No llores, prenda, pronto volveré. Migración, movilidad social, herida familiar y desarrollo. Leonardo de la Torre Ávila
Por Mariana Ruiz Romero
El autor de este libro -editado con el patrocinio del PIEB y ya premiado a nivel latinoamericano- presenta ante nosotros una cuidadosa y sentida investigación, donde los datos cuantitativos no opacan en ningún momento la fuerza narrativa del relato. Y es que por las venas de este sociólogo y comunicador social, circula un agregado literario que puede remontarse hasta sus abuelos, Edgar Ávila y Maritza Navajas de Ávila, ambos comprometidos investigadores tarijeños, enamorados de la literatura y atravesados por la historia de nuestro país.
A decir de Alfonso Hinojosa, No llores, prenda plantea un acercamiento profundo a las dinámicas migratorias transnacionales que se dan entre las comunidades de la Tercera Sección de la provincia Esteban Arze y la localidad de Arlington en los Estados Unidos de Norte América; constituyéndose, de hecho, en un referente ineludible en el tratamiento de estos flujos poblacionales de cochabambinos hacia EEUU. Sin embargo, los alcances de esta investigación llegan mucho más allá que el mero registro de un proceso migracional: sus aportes y reflexiones nos impulsan a considerar el fenómeno migratorio bajo una nueva luz. En un país como Bolivia, donde una de cada cinco personas desea o sueña con irse, las implicaciones de esta ya tradición migrante merecen un desglosamiento similar al que se encuentra en este estudio.
Nacidos para migrar
Remontándonos a la tradición de los mitimaes, podemos constatar que el desplazamiento poblacional y la migración estacional supieron permanecer como elementos invariablemente presentes a lo largo de nuestra historia. El antiguo patrón de control vertical de un máximo de pisos ecológicos, parece subsistir en el modo de organización de las poblaciones andinas, habituadas a complementar las necesidades del núcleo mediante cultivos o trabajos en los valles anexos o las tierras del oriente. Otro elemento que permite plantear una suerte de continuidad ideal de esta tradición es que los mitimaqkuna se habrían dedicado a tareas especiales (cerámica, metalurgia y otras) llegando a constituir verdaderas islas artesanales de sus etnias de origen, conviviendo además con representantes de otras culturas, aunque siempre considerándose como pertenecientes al núcleo, conservando sus derechos en el mismo.
Estos datos, junto a otros elementos tomados en cuenta por el autor, le permiten afirmar que las nuevas colonias bolivianas parecerían seguir los senderos trazados por las familias mitimaes, aunque esta vez extendiendo la dinámica doble de sus idas y venidas hacia un nuevo escenario, el de un archipiélago de pisos ecológicos trasnacionales en tiempos de globalización. Sus comunidades o ciudades de origen, sustituidas en términos de residencia por Washington DC, Madrid, Buenos Aires y otras urbes, también podrían cumplir la función que para aquellos viajeros ejercían las cabeceras étnicas cercanas al lago sagrado. Los desplazamientos en función a un centro permanente continúan. Continúa también la necesidad del retorno multifacético hacia la tierra abandonada (65).
Como los mismos migrantes afirman, la tradición migrante se les viene incorporando como en la Argentina la tradición futbolera: desde chiquitos. Las capacidades que esto conlleva, y que no suelen repartirse por igual en todos los humanos -aunque todos somos nómades y buscamos, en algún sentido- pueden verse como una suerte de adaptación en la resistencia (Sterne en de la Torre:71), cualidad crucial a la hora de enfrentarse con los dolores y desafíos de la partida y posterior adaptación a una tierra extraña.
¿Qué lejos estoy/ qué lejos estoy/ de mi ansiedad?1. Herida familiar y desarrollo.
Sin duda, el principal desafío para cualquier migrante es superar de algún modo la separación familiar y territorial. La herida del desarraigo se traduce en una suerte de obligaciones y querencias vinculantes, nunca del todo resueltas. La ambivalencia que conlleva el viajar para acceder a la movilidad social y la mejoría económica, aunque ambas no sean válidas sino en el contexto de reconocimiento de la llamada comunidad de sentimiento permea junto con la nostalgia la decisión migratoria. El hecho de viajar inaugura un particular trasfondo en el que el individuo inicia un diálogo continuo consigo y con quienes le rodean. Las necesidades de los que se quedan, el deseo de aportar al pueblo que los vio nacer, junto a la ambición de dar a la familia transmigrante mejores posibilidades en la tierra natal, forman el complejo conjunto de razones para la existencia y envío de remesas. No lo olvidemos: el 55 por ciento del total del dinero que los residentes bolivianos en el extranjero envían al país, va a parar en inversiones y no a gasto corriente. Razón por la cual las remesas llegan a ser el segundo ingreso en orden de magnitud en las exportaciones a nivel nacional. Esta cifra supera con amplitud al caso de otros migrantes, como los de El Salvador o República Dominicana, donde los índices de inversión de las remesas alcanzan apenas el 16 por ciento y 40 por ciento, respectivamente (35). Los migrantes parecen tratar, entonces, de hacer que la herida familiar sea curada por la sutura del trabajo (Mauss en Giorgis, citado por de la Torre:182).
Así, la ausencia no significa necesariamente no estar presente. La llamada telefónica, el envío de remesas y el apoyo al desarrollo de la comunidad conforman a la vez la razón migratoria y el vínculo del migrante que, atrapado quizás por esta lógica, mantiene hasta casi el final una actitud nómade: No me voy y digo me quedo y al volver, tampoco me vengo para siempre (Dandler y Medeiros, en de la Torre:106). Debe añadirse a esto que, como bien nota de la Torre: el retorno que anhelan, sin embargo, no es exactamente al lugar que dejaron ni al que visitan con frecuencia, sino a un país o una pequeña comarca, para ser específicos, que pueda guardar lo entrañable de la juventud y lo práctico, productivo y pleno de oportunidades de realización personal que muchos migrantes han experimentado en la diáspora. Vivir en una Bolivia que ofrezca las posibilidades que se encontraron en la Argentina, los EEUU o España (185).
Volveré a regar el campo
Para concluir, quisiera concentrarme en el párrafo anterior, aquél donde el afán por el retorno completa aparentemente el círculo de la diáspora boliviana. Bolivia, ese territorio de las nostalgias y los afectos, en palabras del escritor Edmundo Paz Soldán, parece aún poseer las características de aquél El Dorado que infructuosamente buscaron en su Amazonas los españoles, o aquella Tierra sin Mal presente en las tradiciones chiriguanas. La desesperanza inicial, la pobreza y amplitud geográfica de gran parte de nuestro territorio (poseemos una densidad poblacional de tres habitantes por kilómetro cuadrado), parece traducirse en esperanza cuando los bolivianos están dispuestos a enfrentarse a todo con tal de alcanzar sus objetivos. Así como en el proceso del héroe, que tras las heridas y los recorridos busca retornar a la aldea triunfante y renovado, el boliviano migrante no busca abandonar la tierra en que nació: su objetivo final es regresar, diferente a como partió, para a su vez cambiar la tierra que lo vio nacer.
La Tercera Sección de la Provincia Arce ha florecido en más de un sentido. El cultivo intensivo del durazno, apoyado por los locales residentes en el extranjero, contempla ya estándares de calidad muy superiores. El empedrado de las calles y la construcción están en auge, aunque el municipio local cuente con magros recursos, y sólo niños y ancianos puedan verse entre casas vacías, aunque no abandonadas. Contrariamente a la popular noción de que este país no da nada, las inversiones constantes de estos migrantes cochabambinos nos señalan otra cosa: la Bolivia más querible está siendo construida por quienes, en la lejanía, no dejan de pensar que vivir en este lugar es un lujo, que merece ser solventado desde afuera.
Tarija, 21 de agosto de 2006