Lugares de paso
Por: Maximiliano Barrientos
(Les pasamos como primicia las notas de Maximiliano Barrientos para la presentación de su libro de cuentos Hoteles. Esto para quienes no podrán acompañarlo esta noche y puedan, de alguna forma, transportarse al lugar de la presentación)
El filósofo esloveno Slavoj Zizek, en Lacrimae Rerum, ensayos sobre cine moderno y ciberespacio, indicó que una de las principales razones por las que es imposible hacer un remake de Hitchcock (o por qué cada uno de estos remakes termina pareciéndose a una obra de divulgación), radica en que en las películas del director británico, antecediendo a los elementos puramente narrativos que las habitan, hay ciertos motivos o fetiches que no tienen ninguna carga simbólica, pero que son constantes en toda su obra. Elementos como hombres colgando de la terraza de edificios, autos parqueados en la orilla de precipicios, cráneos momificados, mujeres lúcidas y poco atractivas o casas góticas con grandes escaleras. Zizek escribe: “Hitchcock no partía de la trama para luego traducirla en términos audiovisuales cinematográficos. Partía más bien de un conjunto de motivos (habitualmente visuales) que cautivaban su imaginación, que se le imponían como sus ‘sinthoms’, y luego construía una narración que sirviera como pretexto para usarlos…. Estos ‘sinthoms’ proporcionan el aroma específico, la densidad sustancial de las textura cinematográfica de las películas de Hitchcock: sin ellos, nos quedaríamos con una narración formal, sin vida”.
Algo parecido sucede con Hoteles, libro que presento esta noche. Antes de que exista una geografía narrativa que me hubiese gustado explorar o ciertos personajes cuyos perfiles estuviese interesado en detallar, existió una fascinación por ciertos escenarios: estaciones de servicios, hoteles de paso, cafés que abren toda la noche, lavanderías públicas, carreteras solitarias, cementerios de automóviles, carteles de neón de moteles. Visualmente, esos elementos fueron lo suficientemente seductores para acercarme narrativamente a ellos.
Siguiendo a Zizek, estoy tentado a decir que el libro fue un pretexto para explorar estas constantes visuales. Las tres narraciones de largo aliento que conforman el libro transcurren en estos sitios.
Por un lado está esa carga visual como el gran trasfondo de los relatos, pero luego -y después de varias relecturas- apareció otro motivo, mucho menos consciente y que bien podría ser una mera interpretación: el nomadismo. Los personajes del libro siempre se están yendo de alguna parte o ya lo hicieron hace tiempo y recuerdan, o están preguntándose por qué quieren irse o cuáles son las posibilidades reales de la fuga. El viaje como terapia o como utopía de redención, como un intento por romper las rendijas del pasado. El viaje o la forma más radical del viaje, la desaparición, el cambiar de identidad y comenzar en un lugar donde no se conozca a nadie, como un recurso extremo para darse una segunda oportunidad.
Y los personajes de las tres historias, en distintos sentidos y por razones diferentes, buscan la vía de estar lejos. La desaparición como arte. La invisibilidad como condición de posibilidad para la reconciliación con el mundo.
Pero esto es sólo una lectura.
Puede haber otras que la contradigan.
Y claro, son bienvenidas.
Detrás de todas las lecturas quedan los escenarios de tránsitos, los verdaderos fetiches narrativos.
Los dos relatos y la nouvelle que conforma el volumen adoptan personajes de dos cuentos de Los daños. El cantante de rock de Vidas ejemplares y el estudiante universitario que se reencuentra con una novia de colegio en Suerte. También aparecen personajes de una extensa novela que escribí antes de comenzar Hoteles llamada Afuera: los actores de cine para adulto que deciden subirse en un auto y abandonar la ciudad una vez acabado el reality que protagonizaron para Venus.
Las tres historias están unidas por atmósferas similares y por este intento -muchas veces impulsivo- de cortar las conexiones. Quizás, en un nivel muy inconsciente, pretenda ilustrar un mito muy norteamericano: la capacidad de reinvención constante. La posibilidad de que a pesar de toda la acumulación de experiencia -y de las pérdidas que acarrea la experiencia- siempre se puede hacer tabula rasa y aparecer como nuevo. La identidad es voluble y se amolda, se regenera nos dice este mito. Podés tener cuatro divorcios, un historial donde abundan las entradas y salidas a centros de rehabilitación, sin embargo tus posibilidades de comenzar siguen intactas (es un derecho incuestionable). Un mito que para nosotros, latinoamericanos con sensibilidades menos pragmáticas, nos llega a parecer escandaloso.
Y Hoteles, si se lo lee como una fábula del nomadismo, explora las posibilidades y alcances de esta fantasía: la reinvención sin límites. Cómo vivir solo y por qué. Por qué la ruta llega a convertirse en una opción tan seductora y por qué hay sujetos que llegado cierto punto, lo abandonan todo y se van. Historias sobre desapariciones y sobre los lugares de esas desapariciones -los escenarios donde abundan camareras divorciadas y autos oxidados, habitaciones pequeñas con vista a estacionamientos y bares con una iluminación escasa donde siempre se escuchan canciones de Hank Williams o de Marco Antonio Solís-. La poética de esos sitios y de esos abandonos.
09/18/2007 por Marcelo Paz Soldan