Óscar Soria del guión a la novela, y al revés
Por: Mary Carmen Molina
Algún día voy a utilizar en una película el trance en el que un hombre llora en público”. Tal vez al decir esto —en un homenaje de la municipalidad dos años antes de su muerte, en 1988— Óscar Soria tenía en mente la escena de otra película, una que sí se realizó con su guion. En La vertiente (Jorge Ruiz, 1952), la primera producción cinematográfica boliviana filmada en Beni, una larga escena muestra el trance del rostro de una mujer escuchando la serenata que le lleva un guitarrero. La demora que comparten ambas escenas muestra ese impulso de documentar a través del cine la vida de unos cuerpos y unos ojos, gesto casi completamente perdido en el cine boliviano post Soria.
A 30 años de su muerte, ocurrida el 14 de marzo de 1988, comienza una revisita a la obra del guionista más prolífico de Bolivia. En su tercer número, la revista de cine Nuevas Pornos presenta una reedición digital de tres escritos de Soria. No sus guiones, sino Contado y soñado. Escenas y visiones de Río de Janeiro, su primera novela de 1957; y el volumen póstumo de cuentos editado por primera vez en 1991, Sepan de este andar. Además, la publicación recoge un ensayo de Soria originalmente titulado Para una historia del cine boliviano, publicado en la edición del sesquicentenario de la república (1975) del periódico Presencia. La recuperación no concluye ahí: Álvaro Diez Astete, escritor y amigo de Soria, custodio de cuatro novelas inéditas, anuncia la preparación de las obras completas del autor.
La historia de una de las escenas del hallazgo va así. Astete fue contactado por el editor de Nuevas Pornos, Gilmar Gonzales, a propósito del centenario del nacimiento de Soria, en diciembre de 2017. Poco después de su muerte, Astete comenzó a trabajar en la edición de las obras completas, proyecto que quedó estancado por falta de recursos. Sin embargo, se logró publicar en 1991 el volumen de cuentos ahora reeditado por Gonzales. Y, además, Astete —quien en los 90 recuperó Los papeles de Narciso Lima Achá de Jaime Saenz— retomó el proyecto de publicación de las novelas de Soria.
La obra recuperada —los libros reeditados y los de próxima publicación— es literaria. No obstante, mucho de lo escrito y hasta ahora olvidado está profundamente enraizado al Soria que tanto se ha visto, sin ver realmente. Y es que poco polvo ha levantado un hecho flagrante en la historia del cine en Bolivia: como señala Gonzales en un artículo también publicado en la revista, Soria es guionista de un tercio de las 12 películas fundamentales del país: Ukamau (1966) y Yawar Mallku (1969) de Jorge Sanjinés, Chuquiago (1977) de Antonio Eguino y Mi Socio de Paolo Agazzi (1982). Además, Cuestión de fe (1995) de Marcos Loayza está dedicada a él.
Como parte fundamental de Ukamau entre 1960 y 1980, casi a ningún cineasta boliviano de los últimos 50 años se le ha escapado una reivindicación del papel de Soria en sus películas y en el amplio espectro de la producción cinematográfica nacional. Lo cierto es que ese papel, como el de todo guionista, ha sido abordado en su lateralidad con respecto a otros roles, como el del director.
Pero Soria no era como todo guionista. “Era el que viajaba a recopilar historias. Para él, el guionista no era quien se imaginaba argumentos, un capo creador, sino alguien que recogía historias”, explica Gonzales. En ese afán de hilar con la realidad, organizó junto a Antonio Eguino grupos focales con personas de diferentes barrios y clases sociales para preparar el guion de Chuquiago. Como un investigador, cuenta Gonzales, “se fue con una carpa y un sleeping a hablar con la gente y así recogió la historia de El coraje del pueblo de Sanjinés”.
Con la reedición de su primera novela, se ilumina otro viaje de Soria, desconocido, que no terminó en película sino en libro. Su primera salida de La Paz con miras a escribir un guion ocurrió casi una década antes de Ukamau, el primer filme al que contribuye con el argumento original. En 1957, cuando se recuperaron las cintas de la filmación de Detrás de los Andes, le encargaron a Soria, reciente contratación de Bolivia Films, un argumento para retomar la realización de esta película.
Antes, la productora había enviado a Hugo Roncal para que busque al actor, Charlie Smith, vagabundo presuntamente visto por última vez en Brasil. Roncal retorna de su viaje, sin el gringo loco, pero con una historia para contar. Se la contó a Soria, quien imaginó como punto de partida de la posible reargumentación de la película el periplo mismo de Roncal. Como sabemos, éste no es el argumento de Mina Alaska, nombre con el que fue concluida la película, estrenada en 1967.
La novela es el arco entre la búsqueda de un hombre y el encuentro de un pueblo. “El viaje, el conocer formas, movimientos, cuerpos, los rostros que ve o las charlas que tiene el personaje, todos estos signos son la vida de un lugar”, expresa Gonzales.
Detrás de esta misma vida estuvo Soria cuando planeó varias escenas con cámara escondida en el cine boliviano. “La gente sonríe de verdad solo en películas guionizadas por Soria”, según el editor de Nuevas Pornos. Pasa así en la secuencia inicial de Pueblo chico (1974), primer film dirigido por Antonio Eguino. A Soria le gustaba poner la cámara en las calles y, digamos, no avisarle a la gente, o no hacerlo con una anticipación que acartonara la fluidez entre la cámara y el mundo. El personaje está en medio de una multitud a la salida de un tren; la cámara lo sigue de lejos. “El riesgo que corrieron es lo que les pasó”. Una persona mira a la cámara con sorpresa; otra, menos tímida, saluda feliz. Más allá de señalar un error, Gonzales reivindica en este hecho una naturalidad ahora perdida. “Si algunas películas bolivianas actuales tuvieran extras de Soria, serían mucho más interesantes”.
Difícil saberlo. Menos complicado, empero, escuchar el eco de una percepción de este guionista en 1975. Sobre el Nuevo Cine, y probablemente sobre un impulso transversal del cine boliviano, plantea que “tiende a estar más cerca de la vida y que ha estado tendiendo a la fusión del documental y la ficción”.
‘Contado y soñado. Visión y escenas de Río de Janeiro’
Oscar Soria / Escritor Yo, que me he quedado sin saber qué lado tomar, me acerco a uno para preguntarle por dónde puedo pasar. Estoy hablándole, cuando el grupo comienza a cantar; aquél a quien me dirigí, me hace, entonces, señas de que tengo que esperar.
El coro se eleva dulce, pero caudaloso y firme. Repite varias veces la palabra “travalho”, golpeando con ella como con una azada o un martillo. El canto me retiene; yo no sé qué dice, pero, conmovido, siento que lo que dice es verdad.
…Trato de correr, presa nuevamente de la angustia de no llegar. Una gran multitud camina desordenadamente en sentido contrario al que llevo. Yo me abro paso, hago rodeos, me paro, torno a caminar, corro otra vez.
La multitud ralea y puedo correr más libremente. Finalmente, la perspectiva se abre y yo me paro un momento para observar. Allá está él: “¡Charlie…!” Me lanzo a una carrera loca. Él me ve y abre los brazos. Me parece que quiero y respeto al viejo como un padre o un hermano mayor.
Me conmueve el recuerdo de su entereza, de su humor, de con qué dignidad, con qué realeza disponía de las cosas de la vida, él que no era más que un vagabundo, un mendigo. Ya llego. Busco sus brazos. Y los estrecho…
…Me desprendo, poco a poco, de los postes de hierro a las que estoy abrazado. Siento rabia y unas ganas como de llorar. Y siento una gran vergüenza de que alguien hubiera observado mi frustración. Me fijo maquinalmente: aquí no hay más que los hierros de una baranda de muelle; y más allá y al pie, el mar que jadea… Allí, a la izquierda, hay un dispositivo de cadena sin fin que sale de un almacén del muelle y va hasta un barco, a cuyo vientre penetra por una escotilla abierta. La interminable fila de sacos de café sube silenciosa y blanca, para desaparecer detrás de la escotilla insaciable.
Por fin se da término a la operación de cargue, se quita el dispositivo de cadena y se cierra la escotilla. Una sirena asorda el aire y cuando el barco está a punto de zarpar, veo otra vez a Charlie, la barba despeinada por la brisa salina, un brillo emocionado en los ojos y la mano en un ademán de despedida…
Pero yo ya no sé si lo que estoy viendo no es la copia de trabajo de una película que acaba de recibir la empresa cinematográfica en que trabajo y que filmamos con Charlie. Película en cuya escena, el viejo protagonista, después de muchas aventuras, está junto a la borda de un barco que va a zarpar, haciendo un leve ademán de despedida al amigo que se queda en el muelle, y que soy yo mismo.
Fuente: Tendencias