Nataniel Aguirre no es el autor de ‘Juan de la Rosa’
Por: Gustavo V. García
El estudioso de esta obra, Doctor en Filosofía y Letras, Gustavo García señala que el libro es el resultado de un trabajo conjunto en el que Aguirre sólo fue el editor. En estas páginas, parte de sus argumentos. Este artículo fue publicado en la Edición Digital de La Razón- Domingo, 19 de Septiembre de 2010.
Al igual que la historia, la literatura está plagada de misterios. Algunas veces el enigma es tan complejo que (con)funde lo real con la ficción y viceversa. He aquí uno que me inquieta. Tantas veces se ha repetido que Juan de la Rosa. Memorias del último soldado de la independencia es la mejor novela boliviana, que con ello se olvida que es, sobre todo, uno de los textos más misteriosos de la prosa latinoamericana de cualquier siglo. Explorar ese misterio es el objeto de este ensayo.
La editio princeps fue publicada en Cochabamba por el diario El Heraldo el 14 de septiembre de 1885. La historia de esta primera edición es tan fascinante como compleja. Resumo lo esencial. Es la única donde se lee que Juan de la Rosa es el autor de Memorias del último soldado de la independencia y no Nataniel Aguirre, cuyo nombre no aparece en ninguna parte. También es la única que apareció en vida de Aguirre quien, que yo sepa, no asumió la paternidad del texto.
Un cuarto de siglo más tarde, de manera inexplicable, fue mutilada por los editores de la segunda edición (1909). Este comité editorial se tomó la “libertad” de incorporar al título original el nombre del, para ellos, supuesto autor. A partir de ahí Memorias… se transformó en Juan de la Rosa. Memorias del último soldado de la independencia, la mítica “novela” escrita por Nataniel Aguirre. Este nuevo libro, lamentablemente, se convirtió en el texto base para ediciones posteriores que repiten sus añadiduras, erratas y omisiones. Una vez que la princeps desaparece del mapa literario boliviano, es casi imposible acceder a ella.
La exégesis de esta “novela histórica” (Anderson Imbert; Díez de Medina; Ovando Sanz) abunda en inexactitudes y ambigüedades. Muchos escriben que la primera edición es “doble”: “(…) apareció inicialmente como folletín de El Heraldo y luego, casi de inmediato, como volumen de regular espesor” (Castañón Barrientos) en 1885.
Lo que está fuera de discusión es que el texto forma parte de una serie que comprendía cuatro títulos. Los críticos, repitiendo la “advertencia” de los editores del segundo tomo de las Obras de Nataniel Aguirre, lamentan que sólo la primera parte fue concluida y que las restantes se extraviaron: “La segunda parte del libro debió ser Los Porteños. Dicen que los originales fueron perdidos, o, cuando menos, dejados a medio trabajo. Nosotros, como un milagro que asombra nuestra curiosidad, hemos encontrado solamente una carilla de Los Porteños, realizada de puño y letra de Aguirre” (Díaz Machicao). Una lectura cuidadosa de la princeps confirma que las “memorias” de Juan de la Rosa estaban divididas en cuatro episodios: Cochabamba (título suprimido a partir de la segunda edición), Los Porteños (anunciada al final de la primera parte), Hayopaya y Los Colombianos. Todas las ediciones de Juan de la Rosa, a excepción de la publicada por Plural, no permiten acceder a estos datos porque se basan en la segunda edición hecha por la Librería de la Vda. de C. Bouret —a partir de acá, denominada como “B”—. Esta edición, a casi un cuarto de siglo de la primera, atribuye a Nataniel Aguirre, muerto el 11 de septiembre de 1888, la autoría de la “novela” además de introducir los arbitrarios “retoques” de sus editores. Ofrezco las pruebas.
MEMORIAS. En el capítulo XVIII, una “nota del editor” informa que: “La tercera parte de estas memorias, Hayopaya, contiene detalles interesantes de la guerra interminable que sostuvieron los patriotas”. La nota, inexplicablemente eliminada en “B” y en todas las ediciones posteriores, da elementos claves para el estudio del texto. Primero, se confirma que “autor” y “editor” son dos personas distintas. Asimismo, el editor, quienquiera que fuese, da a entender que tuvo en sus manos la continuación de estas memorias. Una confesión autoral en el capítulo XXIV respalda este juicio: “Había en ella algunos cuadernos manuscritos de diferentes letras, más o menos amarillentos, según el tiempo que cada uno tenía. Aquí están ahora mismo, sobre la mesa en que escribo, conservados por la misma niña que no quise entonces que los viera, del modo que os he de referir en su caso y lugar”. Aunque acá, a nivel diegético, es un personaje —si todavía se insiste en la filiación literaria del texto— el que proporciona este dato; la voz autoral, en el plano extradiegético, titula el capítulo XXVII: ‘De cómo fui y llegué a donde quería; con lo que pondré punto a esta primera parte de mis memorias’. Los editores de “B” y sus continuadores suprimen la frase “con lo que pondré punto a esta primera parte de mis memorias”.
El párrafo final del texto es concluyente: “Aquí debo poner punto a la primera parte de mis memorias. Mi vida cambió por completo desde aquel instante, como veréis, si aún os interesa esta sencilla narración, en la parte siguiente, a la que he dado el título de Los Porteños”. Los editores de “B” (y todas las ediciones) omiten: “a la primera parte de mis memorias” y concluyen el relato eliminando la frase final. Mi conclusión, aunque polémica, proviene del propio texto. Juan de la Rosa.
Memorias del último soldado de la independencia no sólo fue concebida como una serie de cuatro volúmenes, sino que fue completada, tal cual se infiere de las “Notas del editor” y de la voz autoral. Y acá el problema se complica porque, de existir las otras partes, ¿dónde se encuentran?, ¿las vio alguien además del editor de la primera edición?
Las omisiones documentadas en la edición crítica demuestran que los editores de “B” manipularon la primera edición. Sus motivos se pierden en la conjetura. Adelanto el más notorio: presentar una “novela completa” y no trunca como otros trabajos de Nataniel Aguirre. Hay otro motivo inquietante: J. de la R. —el prólogo está firmado así—, siquiera se trate de un pseudónimo o de un nombre verdadero, es el autor de sus memorias, tal cual se lee en la princeps. Su claridad, y el “arte” de los editores susodichos, han despistado a todos sus lectores.
Mis dudas sobre el “autor” del texto surgieron cuando trabajaba en la edición crítica elaborada, en principio para Los Amigos del Libro (2008) y, por el deceso de don Werner Guttentag, publicada por Plural (2010). En algunas páginas de esa edición el lector puede encontrar de manera clara dudas razonables respecto a Aguirre y sugerencias sobre la posible autoría de J. de la R. Mi especialización en literatura testimonial despertó mis sospechas. En el texto de 1885 hay dos tipos de notas que van a pie de página. Algunas no ofrecen ninguna explicación: otras son señaladas como “nota del editor”. Las ediciones modernas (las de Madrid y Caracas) identifican, con aparente sentido común, a las notas anónimas como: “nota del autor”. Esta convención puede confundir a un lector poco atento, ya que ¿quién es el “autor” de estas notas? ¿J. de la R., así sea en calidad de narratario o Aguirre? La mediatización textual se complica por las “notas del editor” que también plantean interrogantes en cuanto a su autoría: ¿Aguirre, el anónimo receptor de la carta–prólogo, o algún otro anónimo editor de El Heraldo?
En el capítulo XVIII la “nota del editor”, eliminada en “B”, confirma que “autor” y “editor” son dos personas distintas. El rompecabezas estaba casi completo: la presencia, así sea ¿ficticia?, de un autor–testigo y un editor con acceso a las instituciones culturales de su época hacen de Juan de la Rosa un antecedente decimonónico de la escritura de testimonio. Es más, en este caso se tiene una mediación de varios niveles: el autor J. de la R. envía sus memorias, que incluyen otros escritos y documentos históricos, a un anónimo suscriptor de una sociedad patriótica (¿Nataniel Aguirre?) que, a su vez, las edita y publica en El Heraldo. El padre de Nataniel Aguirre proporciona otra pista. Eufronio Viscarra, en 1882, escribe que utilizó un trabajo histórico inédito de Miguel María de Aguirre. Según Viscarra: “La palabra del señor Aguirre es tanto más autorizada cuanto que él quizás fue testigo presencial de aquellos sucesos” (Apuntes para la historia de Cochabamba). Con esta información no se necesita hilar muy fino para sugerir que J. de la R. pudo haber sido otro “testigo presencial” ligado por lazos de amistad a Aguirre padre (la versión de ambos en el relato de algunos sucesos históricos es, en esencia, la misma).
Este posible vínculo sería la razón por la cual el viejo coronel independentista, muerto Aguirre padre (1873), enviara sus manuscritos, desde Caracato, al hijo de su compañero. Viscarra aporta otro dato para dudar de la autoría de Aguirre. Un año después de la muerte de aquél, Eufronio, amigo y compañero de lides políticas, imprime la primera biografía de Nataniel Aguirre (1889). Lo extraño es que en este libro no hay ninguna mención a la obra Juan de la Rosa. Años después Viscarra, en el prólogo a la segunda edición (1909), se queja de que: “Cuando esta obra apareció en El Heraldo de Cochabamba en 1885, fué [sic] recibida con frialdad, siendo muy pocas las personas que en ella fijaron su atención” (XII). Si Viscarra conocía esta publicación en 1885, ¿por qué no la menciona en la biografía de Aguirre? La omisión es sospechosa dado su entusiasmo con que celebra los logros intelectuales y políticos de Nataniel Aguirre.
Tomás O’Connor D’Arlach, otro de sus contemporáneos, publica en 1893 Semblanzas y Recuerdos. En las páginas 69–72, dedicadas a Nataniel Aguirre, tampoco hace referencia a Juan de la Rosa. Y no es que ignorase las dotes literarias de Aguirre. De aquí infiero, a mi pesar, que antes de 1909 (fecha de la segunda edición), ni sus amigos más cercanos le atribuían la autoría de ese texto.
La carilla de Los Porteños descubierta por Porfirio Díaz Machicao refuerza mi hipótesis. En este documento con destino a la ciudad de Sucre y fechado el 6 de agosto de 1885 (un poco más de un mes antes de que se publicara la primera parte) se lee: “Merceditas me ha sugerido la idea de suplicar a UU. que se sirvan poner esta segunda parte de mis memorias en manos del Directorio del Club ‘25 de Mayo’” (citado por Díaz Machicao 316). Si Aguirre fue el autor de esta segunda parte, ¿qué necesidad tenía de prolongar su anonimato? A riesgo de equivocarme, supongo que el viejo coronel Juan de la Rosa, impaciente ante la proximidad de la muerte (cumplió 85 años en 1884), tenía prisa por publicar sus memorias. Si la “Sociedad 14 de Septiembre” de Cochabamba todavía no había publicado la primera parte pese a tener los manuscritos por el lapso de casi un año, era mejor probar fortuna con otra institución literaria. Sucre, además, por la fecha y contenido de la carta, era el espacio cultural más apropiado.
ENIGMA. En julio de 2010, aprovechando mi participación en el XVII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas en la Universidad de La Sapienza (Roma), pasé una semana en París. Allá, en la Bibliothèque Nationale, se encuentra la primera página de la primera edición de “La bellísima Floriana” fechada en 1886. Bajo el encabezado de Leyendas bolivianas, este documento terminó por vencer mis dudas. (El texto mencionado se encuentra en el recuadro de la página anterior).
Si todavía se insiste en atribuir a Aguirre la autoría de Juan de la Rosa, ¿por qué éste persevera en usar un pseudónimo que no tenía ningún sentido dada la publicación de libros de ficción reconocidos por él?
Otra constatación que ya no es ningún misterio. El documento anterior, cuya existencia me obliga a hacer públicas mis sospechas, fue omitido en el segundo tomo de Obras de Nataniel Aguirre (1911). En la ‘advertencia’ los editores escriben: “El primer tomo de las Obras de Nataniel Aguirre comprende la novela histórica Juan de la Rosa que, según lo manifestó el Autor, poco antes de su muerte, debía continuar en otros tres volúmenes y abarcar así todos los acontecimientos de la Guerra de los
Quince Años, hasta la proclamación de la Independencia de Bolivia. Los títulos de las cuatro partes, en que debía dividirse la obra, iban á ser: Cochabamba (única terminada), Los Porteños, Ayopaya y Los Colombianos. Afortunadamente, el plan que se trazó el Autor y la natural división de las distintas partes de la novela, presentan, hasta cierto punto, desenlazada por sí sola la primera y única que dejó escrita. Los Editores”.
Hecha esta “advertencia” los editores omiten el encabezado de Leyendas bolivianas e inmediatamente transcriben “La bellísima Floriana”. La labor de estos editores, ¿quiénes eran?, es poco menos que censurable. Lo asombroso es que nadie haya cuestionado esa “advertencia”, la primera fuente en atribuir a Nataniel Aguirre la autoría de Juan de la Rosa.
Falta, ahora, saber quién fue J. de la R. Las posibilidades se bifurcan. La primera es obvia si leemos su texto tal cual quiere que lo leamos: memorias. Pero su verdadera identidad, Juan de Alcántara Altamira, que iba a ser pronunciada por Alejo Nina, es negada por su madre. Juan Nina es otra posibilidad. Alejo está emparentado con Rosita, pero se desconoce el grado de ese parentesco. Juan Calatayud podría ser. Fray Justo le informa que es “tercer nieto” de Alejo Calatayud por lado de su madre.
Sin embargo, se lee que Calatayud sólo dejó una hija llamada Rosa que “se casó en las inmediaciones del Pazo con un campesino criollo muy pobre, pero honrado y excelente hombre”. Los documentos históricos también señalan que Calatayud no tuvo descendencia masculina. En todo caso, por el prestigio de su antepasado, J. de la R. pudo haber elegido ese apellido.
La posibilidad que favorezco es Juan de la Rosa: el profundo amor por su madre habría influido en esta decisión. Quiero hacer notar que no acuso a Nataniel Aguirre de haberse apropiado de Juan de la Rosa. Al contrario, nunca como ahora me gustaría estar equivocado y todavía tengo la esperanza de que alguien demuestre la autoría de Aguirre. Por de pronto, creo que él, en calidad de editor, es uno de los autores de este texto donde la historia se (con)funde con la ficción: el “baciyelmo” de nuestra literatura.
Lo verosímil es que la obra más ilustre de las letras bolivianas haya sido producida de forma híbrida y conjunta. Un genial autor anónimo salido del pueblo de Cochabamba —J. de la R.— envía sus “manuscritos” a un destacado letrado de la época —Aguirre— quien, después de editarlos, los publica en El Heraldo. La segunda edición es un capítulo en el que ninguno de los dos tuvo arte ni parte.
Un texto de 1886
“El benemérito coronel don Juan de la Rosa nos ha ofrecido enviar muy pronto la segunda parte de “las memorias del último soldado de la independencia. Quiere, nos dice, corregirla cuidadosamente y conocer si su obra merece ó nó la aceptación del público. Entre tanto vamos á reproducir en nuestro folletín algunas leyendas que andan dispersas en hojas periódicas del país, y que en nuestro concepto merecen coleccionarse, siquiera para dar una idea de los progresos de nuestra naciente literatura. No se diga que eso es muy poco. Sabemos muy bien que la literatura extranjera nos ofrece ricos filones”. (La bellísima Floriana).
Una novela fundacional
Obra
‘Juan de la Rosa. Memorias del último soldado de la independencia’ fue elegida el año pasado como una de las 15 novelas fundacionales de la historia de la literatura boliviana. Menéndez y Pelayo la sitúa como la mejor novela americana del siglo XIX. Luego de 125 años de su publicación, Plural presentó el texto original en una edición crítica de este clásico de las letras nacionales. El trabajo estuvo bajo la autoría de Gustavo García, catedrático de la Universidad Rose-Hulman Institute Technology (EEUU). La obra relata la niñez de Juanito, un niño cochabambino que fue testigo de la sublevación de 1810 y los hechos de la guerra de la Independencia. “A pesar de su escasa difusión en el ámbito internacional, en Bolivia provoca un culto similar al que rodea al ‘Quijote’ en España: todos la citan pero pocos la leen, señala García”.
Aguirre
Historiador, novelista y dramaturgo, Nataniel Aguirre Gonzales de Prada nació en Cochabamba en 1843. Vivió 45 años. Murió a causa de un ataque de cálculos biliares en un cuarto del Hotel de la Paix, en Montevideo. Se recibió de abogado a los 21 años y fundo el periódico El Independiente, desde donde incursionó en la vida política.
Fuente: La Razón