08/23/2024 por Sergio León

(Otras) Metamorfosis

Por Santiago Espinoza

Con El horizonte del grito (El Cuervo, 2024), la narrativa de Maximiliano Barrientos (Santa Cruz, 1979) acaba de sumar un nuevo título a un temerario proceso de mutación que ya lleva tres libros y que, de seguir con la misma resolución, se aventura a viajes literarios cada vez más insospechados. El más reciente volumen de cuentos del autor cruceño camina por el territorio extraño y siniestro ya trajinado en las novelas En el cuerpo una voz (El Cuervo, 2017) y Miles de ojos (El Cuervo, 2021), sus dos anteriores publicaciones. Como en ellos, toma distancia –aunque no del todo– del estilo ascético y descriptivo de sus primeros cuentos y novelas, para explorar una densidad discursiva que, con frecuencia, se desplaza de la narración pura al ensayo filosófico, cuando no a la prosa poética. Ya no le basta la potencia visual de sus primeras obras, sino que ahora también aspira a una hondura ontológica de incontestable lirismo.

La deriva estilística de Barrientos es coherente con las mutaciones que viene experimentando el paisaje dramático de sus historias. La Santa Cruz marginal-rural, que unas veces se materializa en Bolivia y otras fuera de ella, persiste en sus nuevas narraciones, pero solo como un enclave desastrado al que los personajes no quieren ni pueden aferrarse más. Escapan de ese territorio concreto, sí, pero en fugas que, en verdad, no son estrictamente físicas o geográficas. Son transformaciones mentales y sensoriales, cuando no sobrenaturales, que alteran las percepciones de sus cuerpos. Fugan de sus cuerpos y de sus narrativas hasta desdibujar sus identidades.

Los títulos de los libros son muy decidores de las búsquedas más recientes del escritor. “Cuerpo”, “voz”, “ojos”, “grito” son presencias transversales en sus relatos. Aparecen como formas visuales, que se describen y narran, pero también como ideas abstractas que se deconstruyen y significan. Los nombres de los cuentos traen de vuelta esas presencias y agregan algunas otras también significantes: “Colores monstruosos”, “Todo lo mirado reclama un ojo”, “La pesadilla de la historia”, “La canción del espectro”, “El sueño del hermano o cómo la voz se hace paisaje”. La tensión entre “ojos” y “colores” es una de las más inquietantes: ilustra la insuficiencia de los primeros, que en más de un relato son desaparecidos, para aprehender la materialidad de los segundos, portadores de espeluznantes estadios perceptivos.

“Colores monstruosos” es el título del primer cuento y también la expresión aclaratoria del último, “El sueño del hermano o cómo la voz se hace paisaje (colores monstruosos)”. Nada casual hay en ello. Si algo ya se ha dicho sobre la noción de “colores”, más aún cabe pensar el lugar de lo “monstruoso” en este libro y, cómo no, en la obra reciente de Barrientos. Se trata, pues, de una piedra angular de eso que se ha dado en llamar el “new weird”, tradición literaria que impugna el estatuto de lo real apelando al horror, lo mágico y lo inconsciente, y que, en su variante latinoamericana, interpela con similar ímpetu las corrientes no realistas cultivadas en esta parte del mundo, como lo real maravilloso, lo fantástico o el realismo mágico.

En los cuentos de El horizonte del grito, lo monstruoso remite, unas veces, a estados psíquicos alterados; otras, disecciona cuerpos reconfigurados; unas pocas, convoca presencias espectrales; y algunas más, pone en escena una invasión vegetal de la anatomía humana. Así descritas, son monstruosidades que podrían pulular en otros tantos relatos adscritos al new weird de autores indistintos. La especificidad autoral asoma en un subtexto político-histórico, que se hace patente en cuentos como “El pozo”, “Todo lo mirado reclama un ojo” y “La pesadilla de la historia”, donde, sin ir más lejos, una versión aún más paródica que la real de Percy Fernández juega con sus heces, la dictadura militar se disuelve en la selva y los vuelos de la muerte para desaparecer izquierdosos se reviven como un ritual familiar.

Ahora bien, incluso más que el comentario contextual, el rasgo definitorio de la autoría de las narraciones weird de Barrientos habita en su marca de origen: la herida emocional que precede a la experiencia sobrenatural. Las suyas siguen siendo historias de hombres rotos, (cruceños) cuarentones atracados por un pasado irresoluto, hijos –hermanos, amigos– que regurgitan sin fin sus vínculos familiares, seres perplejos que se extravían en miedos primitivos. Voces de familiares asesinados que martillan la cabeza, árboles que incrustan sus ramas en cuerpos dóciles, pesadillas heredadas que recrean la caída al mar desde un avión, niños perdidos que incitan a la autolesión: todas estas son formas monstruosas de un monstruo mayor, la memoria del dolor.

Si el asedio de la memoria desgarrada continúa siendo el monstruo imbatible que recorre toda su obra, de la realista a la weird, acaso el impulso más renovador de la escritura más reciente de Maximiliano Barrientos se halla en la exploración formal del lenguaje. Leídos en una perspectiva más técnica, algo que obviamente seduce al autor, los cuentos de El horizonte del grito componen una admirable partitura de variaciones estilísticas de un mismo tema (a la usanza de las “Variaciones Goldberg”). Con un repertorio común de historias (hombres obstinados con entender su pasado), de imágenes (órganos dentados, ojos sin rostro) y de mandatos (la recomposición del cuerpo desde sus partes físicas y narrativas), Barrientos ejecuta una misma pieza que se repite pero no se agota, introduciendo en sus distintos niveles variaciones de complejidad oscilante y volviendo siempre al motivo central de la partitura. Lo dice mejor el propio autor en el cuento que bautiza al libro: “Eran modulaciones de la misma rabia, pero había algo en él que hacía que su rabia fuera especial: estaba matizada por un dolor profundo y hermoso que lo volvía peligroso”.

Ni más ni menos: con esta colección de cuentos, el autor cruceño consuma un ambicioso ejercicio de virtuosismo estilístico consagrado al desmontaje del dolor, en textos que se metamorfosean con radicalidad hasta configurar cuerpos deformes y una escritura rotunda.

Fuente: La Ramona