son “huevistas” MAS que “fascistas”). La Asociación Española de Militares Escritores, asimismo, le escoriaría con una frase lapidaria: Cervantes fue militar.
Lamento causarle dolor (“Me dolió…” escribe usted) y esa confesión me apena y sorprende… Y porque no quiero que “insinúe” lo que no insinúo, me incluyo en este párrafo de dolores. Me apena que alguien de su experiencia, por una hipótesis, hable de torpeza y felonía. Sus amigos —los buenos— y sus estudiantes —los mejores— le harán notar lo injusto que es conmigo: esa será mi mejor defensa, ya que no busco polémicas inútiles ni riñas entre gallitos de barrio. De antemano, si de algo le sirve, me declaro “vencido”.
Usted menciona a Porfirio Barba Jacob. Yo prefiero a Vicente Gerbasi y quiero compartir —es otoño en Bolivia— estos versos:
“Entre el sol y sus techos volaban las palomas.
Entre el ser y el otoño pasaba la tristeza”.
Fuente: OH!