Por Elias Blanco Mamani
Poeta del drama y la alegría chapaca, Octavio Campero Echazú tiene su imagen brillando en lo alto, saltando los tiempos del olvido. Sus versos nos recuerdan sus experiencias vividas, aunque piense que con el pasar de los años la gente lo mira ‘con ojos de ausencia’.
Campero nació en la ciudad de Tarija, Bolivia, el 21 de noviembre del año 1900; falleció en Cochabamba el 5 de julio de 1970. Según anota Wilson Mendieta Pacheco, fue hijo del poeta e impresor M. Campero y, por tanto, nieto del último Marqués del valle de Tuxu; su madre fue Mercedes Echazú Suárez.
Hizo estudios de derecho en la Universidad de San Francisco Xavier de Sucre. Se desempeñó como profesor de Lengua y Literatura, dando clases en el Colegio ‘Junin’ y en la Normal de Sucre. En Tarija siguió con su labor pedagógica y llegó a ser director del Colegio ‘San Luis’ (1937), también dictó clases de Derecho en la Universidad de Tarija. En 1968 el Ministerio de Cultura, Información y Turismo le otorgó una ‘Medalla al Mérito’ bajo el siguiente concepto: “La destacada calidad de la obra literaria y poética de don Octavio Campero Echazú, intérprete del espíritu nacional a través de composiciones bellas, así como su larga actuación de maestro de Estado…”. De manera póstuma le fue dado el Premio Nacional de Cultura (1970) y fue proclamado ‘Maestro de la Juventud Tarijeña’. El año 2010 el conjunto de su obra fue declarada como Patrimonio Cultural de la Nación por ley 036 del Estado.
Campero Echazú ha publicado hasta seis poemarios, cuyos títulos son: Arias sentimentales (1918); Amancayas (1942); Voces (1950); Poemas (1958); Al borde de la sombra (1963) y Aroma de otro tiempo (1971).
Emilio de Medinaceli publicó un ensayo en 1969 sobre el poeta tarijeño, en el que en parte introductoria anota: “Octavio Campero Echazu, el gran poeta de Tarija, es el creador de la poesía para mí llamada camperiana, del amor terrígena, expresada en el lenguaje popular de los indígenas tarijeños, llamados los chapacos en parte y también en el Español castizo”. Por su lado Juan Quirós a tiempo de incorporar varios versos de Campero entre Las cien mejores poesías bolivianas (1968), anotó: “Impregnado en las esencias de su natal terruño, ha escrito una poesía sensorial, grácil y llena de aciertos, de un García Lorca incorporado a la poesía chapaca en cuanto a símbolos, manera y técnica se refiere, pero conservando avaramente la esencialidad del patrimonio de la tierra propia”.
En 1969, entrevistado por el estudioso de la literatura Carlos Castañón Barrientos, ante la pregunta de ¿Cuál es el mejor recuerdo de su vida?, respondió Campero: “Pasando por alto el aspecto relacionado con el sentimiento amoroso, por razones obvias, le diré que algo muy grato para mí fue haber secundado a Gregorio Reynolds en los Juegos Florales de Sucre, y haber obtenido el máximo galardón en los de Cochabamba con mi ‘Carta a tres amigos’ (esos amigos eran Alfredo Vargas, Guido Villagómez y Alberto Azurduy Estenssoro). Quizá mi mejor recuerdo pudiera ser también un viaje que hice a La Paz en compañía de Guillermo Francovich, en el que recibimos muchos homenajes; en esa ocasión conocí a Otero Reiche y estuve con buenos amigos…”
Fuente: Suplemento El Aparapita Nro. 106