Novela latinoamericana actual, una breve aproximación
Por: Aldo Medinaceli
Aunque es muy difícil trazar las líneas definitivas de lo que se viene haciendo en América Latina en cuanto a producción de novelas, sí es posible esbozar algunas reflexiones acerca de sus puntos destacados, sus luces más brillantes y los caminos que las mismas vienen fraguando.
Si bien la producción en el continente se había destacado por poseer diversos registros, hoy parecería que ésa se ha convertido en su marca distintiva: la ausencia de una voz dominante y la riqueza de mundos subjetivos, a veces más íntimos, otras más comunales.
La llamada literatura de autor se encuentra cada vez más y mejor acompañada por la literatura de género, la crónica profesional, la netamente comercial y la no-ficción.
No hace mucho se publicó con inusitada expectativa la novela El día de contarlo todo de Jeremías Gamboa, -o en su título reducido: Contarlo todo-, obra que rápidamente trajo a la memoria los primeros libros de Mario Vargas Llosa, tanto por su calidad y cercanía ideológica, como por su enaltecimiento del oficio.
La novela nos lleva de paseo por una Lima en ascenso, abierta al mundo, tanto así que varias de las críticas se han enfocado en este supuesto carácter globalizante de la obra. Sin embargo es destacable la audacia emotiva que brindan sus páginas, los logros en el aspecto de creación de tensiones así como por el brillo de sus mejores momentos.
Así como Gamboa, el mexicano Julián Herbert también ha optado por la variante autobiográfica. En Canción de tumba Herbert recurre a una escritura de magnífica altura poética, cínicas descripciones de su visión del mundo, donde todo parece decantarse.
Una sonoridad bien lograda (Herbert además toca en una banda de rock: Las Madrastras) y algo de poesía experimental: flujos narrativos, introspecciones narcisistas y notables momentos dramáticos, todo esto sin dejar de lado el humor. La novela nos confía la agonía de su madre, además de sus vivencias en festivales literarios. Un poco de drogas. Sexo. Realidad. Ficción.
Este narcoescenario está presente en varias novelas actuales. Tal vez la propuesta del también mexicano Yuri Herrera sea una de las más sólidas por su manejo exquisito del lenguaje, entre la oralidad y lo poético bien calibrado.
La novela Trabajos del reino logra crear un espacio autónomo, atemporal, en el que cada personaje tiene una función (el Artista, el Rey, la Niña), un mundo donde lo ilegal tiene códigos bien definidos y lo socialmente permitido apenas se siente como un eco marginal.
Quizás Contarlo todo represente bien el tipo de obra con enfoque principal en el sujeto urbano, en su interioridad, donde lo que ocurre alrededor pareciera ser sólo la música de fondo de la experiencia psíquica interior. Mientras que Canción de tumba, al no intentar hacer desaparecer su angustia vital, logre mayor profundidad humana, un cuestionamiento a los sistemas dominantes (sin decidirse a salir de los mismos) y un resumen de su sociedad.
Al fin y al cabo hablamos de obras de arte. La intimidad y la violencia. Sus mutuas dependencias. Sus acercamientos inevitables. Estas dos novelas pueden servir -a muy grandes rasgos- como ejes/ejemplos de una parte de lo que se viene produciendo en el continente.
Pero también existen propuestas más osadas como la del chileno Carlos Labbé o la escritora Pola Oloixarac, ambos un claro referente lingüístico y filosófico de los posibles cambios a venir en el siempre mutante género novelístico.
La novela experimental de Carlos Labbé: Pentagonal, incluidos tú y yo, ya viene configurada para un formato virtual, es decir que no existe en papel. Fue publicada en una página de internet (hoy está disponible en la web de la Universidad Complutense) porque sus capítulos en realidad son enlaces (links), posee un orden no-lineal y una estructura que pareciera provenir de los videojuegos o menús de dvds, y otro tanto de Macedonio Fernández.
Por su parte, la hilarante y magistral novela Las teorías salvajes de Oloixarac trasluce sofisticación pura. Una burla y al mismo tiempo una profundización de los códigos académicos. Demolición de las ideologías de izquierda, en especial de las que se asentaron (cómodamente) en el siglo pasado.
Ambas propuestas amenazan con sumarse a la lista de predecesores consolidados como Mario Bellatin, Wendy Guerra o Mario Levrero, incluso con mayores alcances formales que estos últimos.
De esta manera la actual novela latinoamericana brinda un amplio abanico de opciones para elegir, siendo cada vez más difícil encontrar fronteras claras, aunque ellas sigan presentes. El relativismo parece haberse adueñado de sus páginas.
Para concluir este breve esbozo me gustaría lanzar la pregunta si ¿son las ciudades el único espacio posible para ubicar nuestras ficciones? ¿O el vivir en urbes nos da el derecho de ser los únicos productores culturales? ¿Lo rural ha quedado fuera del mapa? ¿Fuera de moda? ¿Off?
Hace unos días una reseña publicada en La Vanguardia de España expresaba lo siguiente con motivo de la reciente Bienal dedicada a Mario Vargas Llosa:
“El indigenista Arguedas -que se suicidó en 1969- era blanco pero creció entre los indios tras ser maltratado por su familia. Vargas Llosa ha representado para algunos el otro polo, el urbano y cosmopolita, pero lo cierto es que también puede verse como una síntesis en el sentido de que su narrativa funde y explica los tres Perús: la costa (urbana), la sierra (rural) y la selva”.
A lo que el escritor peruano Carlos Yushimito respondía en su cuenta/red social: “O sea que Arguedas es tan sólo, para la suficiencia del perfil que presenta el autor, un ‘indigenista’, un suicida, una especie de tarzán maltratado entre indios; mientras Mario Vargas Llosa, en ‘el otro polo’, es todo lo demás, casi una realización armónica del Perú nacional. ¿‘Urbano y cosmopolita’ no parece bordear aquí, además, al esclerótico prejuicio de lo ‘civilizado’? ¿Puede decirme alguien, por favor, que no llevo casi diez años leyendo y releyendo y admirando a ambos, a Arguedas y a Vargas Llosa, en vano? ¿Cómo dejar, pues, que queden reducidos a esta confrontación tan idiota?”.
Hacia el final de Contarlo todo el protagonista se acerca súbitamente a la obra de Arguedas como señal de una posible reconciliación. Y sí, tal confrontación a estas alturas debería haber sido por lo menos en parte resuelta como bien lee Yushimito.
La realidad sin embargo es que aquella vieja disputa pareciera haber encontrado un parcial vencedor -ilusiones del discurso-, cuando en realidad lo que se buscó siempre fue el acercamiento, la eliminación de aquellas barreras y sus anquilosados dogmas.
Esta serie de comentarios digitales abre otro debate quizás más interesante que el de este esbozo, el que sería imposible de iniciar sin aclarar la importancia de lo virtual hoy en día, así como su influencia en la nueva novela latinoamericana, pero eso ya sería harina de otro costal, o material para una nueva aproximación.
Fuente: Letra Siete