Al ritmo de la morenada
Por: Mauricio Rodríguez Medrano
Fotografía: Marcelo Paz Soldán
David Mondaca leyó a Jaime Saenz. Está impregnado de los olores de la wacataya, de las alucinaciones del alcohol, de los suburbios, de aquella La Paz que desde 1979 (año de publicación de Felipe Delgado e Imágenes Paceñas) se dividió en dos: la noche y el día. La obra teatral, mejor: las tres cortas obras de teatro que están compiladas bajo el título El moreno de plata, se refieren a esa La Paz de noche.
Música de fondo: una morenada. Entra al escenario una comparsa de bailarines. Todos están vestidos con sacos color fucsia brillantes, del color de las latas de Alcohol Caimán. Uno de ellos (David Mondacca) grita Fuerza moreno! y gira la matraca. Presenta la primera de las obras: la historia de un lustrabotas perdido en la oscuridad y las alucinaciones.
“Estudio en la carrera de Agronomía. Me cubro el rostro porque es parte de nuestro uniforme, nada más”, dice Carlos Suxo Cordero, es lustrabotas desde los 9 años, ahora tiene 22. A veces la Literatura crea mitos: lustrabotas alcohólicos rondando como polillas por los suburbios de la ciudad.
Primera obra: lustrabotas encuentra a mujer bella, deseable, que lo atrapa en sus redes y lo obliga a tener sexo encima de una tumba del cementerio (un mito urbano, algo cliché). Esta tumba es el recuerdo del amado de aquella mujer. Actuación: el lustrabotas habla cubierto con un pasamontañas, a veces con una máscara: el cajón de madera donde guarda su cepillo y el betún. La mujer baila encima de una mesa, se contorsiona teniendo sexo encima del lustrabotas, encima de la tumba. Y nada más. Tal vez sea la obra menos lograda de la tres.
“Toco el platillo desde que vivía en Oruro. No sé quién escribió las morenadas que interpreto, pero son bien bonitas, ¿no?”, dice Roberto Mamani Ventura, es platillero de la banda Rosas de Viacha. Descansa después de haber tocado una morenada que hablaba de una mujer perdida que corre por un cenagal y por calles en la oscuridad, detrás de bailarines.
Segunda obra: un hombre lo pierde todo: mujer, vida. Y el tiempo lo dirige hacia la muerte. El hombre es compositor de más de 2 mil morenadas y nadie sabe su nombre. Es parte del olvido. Busca, sin poder lograrlo, que sus composiciones sean registradas en Derechos de Autor. La burocracia es materializada en hombres vestidos con sacos y cubiertos por máscaras de pepinos del carnaval. El hombre parece caminar por un laberinto sinfín. Ni las autoridades le hacen caso. Se burlan de él. Es minimizado, convertido en polvo que será olvido, que será oscuridad. Es la metáfora del arte, arte que no tiene pertenencia. El hombre ya no importa sino sólo su historia (los recursos utilizados en esta obra tienen fuerza, logran su objetivo: el hombre es querido por el público, causa un sentimiento, y todos lamentan su pérdida, algunas personas lloran).
“Escucho voces pero ya estoy acostumbrado. Hay que preocuparse más de los que respiran que de los que caminan condenados”, dice Fausto Quispe Quispe, es sereno del Cementerio General desde hace 15 años. Su familia vive con él dentro de una pequeña habitación del campo santo.
Tercera obra, Moreno de plata: un bailarín se pierde después de haber transitado las calles de La Paz en una fiesta. Llega a un cementerio. Se encuentra con un borracho que vive allí. Azares de la vida: es un antiguo amigo. Los dos se relatan historias de fiestas, del pasado, del presente infausto. El borracho comenta al amigo que cuando muera quiere ser enterrado con un traje que él confeccionó: un traje de moreno hecho de tapas corona de cerveza. Entre diálogos aparecen íncubos, súcubos, ánimas enanas y deformes que se arrastran por el cementerio. Y también hay gritos. El borracho corre a una de las fosas. Encuentra a ladrones queriendo profanar una tumba. Discute. Pelea. Es herido de muerte y regresa junto a su amigo para danzar por última vez, vestido con ese traje de moreno de tapas corona, con ese traje que emula a un moreno de plata, un moreno de plata deforme, esperpéntico, de podredumbre, de soledad: la vida del danzante que su destino es bailar hasta la muerte. Se apagan las luces.
En el Teatro Municipal de La Paz retumban los platillos, giran las matracas, los bombos son golpeados, la morenada empieza, Fuerza moreno, Baila moreno, una china vestida de blanco, de ángel blanco camina hacia el escenario, los bailarines giran los cuerpos al compás de la música, salen a la calle junto al público, que bailará en la noche de La Paz, en la noche de Jaime Saenz, en la noche que un lector de Jaime Saenz configuró. Sólo queda una pregunta: ¿La Paz sigue siendo esa dualidad de día y oscuridad o acaso cambió y ahora es, como las máscaras de la fiesta, una ciudad de muchos rostros?
Fuente: Ecdótica