Ovación de pie: una reseña “fan” a Billie Ruth de Edmundo Paz Soldán
Por: María José Navia
Cuando se trata de hablar de un libro, es posible asumir distintos disfraces. Está el de crítico implacable, lapidario, con ojo atento a todas las fallas del texto, inmisericorde y, muchas veces, algo “bully”. Está el de la lectora obligada, cuando la reseña se convierte en “tarea” y una acaba arrastrando los adjetivos, ocupando palabras-comodines como “interesante”, que rellenan el espacio en blanco pero dicen tan poco. Está también el de estudiante (en mi caso, peor aún, estudiante de doctorado) que busca significados ocultos, intentando relacionar el texto con teorías alambicadas y oscuras y que, a ratos, hace que el lector se pierda y ya no sepa si el libro reseñado es (o parece) bueno o malo, recomendable o no.
Pero hay libros que llaman a otras lecturas, a otros disfraces más placenteros y no por eso menos rigurosos. Éste es uno de estos casos: Billie Ruth, el más reciente libro de cuentos del escritor boliviano Edmundo Paz Soldán. Y el disfraz-lector que llama a los gritos es el del Fan.
Leer como Fan no es leer con corazoncitos en los ojos. O no necesariamente; no solamente. El fan es alguien que sigue atentamente la carrera del artista de su predilección, que conoce su trayectoria, sus altos y bajos, que disfruta enormemente con sus logros y se engolosina tan felizmente con todas sus sorpresas. La lectura fan es lectura atenta, incluso puede llegar a ser erudita, pero es también y sobre todas las cosas, efervescente, maravillosa, como debería ser siempre la experiencia de lectura.
Paz Soldán es inmensamente talentoso. Sus últimas dos novelas y este libro de cuentos hacen que una vaya al diccionario a desempolvar adjetivos grandiosos como fenomenal y magnífico, adjetivos que, como chilena, no uso muy cotidianamente, pero que me veo compelida a buscar, a usar como palabras nuevas, relucientes, palabritas trofeos, adjeti-fuegos artificiales.
Billie Ruth es una colección de cuentos versátiles y sorprendentes. Brevísimos algunos, pero siempre-siempre fulminantes. Hay una atención a las relaciones padre-hijo, o madre-hijo que es brutal y conmovedora a la vez. Así, por ejemplo, en el cuento “Díler”, un chico aprende perversamente las reglas de un juego en el que nunca ha querido participar, para así traicionar a su padre. El título, juega así con la idea de “decir” inscrita en la transcripción de la pronunciación de la palabra: vale decir, de dealer, pasamos a “dile”, del tráfico al soplo, en una sola palabra. O en “El Ladrón de Navidad”, otro niño que se ha vuelto cleptómano, obtiene un pequeño gran triunfo frente a su madre en una confrontación que es también espejo perverso. Dice el niño, en la escena final: “Le dices que sí, que le crees. Y te dices, admirado, orgulloso, feliz, que no le crees”.
Hay también otros dolores, otras violencias. Como en “Srebrenica”, cuento en el cual un grupo de estudiantes de doctorado en antropología se ven enfrentadas al horror de las fosas comunes y de la muerte en masa, injustificada, cercana al sinsentido y así, de la promiscuidad siniestra de los cuerpos en la muerte, se pasa a la desesperación por el calor y el contacto, o en “Azurduy” la violencia doméstica, el espanto de un bebé muerto, unen en un bizarro compañerismo a un joven idealista (que pierde rápidamente sus ideales), un minero y el Tío.
Se trata de cuentos que hablan de viaje y son también viajes, transgresiones, violencias que se inmiscuyen hasta en los espacios más íntimos, como en “Extraños en la noche” en el cual presencias extrañas invaden la casa donde duerme una pareja, o en la misma “Casa Tomada”, donde el autor actualiza el relato cortazariano para hablar de espectralidades y las (im)posibilidades del habitar. Esta “Casa Tomada” se suma también (y tan bien) a otra de las que podríamos denominar sus Variaciones Cortázar, publicada anteriormente, como es el caso de “Continuidad de los Parques”, relato en el cual la novela que contiene la clave (que une a los mundos) no logra transmitir su mensaje o advertencia al lector por ser dejada allí tirada mientras se entretiene mirando dibujos animados.
Se trata de quince cuentos tristes, inquietantes, perturbadores y, tan precisamente contados que, más que palabras de elogio, se merecen una verdadera ovación de pie.
Fuente:sub-urbano.com