08/25/2017 por Marcelo Paz Soldan
No se puede explicar chiste o develar la obra maestra (Una lectura de “Autorretrato”, de Saúl Montaño)

No se puede explicar chiste o develar la obra maestra (Una lectura de “Autorretrato”, de Saúl Montaño)


No se puede explicar chiste o develar la obra maestra
(Una lectura de “Autorretrato”, de Saúl Montaño)
Por: Daniel Averanga Montiel

“Autorretrato”, el nuevo libro de Saúl Montaño (Nuevo Milenio: 2017), es el mejor ejemplo de lo que quería explicar sobre la paradoja de la lectura literaria. Déjenme ordenar mi posición en cuatro puntos:
Primero: La lectura es una decisión; uno puede leer literatura porque sí, no por aprender algo (como ser buena gente: para eso hay manuales de urbanidad o la Catequesis).
Segundo: Al ser una decisión, uno debe comprometerse con el texto, incluso darle una oportunidad por si el libro en cuestión no interesó desde las primeras páginas.
Tercero: Nadie gana nada al leer literatura, salvo momentos de distracción o placer; pero, muy en el fondo y lo digo con sinceridad, nadie gana nada al haber leído, por ejemplo, “La broma infinita” o “Catre de fierro”; aunque ambas novelas tengan datos interesantes (que son datos innecesarios al final, seamos francos, a no ser que trabajemos de politólogos o humoristas).
Cuarto: Nadie está obligado a terminar un escrito, sea por amistad con el autor o por ideologías, o porque tu novia te lo pidió.
Y aún así, con todas estas reglas y condiciones, uno termina con placer y con una especie de admiración, las 54 páginas de “Autorretrato”, que no es ni novela, ni cuento, ni nada parecido hecho en Bolivia: ¡es un párrafo continuo, las 54 páginas! ¿Suena aburrido? Al parecer sí, este rasgo parece atentar contra el segundo punto expuesto líneas arriba. ¿Cómo leer 54 páginas seguidas de alguien que no es Joyce o García Márquez?
Pero Montaño es Montaño, y logra hacer que el lector de turno caiga en el hechizo.
Me explico: como la lectura es una decisión, y en literatura, una decisión difícil (porque podríamos estar haciendo algo mejor en vez de estar leyendo; por ejemplo, comer, trabajar, hacer el amor), hace falta una especie de hechizo en el que el autor de turno prenda/agarre/sujete de alguna forma al lector, y para esto puede crear empatía, repulsión, placer, horror, interés por la voz omnisciente que nos cuenta algo, lo que sea.
“Resulta difícil convencer al lector de seguirnos leyendo”, esa es una queja eterna de escritor, y remata con: “y más en cuanto plasmamos una historia que posiblemente no le interese del todo”.
Ahí, precisamente, está el hechizo de “Autorretrato”: al ser un libro de No Ficción, agarra al lector desde su primera, hasta su última línea. Pasamos de ser simples lectores, a testigos primarios de un verdadero autorretrato casi pintado (escrito) en vivo, pues es el trabajo de una persona que nos cuenta en calidad de primicia los detalles de su vida, casi en formato de confesión, y no podemos dejar de leer, casi al borde del paroxismo, ciertos detalles que bien podríamos decir: “Yo he vivido lo mismo, pero nunca lo habría dicho así, a la gente, de frente, sin ascos, sin pausas, sin censura”.
“Autorretrato” es, pues, como el último acto de locura que haces al desnudarte y correr frente a los compañeros de tu promoción (y sus familias, porque lo haces en el acto público, para colmo). Un último acto valedero de locura, que diga al mundo: “Aquí estoy, véanme, nunca estaré así de joven o así de sincero”.
Nos topamos con secretos inconfesables, los típicos que son como ver una escena cuasi pornográfica (y por accidente) con tus hijos, o con tus padres, o que ciertos problemas sexuales te asalten en medio de una reunión de importancia.
Esa cotidianidad, esa franca y casi violenta cotidianidad, es lo que encontramos en “Autorretrato”; quizá pueda repeler lo que digo, pero Saúl Montaño logra que esos detalles que posiblemente repulsen, atraigan como imán al lector, ¿y por qué? Sencillo, porque es un trabajo literario de alta calidad, está tan bien escrito que sorprende que Saúl tenga solo 32 años y ya haya logrado un escrito como este y como se ve en sus dos anteriores libros.
Así como el hechizo del gran Víctor Hugo fueron los aforismos escritos entre sus narraciones más clásicas, Montaño logra el hechizo al captar su calidad literaria por medio de descripciones inquietantes, sencillas, sinceras, frías y calientes, que funden al lector con esa voz omnisciente que es Saúl, pero que al mismo tiempo somos nosotros, los que nunca tuvimos el valor de contar algunos de esos pasajes, pero que siempre deseamos hacerlo.
Me sorprendió leer este nuevo libro de Saúl, en casi dos horas.
Es un libro que atrapa, lo confieso, logra el hechizo y deslumbra. No se puede decir más de una obra maestra, porque explicar el chiste ya no produciría risa, ¿o sí?
Fuente: Ecdótica