Por Jorge Saravia Chuquimia
En el siglo XIX, la producción novelesca circula en la esfera pública, por una parte, a manera de libro impreso y, por otra, mediante folletines. Y son los periódicos quienes difunden un fascículo habitual y gratuitamente dentro de los matutinos principales de La Paz, Cochabamba, Tarija, Potosí, Sucre y Santa Cruz. La modalidad gana considerable espacio y es del agrado de lectores y lectoras (Fernando Unzueta), estimulando que aumenten las subscripciones.
En este marco, la novela folletín es difundida por escritores y escritoras. Tal que, una de sus cultoras es Lindaura Anzoátegui de Campero (1846-1898). El presente articulo dirigirá la mirada a (una de sus obras) La madre, entendiendo que se la puede leer como un discurso testimonial, pues la novela misma otorga la evidencia de la presencia femenina dentro este complejo género por esa época.
Me remonto al tibio ayer para declarar que la novelista boliviana publica La madre en el rotativo Potosí, en el año de 1891. Las entregas son sabatinas, de julio a septiembre y circulan: el sábado 4 de julio, año VII, Nº 336, p. 3.; sábado 11 de julio, año VII, Nº 337, p. 3.; sábado 18 de julio, año VII, Nº 338, p. 3.; sábado 19 de setiembre, año VII, Nº 347, p. 3. Y finalmente el sábado 16 de diciembre, año VII, Nº 348, p. 3. (Juan Pablo Soto). Estas referencias testifican que la novela folletín femenina alimentó el apetito del público lector potosino a fines del siglo en cuestión.
La madre es una nouvelle de 12 capítulos, dividida en dos partes. En la primera (I al III), el narrador relata que la protagonista femenina Emilia viuda de Ceiba es una joven madre de 28 años que vive en la “ciudad”. Ella queda desamparada de esposo tres años atrás y, en consecuencia, tiene que cuidar de su única hija, Luisa, una niña de 13 años. Luego, emerge un buen amigo de la casa, el personaje Carlos. Joven caballero llegado de Europa que galantea a la viuda. Luisa aparenta aborrecer a Carlos, pero la verdad es que está celosa de la relación amorosa de su madre. La pequeña solicita a su progenitora cumplir la promesa de que ella sería el único amor. Este pedido no está en duda, empero las visitas de Carlos a la casa de ambas dibujan el amor de los adultos. Al confesar Emilia su afecto a Carlos, exige que supere una prueba y que se aleje de ellas por el lapso de un año fuera de la ciudad. Pedido que Carlos acepta con resignación.
En la segunda fracción (IV al XII), el narrador comenta que Emilia y Luisa marchan al campo. Carlos le envía una carta a Emilia avisando que retornará a la ciudad, después del año de destierro. Él está más decidido que nunca a conquistar el amor de la protagonista. En esta parte sucede un giro de tuerca. Una noche la hija tiene mucha fiebre y casi moribunda confiesa a la madre que no estaba celosa de la relación del pretendiente, sino de “su amor” por Carlos. La madre ante esta confidencia decide escribirle una carta al galán para agendar una cita de urgencia. En esa reunión le dejar ver que Luisa está enamorada de él y solicita que acepte ese amor. Carlos ante esta revelación abandona voluntariamente estar al lado de ellas por el lapso de otro año. Después de prolongada ausencia, reaparece cuando Luisa tiene 15 años cumplidos. De la misma manera, cuenta que Carlos acepta el amor de la quinceañera y fruto de esa “forzada” pasión contraen matrimonio. El nuevo estado civil de los novios propicia que viajen y residan en la Argentina. Allí, Carlos recibe una carta de un familiar de la madre de su esposa, en la cual le detalla la triste desaparición de Emilia de este mundo. Entristecido no le comenta inmediatamente a Luisa, pues espera el momento adecuado para comentarle la desaparición de su suegra.
Sin duda, esta novela decimonónica femenina es de tinte romántico y reflexiona sobre varios temas: el casamiento por conveniencia, las nuevas relaciones amorosas femíneas, el amante entre dos mujeres, el amor pedófilo, el amor y la muerte, madre y amante, mujer y novela. Los posibles tópicos son demostraciones de la presencia de la mujer en la historia novelesca. Por eso, tomo como punto de fuga a la mujer y a la novela, porque estos símbolos evidencian la circulación de las damas en preeminencia con el relato. El nuevo protagonismo es el deseo de la mujer de trascender en la ficción como vindicación de la imagen de heroína.
En este escenario, es posible visualizar que la mujer aparece como heroína o anti-heroína romántica. Emilia (en ambos estratos) sería el personaje que atenta contra las convenciones sociales y morales de sí misma. En principio, la amante heroína prefiere abandonar el deseo amoroso al amado para salvaguardar la seguridad de su familia. Es “la” madre antes que la amante y como tal le declara a Carlos, “levantando su frente, con una expresión de voluntad y decisión sobre-humana, ahora que sé hasta qué punto soy amada… ahora que estamos seguros de nuestro amor… es en su nombre que exijo de ti una promesa… Más que eso aun… el juramento de hacer la felicidad de mi hija”.
Seguidamente, en un rol obtuso permite que surja un amor por conveniencia y pedófilo, situación que riñe con la moral de una sociedad retratada como conservadora. Así, revela a Carlos: “-Luisa te ama, dijo con sublime sencillez; solo tu amor me devolverá a mi hija”. En los dos casos, la mujer asoma en situaciones románticas conflictivas.
Considero que la figura de la mujer en la novela es un modelo de presencia encantadora ante el lector. Este ejemplo de perfil femenino puede subsumirse en la autora Lindaura Anzoátegui de Campero, proveniente de familia hidalga boliviana. Ella es afecta a la lectura de los franceses Corneille, Racine y Moliere, Chateaubriand, Saint Pierre y de los españoles Cervantes, Ercilla, Duque de Rivas y Larra. Lecturas que probablemente influyen en su novelística. Todos estos libros los tiene a mano, ya que es parte de la colección de la biblioteca del padre. Entonces su vigencia literaria en el siglo XIX está dada por su estampa femenina y de madre y su potencial de novelista por el matiz romántico que asume, desde el seudónimo de El novel (José Macedonio Urquidi). En este sentido, ella se abre paso en la genealogía de las letras nacionales incursionando en la literatura folletinesca.
Fuente: Letra Siete