07/04/2024 por Sergio León

Olvidé que una vez fui cuerpo

 

Pronto habrá solo cosas. Autos amontonados en carreteras 
y edificios abandonados y cines consumidos por la vegetación. 
Las botellas de whisky no se diferenciarán de los huesos humanos. 
Nadie habrá para mirar y constatar la diferencia. 
En eso consistirá la plenitud del mundo.
Maximiliano Barrientos

Por Martín Zelaya

Un hombre vive sus instantes finales, tras la masacre del régimen militar. Está en una cueva junto con el espectro-memoria de su mujer, María. ¿Es él o el delirio de ser él? No se sabe, y poco importa.

En “Todo lo mirado reclama un ojo”, el mejor relato de este libro, recuerdos-visiones-deseos se mezclan en un largo y tortuoso final –el del protagonista y su mundo conocido– que le hace un guiño a Rulfo: llega un moribundo soldado desertor y juntos parten –este último cargado a espaldas del otro– hacia lo inevitable, siguiendo el susurro de María.

El cielo cada vez está más rojo. Me siento a un metro de la puerta y canto para nadie o para ella, y en algún momento, el lenguaje me expulsa, me deja acá afuera, con todos estos colores imposibles. (105)

Si bien en el clásico “No oyes ladrar los perros” del maestro mexicano, padre e hijo van con la tenue esperanza del remedio, ahora la marcha más bien es en desesperada persecución del fin.

En “La canción del espectro”, niños muertos en un accidente aéreo en la selva boliviana hallan la manera de atraer gente y escogen a un cineasta fracasado que forma parte de una expedición de búsqueda. En él abren los ojos para mirar y ser vistos en su tragedia que no deja de suceder en un eterno bucle temporal.

Mi cuerpo se expandía. No había límites precisos, la noción sujeto-objeto carecía de sentido. Las explosiones saturaban el aire y lo llenaban de una violencia divina. (…) Había caído de vuelta en mi nombre y había heredado, como una imposición, el pasado… (183-184)

En El horizonte del grito (El Cuervo, 2024) de Maximiliano Barrientos, los nueve relatos tienen muchos ejes comunes que revelan una sólida propuesta sustentada en algunos conceptos e ideas que se repiten y plantean de diferentes maneras. Lo corpóreo y extracorporal, la mirada (los ojos como ventanas para ver y ser vistos), como se ve en los dos cuentos hasta ahora comentados.

En los bordes de la herida abierta apareció un ojo. Algo me miraba desde arriba. (191)

El cuerpo es solo una carcasa. El motivo, el pretexto para pasar por lo que se está pasando. Su posibilidad, su existencia, se justifica en la esperanza del abandono, del “sacarse el cuerpo”. Lo extracorpóreo como opción liberadora, pero aterradora a la vez: ¿queremos realmente ver-saber lo que pasa?

El cuerpo se vuelve paisaje mental. En esa mancha que crece en el cielo solo hay aliento. Al nombrarlo, lo palpo. El animal circula en la sangre. Se alimenta de pesadillas, las talla en mi sistema nervioso. Modela imágenes y las vuelve biología. (22)

Respiraba toda esa luz hasta que ya no me fue posible divisar nada, ni forma ni sonido, y en esa ceguera total, absoluta, olvidé que alguna vez fui cuerpo. (237)

Pero también es fundamental el sueño, el estado onírico como recurso y ventana para mirar/ser vistos; para contactarse; para seguir siendo. “Colores monstruosos”, que abre el libro es otro de los textos clave. El protagonista recibe la noticia de la muerte de su hermano y va a ver el cadáver a un pueblo miserable de frontera. Poco después de que lo reconoce en la morgue, se roban el cuerpo y en su persistencia por hallar pistas, empieza a recibir señales: videos, extraños “paquetes” que le dejan en el hotel, que le inducen a trances en los que su hermano se comunica, le muestra el pasado y las posibilidades de otras vidas que a ninguno de los dos les fueron dadas.

Dijo que cuando dormía podía vivir de otra manera aquello que codificaba como pasado. Dijo que el sueño operaba con imágenes dialécticas (…). Dijo que cuando soñaba vivía otra vez lo vivido pero en una configuración diferente a la que proponía la memoria. (29-30)

Los sueños son el recurso catalizador de este libro: vínculo entre vivos y muertos, ventana presente/pasado, premonición… ¿o son, más bien, las realidades ocultas por la fachada de la supuesta realidad?

“La tercera transformación”, el relato que más dialoga con la obra de Mariana Enriquez, la maestra del género, cuenta la historia de dos metaleros de pueblo; uno que se queda y otro que migra y vuelve años después atraído con engaños para ser objeto de la tercera transformación: dar su cuerpo a alguien que ya no goza del suyo. Encarnación de sueños, resurrecciones a costa de sacrificios, cuerpos fundidos con vegetación… Aquí, Barrientos interactúa también con el eje de Miles de ojos, su novela de 2021.

Van a crecer en tu cuerpo, dijo aquella mujer que aparentaba ser mi esposa.

Dijo:

Van a florecer. Ese va a ser tu regalo. Me los vas a regresar. (…)

La vegetación crecía en el pecho. Desgarraba los poros, emergía por el recto y el ano: se expandía por las nalgas y ascendía por la espalda hasta alcanzar el cuerpo de Eduardo.

Succionaban, lo sentía en la nuca. Los gemelos se alimentaban.

Intenté pararme pero mis piernas no respondían, no tenía voluntad. El cuerpo dejó de pertenecerme. (170-171)

En el cuento que da nombre al libro –otro de los mejor logrados–, otros dos adolescentes metaleros, esta vez clasemedieros y marginados de su entorno social con ínfulas arribistas, planean quemar una iglesia como gran golpe a la sociedad pacata. Fracasan y en la huida uno de ellos experimenta una experiencia de metamorfosis, de intervención extracorporal que lo funde con un árbol… o al menos eso cree cuando, 12 años después, recuerda todo tras encontrarse casualmente con su compañero de aventura y cree enloquecer al percatarse que al otro nunca le pasó nada.

Y entonces, cuando lo toqué, fui capaz de mirar:

Tu cuerpo es una abominación, dijo ese ruido que provenía de la madera y que la noche pasada fui incapaz de descifrar. El zumbido producía sentido. Lo percibía, lo tocaba.

Mirar era ejercer el tacto. (232)

Y es que este libro también habla mucho de la memoria y la locura. Del pasado como un peso incontenible que ya lo determinó todo –de lo irremediable– por un lado; y de la enajenación, acaso como la menos peor de las opciones: cómo no permitir que la mente escape, si hay esa posibilidad.

Para él, eso era el pasado. Un lenguaje que habíamos perdido. Cuando recordamos, desciframos algo que está ahí en potencia, lo actualizamos desde una narrativa que postula una versión. Soñar es un poco eso también: aprender a hablar en ese lenguaje en el que quedó cifrada la experiencia. (54)

“El pozo”, es una divertida conjetura sobre Percy Fernández, personaje de carne y hueso que ninguna ficción podría igualar en su ridiculez. Un alcalde demente sigue al mando de la ciudad, sostenido por su círculo de corrupción y por la infaltable empleada sumisa incondicional. “La pesadilla de la historia” –con guiños a Nuestra parte de noche de la Enriquez– muestra que el horror se hereda, no solo la fortuna. “Ofrenda” es otra historia que enfatiza en que el pasado siempre lo alcanza a uno y toca pagar cuentas pendientes: el amigo que salió intacto de una carrera mortal de motos debe –muchos años después– dar su cuerpo en ofrenda para resarcir al otro. Y “El sueño del hermano”, que cierra el libro, es la continuación del relato inicial, desde la perspectiva de lo que vive-sueña-atraviesa el otro hermano. Al igual que en el largo cierre del cuento matriz, Barrientos se explaya en un extravío de niveles-recuerdos-experiencias-ritos cuya notable construcción de lenguaje no evita, no obstante, que sean las partes más flojas de un libro que de ninguna manera baja del nivel promedio –notable– de toda su narrativa.

Fuente: Ecdótica