Nuestra gran ballena blanca
Por Sebastián Antezana
Una reflexión sobre el peso del género novelístico en Bolivia a partir de su comparación con lo que pasa en novela en otros países de nuestro lado del mundo. La novela boliviana en la mira.
Dentro de nuestra tradición crítica, de análisis y reseña, ya sea por medio de estudios académicos o de comentarios periodísticos, se repite constantemente que el género literario en el cual los bolivianos destacamos de forma especial es el poético. El consenso indica que a pesar de tener ciertos cuentistas, dramaturgos, ensayistas y novelistas destacados —y algunos muy destacados—, es la poesía la que de mejor forma representa algunas de nuestras cumbres en la escritura. Más allá de que tenga un público lector reducido, más allá de que su circulación dentro y fuera de nuestras fronteras sea eminentemente menor, la calidad de la poesía boliviana en relativamente buena parte, está fuera de cuestión.
Pero cambiemos un poco de tema. Si admitimos, siempre siguiendo ese a veces tácito acuerdo sobre la jerarquía de nuestros géneros literarios, que la poesía, más allá de sus problemas editoriales, de circulación y de promoción, es un discurso que goza de una relativamente buena salud, concentrémonos, más bien, en aquellos cuyo pulso al parecer es bajo, en algunos casos de forma dramática. Hablemos, entonces, de novela. ¿Que por qué de novela? Pues porque no es un género que, a nivel país, nos haya dado tantas satisfacciones, y porque precisamente es, entre todos los demás, el género que, casi por definición, les permite a autor y lector la mayor libertad formal y temática, es el género que exige mayor rigurosidad dentro de su extensión y el que es capaz de llegar a profundidades sólo en raras ocasiones alcanzadas por otros discursos.
ALGO DE HISTORIA. Ya sea en Latino o en Norteamérica, los esfuerzos que pretendían fundar un país, una sociedad, incluso un Estado desde la novela, han dado resultados notables. El Boom y el post-boom en el sur del continente, y la “Gran Novela Americana” en Estados Unidos son esfuerzos notables de sus países productores y de sus autores individuales por fundar (por refundar, en rigor) unos territorios desde su especificidad, desde sus características esenciales que los singularizan y los distinguen del resto. Este esfuerzo, es claro, puede leerse como la respuesta natural de antiguas colonias europeas por constituir imaginarios propios, por originar mitos particulares que establezcan sociedades más independientes y desligadas del todo de sus antiguos colonizadores.
Por otra parte, los intentos novelísticos que en la historia boliviana han tratado de dar cuenta de la realidad nacional en toda su complejidad, se han visto, la gran mayoría de las veces y durante largas décadas del siglo pasado, reducidas a una misma y ya trilladísima parcela: el indigenismo. Esto, como ahora lo vemos, puede haber sido un error, puede haber representado un paso atrás. La fijación naturalista no fue mala por naturalista, fue mala por ser fijación. Hoy, tras varios años de ello, las cosas han cambiado y nos vemos, ya bien entrado el siglo XXI, con una tradición novelística por lo menos irregular, sin grandes obras que la definan ni momentos de quiebre que la conduzcan por caminos originales.
No quiero postular aquí, desde luego, que algo parecido a la llamada “novela total” es a lo que se debió aspirar. Sí quiero decir, sin embargo, que, más allá del tema, más allá del estilo, de la extensión y del asunto que toque, la Gran Novela Boliviana —ese bicho que brilla por su ausencia y que, idealmente, podría llegar a desentrañar, desde alguna especificidad, aquello inconmensurable que se llama sociedad boliviana— sería una novela que, alejada de fijaciones temáticas, aproveche de la mejor forma las muy variadas posibilidades de la forma —género omnívoro y en el que todo vale por excelencia— y sería una novela que se ocupe en desmontar y reconstruir su nacionalidad desde un tiempo y un espacio específicos, sin perder de vista un algo que la vuelva atemporal, no sujeta del todo a la coyuntura.
PREGUNTAS, PREGUNTAS. ¿Cuál es la razón por la que, mientras varios otros países de la región lo hacían de forma notable, Bolivia no haya tenido una incursión seria en la literatura de vanguardia, en el realismo mágico, en el Boom? ¿Por qué esa especie de obsesión de cierta época de la narrativa del continente —esa que se esforzaba por originar grandes relatos fundacionales, ficciones que rivalizaran en complejidad y ambición con el relato histórico— no se encuentra presente en nuestra novela? ¿Cuál es la causa, a fin de cuentas, de que nuestra tradición novelística, más allá de unas cuantas obras, no sea especialmente memorable, especialmente influyente, especialmente importante?
Trayendo la discusión al presente más inmediato, podríamos revisar algunos datos estadísticos. A fines de noviembre del año pasado, auspiciados por la editorial Gente Común, el DIPGIS (Departamento de Interacción, Postgrado e Investigación Social), la Carrera de Literatura y el Instituto de Investigaciones Literarias, salieron a la luz los dos tomos del estudio Literatura y democracia. Novela, cuento y poesía en el periodo 1983-2009. La importante iniciativa, llevada a cabo por un equipo encabezado por los coordinadores Omar Rocha y Cléverth Cárdenas, se concreta en dos tomos que tratan gran parte de la literatura escrita en ese periodo de 27 años. A propósito de ella, Omar Rocha indicaba en una entrevista: “Hemos catalogado y visto que en el periodo estudiado se publicaron un total de 1.738 libros: 356 de novela, 522 de cuento y 860 de poesía, en los principales centros documentales de La Paz, Cochabamba, Santa Cruz y Sucre”. Es claro. No sólo es menor la gravitación de la novela boliviana comparada con la de otros géneros, lo es también su práctica.
Por supuesto, es comprensible que, por su por lo general mayor longitud, la novela sea el género menos practicado que los demás. Pero si descontamos esa causa —que no necesariamente está probada y que puede ser fácilmente rebatida— podríamos entrever otra posibilidad, en este caso, bastante perturbadora. ¿Será posible que por alguna aleatoria confluencia de factores, nuestras incursiones en el género novelístico estén marcadas por una relativa mala fortuna? ¿Será posible que, como sociedad, no hayamos madurado lo necesario —o que no hayamos madurado de la forma en que el género lo requiere— como para poder escribir novela, pero, en cambio, sí para poder escribir poesía y otros discursos? ¿Es, a fin de cuentas, la Gran Novela Boliviana —o, más bien, su falta— nuestro Moby Dick, nuestra gran ballena blanca, esa gran bestia elusiva que nos vuelve locos y a la que perseguimos incansablemente, pero a la que estamos destinados a nunca alcanzar?
356 Este es el pequeño número de novelas publicadas en Bolivia entre los años 1983-2009.
¿Cuál es la razón por la que, mientras varios otros países de la región lo hacían de forma notable, Bolivia no haya tenido una incursión seria en la literatura de vanguardia, en el realismo mágico, en el Boom? ¿Cuál es la causa de que nuestra tradición novelística, más allá de unas cuantas obras, no sea especialmente memorable, especialmente influyente, especialmente importante?
Fuente: Fondo Negro