Octubre Negro
Por: Miguel Esquirol Ríos
Adolfo Cáceres escribe en la novela “Octubre Negro” (2007): La educación y salud son los pilares fundamentales para la supervivencia de una nación. Y justamente estos son los tres elementos que coinciden en esta pequeña pero interesante novela articulados con uno de los momentos más triste de la historia boliviana de los últimos años.
Un maestro de historia acude al hospital a recoger los resultados del análisis mientras médicos y enfermeras entran en huelga de hambre, y la tragedia de Octubre Negro deja sus heridos y muertos en la puerta de urgencias. Además, el protagonista se encuentra con un antiguo amigo, profesor como él, cuya historia se convertirá en un eco lejano, una historia de obsesión y decepción; un descenso a un infiero personal que lo dejará postrado en una cama de ese mismo hospital. La metáfora del descenso al infierno no es casual como se verá.
El personaje recordará el ensayo de Arguedas “Pueblo Enfermo”, viendo si allí encuentra una explicación para ese momento de pesimismo y desilusión de un país que parece que se va rindiendo. No solo el pueblo está enfermo, sino sus propios pilares (la educación y la salud) están infestados de defectos morales y prácticos. Y aunque quizás queda una esperanza, hay amargura en su aceptación e incluso incredulidad.
El escritor se trasmuta en su personaje, se desplaza en su historia personal como profesor y escritor, y refleja quizás el momento de desamparo que ver las noticias en la televisión de los muertos en Parotani causaron en él. Nacida la novela de la necesidad de expresar lo que ese instante significó para el autor, esta novela discurre en muchos momentos en un realismo psicológico que es el espacio ideal para el análisis y la meditación. El reflejo físico y espacial que surge de esas meditaciones genera un hospital de inacabables pasillos kafkaianos, de burocracias imposibles. La dualidad de algunos momentos demuestra su desencanto con todo, incluso con la vida. El baño y una escatológica escena conectan con una fiesta de alcohol y juventud, por un lado, y la muerte inevitable representada en la sala de oncología con el único espacio limpio y luminoso del pequeño universo creado en la novela.
Fuera de Arguedas como punto de discusión, existen dos autores que sobrevuelan la obra afectando a la narración en sus pulsiones más intimas. La primera, la colección de poemas de Edmundo Camargo incluso de forma física en el libro sobre la mesa de noche del enfermo, y por otro lado la novela “La muerte de Virgilio” del escritor austriaco Hermann Broch, una novela psicológica que recrea los últimos días del autor de la Eneida.
En un ensayo sobre esta novela se puede leer: “Broch recuerda la época de Virgilio, describiendo la crueldad y los errores del Imperio Romano…. Como Virgilio, última equivalencia, también Broch presiente desde la crisis de su momento un mesianismo e imagina, como Virgilio, vivir en el umbral de una nueva edad.” (Dolores de Asís Garrote). En un juego de espejos, Cáceres también retrata un momento de crisis y quizás el inicio de una nueva edad.
Virgilio por un lado, como acompañante ideal hacia el infierno y a la mente del autor, y el amigo del profesor de historia, como compañero a su personal infierno, cuenta una historia dentro de la historia que servirá como la válvula de presión de la novela y junto a las palabras de Camargo (y su epitafio) y el ruido de fondo de la crisis nacional, el narrador se irá alejando del hospital dejándolo todo detrás salvo un último gesto de ironía o esperanza.
09/12/2007 por Marcelo Paz Soldan