La Habana: música, santería y erotismo
Por: Luis Horacio Heredia
Nueva York y La Habana son dos ciudades que siento conocer bastante bien aunque en realidad nunca he estado allí, pero si para algo puede decirse que sirve la literatura es precisamente para conocer aquello con lo que no estamos familiarizados a través de los ojos y de la pluma de los escritores. Es cierto, el punto de vista del narrador es subjetivo, pero sin duda, cuando estamos ante excelentes escritores, la imagen que dejan en el lector al describir la ciudad y a sus habitantes tiene tanta o más validez que el conocimiento que podríamos adquirir como simples turistas al pasar unos días por alguna urbe. Así, la Nueva York con la que me quedo es la que he conocido por las novelas de Henry Miller (Trópico de Capricornio), Paul Auster (La trilogía de Nueva York) y Bret Easton Ellis (American Psycho). En cuanto a La Habana, sin duda las imágenes que con más fuerza acuden a mi memoria son las de Guillermo Cabrera Infante con su novela Tres tristes tigres, así como las de Pedro Juan Gutiérrez y su Trilogía sucia de La Habana.
Ahora, Teresa Dovalpage y su libro, finalista del Premio Herralde de Novela (2006), Muerte de un murciano en La Habana, pone su grano de arena, o bien podríamos decir su ruta de acceso, a una de las ciudades del Caribe más emblemáticas de la región. A la manera de Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez, Teresa Dovalpage anuncia desde el título el trágico fin de uno de sus personajes, pero, al igual que el gran escritor colombiano, este elemento se convierte en un reto, tanto para la narradora como para los lectores, ya que al formular desde el inicio el desenlace de la historia la escritora se propone “atrapar” al lector por otros motivos, entre ellos el estilo de la escritura donde se mezcla el lenguaje popular de los barrios pobres de la capital cubana, la música salsa y los compases de la zarzuela, así como los monólogos interiores de los distintos personajes del libro que se entretejen con la narración en tercera persona para entregarnos un fresco lúdico, “ruinoso y ruidoso”, “desgarrado y deslenguado”, de la vida contemporánea de La Habana y sus alrededores.
Pío, el murciano aludido del título, es un hombre sesentón que llega a Cuba para poner orden en una de las filiales de la empresa española para la que trabaja; no se trata, y él lo asume así, del típico extranjero que llega sólo para hacer turismo sexual en la Isla, sin embargo conforme pasa el tiempo le es imposible eludir el erótico ambiente caribeño y cae prendado de la belleza de Maricari, una joven ingenua y soñadora que a toda costa intenta evitar caer en las garras de la “jinetería” —oficio que parece inevitable para media población de La Habana debido a las terribles carencias económicas que padecen—, incluso en contra de los tiránicos y perversos esfuerzos de su madre, Concepción, para más señas conocida como la Mandonísima, quien sin empacho alguno rumia para sus adentros sobre la actitud de su hija:
Pero qué clase de penca vino a salir de mis entrañas. ¡Qué estúpida, alabao! Se puso hecha una fiera porque le aconsejé que tratara de conquistar al gallego para que se la lleve a España con él. A ver qué tiene eso de malo. Por su bien la alecciono (…) Si yo no estuviera tan acabada podría enganchar al susodicho. Salsa y mendó me sobran. ¡Los que le faltan a mi hija! Picardía. Movimiento. Sandunga. Pero él estará buscando pasto tierno, como todos los extranjeros (…) Por eso se lo dije. Ponte, ponte para las cosas y amarra al viejo o te va a pasar igual que a tu abuela Cuquita y que al burro del cuento. Que cuando se estaban acostumbrando a vivir sin comer, se fueron de cabeza al otro barrio.
Pero, para la desgracia de la madre, aparece otro personaje, quien a lo largo de las páginas de la novela se vuelve entrañable para Maricari y para el propio lector: Teófilo-Mercedes, la Espiritualísima, consultante de las almas, travesti, quien de manera misteriosa, como lo es el amor, se queda prendado de la jovencita, echando por la borda su relación con el Toro y sus consultas con tal de permanecer junto a esa muchacha que le hace sacar de lo más hondo de su ser toda la hombría de la que es capaz.
Este triángulo amoroso (Pío-Maricari-Teófilo) —¿o deberíamos decir “cuadro amoroso” si pensamos en la constante intervención de la Mandonísima, la madre tirana quien a toda costa desea salir de la pobreza extrema?—, ofrece al lector grandes momentos de hilaridad, sensualidad y dramatismo, aderezado todo por un finísimo humor negro que hace de esta novela un libro excepcional, y que nos manifiesta el gran oficio de una escritora que al parecer nos tiene reservadas aún grandes sorpresas literarias. Enhorabuena.
Fuente: Ecdótica