Por Vilma Tapia Anaya
(Texto leído en la presentación del libro de ensayos “Un presente abierto las 24 horas”, que tuvo lugar el jueves 26 en el Proyecto Martadero)
En Un presente abierto las 24 horas, Mónica Velásquez Guzmán articula una gramática del presente, del carácter de urgencia del presente, de su convocatoria. Digo gramática en el sentido en que George Steiner la definió: “la organización articulada de la percepción, la reflexión y la experiencia; la estructura nerviosa de la consciencia cuando se comunica consigo misma y con otros”, es decir, la articulación de un lenguaje propio y de una escritura.
Escribimos rememorando lo leído, aunque en el camino se hubiesen olvidando o desechando ciertas lecturas. Es la forma más común. Sin embargo, en la primeras páginas de este libro Mónica advierte al lector que, excediendo su biblioteca, ensanchará el espectro de sus recursos, se internará en la nube. Investigará en la información disponible en la red, ávida de respuestas y, quizá, de resonancias para lo que tiene en mente. Desde un sentimiento de ocaso parecido al que experimentaron muchos pensadores y escritores atentos al hombre, a su historia y a su actuar en los laberintos de su propio tiempo, Mónica Velásquez Guzmán es interpelada por los acontecimientos políticos que acababan de ocurrir en su territorio -el nuestro-, y por el avance devastador del Covid-19. La sensación de estar viviendo un fin o cuando menos un peligro mayor, movilizó en ella un gesto radicalmente contemporáneo: buscar en la red textos de escritores distantes, probablemente desconocidos. Así, trama un tejido, leyéndolos conversa con ellos, con ella misma y con los lectores que prevé.
Principia haciendo referencia a un momento crucial para Bolivia, lo define como una “explosión-desplome social”: Noviembre de 2019 fue quizá uno de los más dolorosos episodios de las últimas décadas. Más allá de las revueltas callejeras que fueron puestas en escena de una manera algo grotesca, casi olvidando ya o dejando de lado la sinrazón de los líderes políticos protagonistas, hubo un hecho absoluto que marcó la historia de Bolivia. La muerte violenta, ensangrentada, de personas, en su mayoría muy jóvenes, de las poblaciones de Huayllani de Cochabamba y de Senkata de La Paz. ¿Qué, cómo decir desde ahí? “Puedo intentar bordes para este hueco estomacal”, escribe Mónica, “[d]ecir, por ejemplo, que las revueltas aquí y allá hicieron inalcanzable cualquier fuga al pasado o al futuro. Ya no supe entender nada. Y justo en ese lapso-lapsus de empezar a pensar por qué se habían desfondado los nombres, ya nunca más encajados en las cosas; en ese momento escurridizo, el tiempo saltó y se nos fue décadas adelante. Eso creíamos. Un virus planetario… Y hubo que correr…”. Hecha esa confesión ineludible, convoca en primer lugar un texto firmado por María Ángeles Pérez López, académica y poeta española. De la transcripción que Mónica hace del texto, subrayo: ”El fratricidio mancha los días, las glorietas, los obtusos semáforos que gesticulan en la noche temible de la sangre… “.
Los días de terror vividos en noviembre de 2019 en Bolivia fueron seguidos casi de inmediato por la pandemia. Reparo en un verbo que Mónica inventa mientras los revisa, un verbo suficiente y preciso para decir sobre la angustia extrema que vivimos entonces y que hoy, sin que haya pasado mucho tiempo, repetimos como un balbuceo: Apocalipsear (Esta noche, con ojos de esta noche, me doy cuenta de que la autora, en Un presente abierto las 24 horas del día, recorrió, amplió los bordes fronterizos de Palestina, tan solo al reparar en ellos, tan solo al mencionarlos).
Inmediatamente después, Mónica Velásquez Guzmán dialoga con autores latinoamericanos, pero conforme profundiza en lo apremiante del tiempo presente, la investigación rebasa fronteras: se está pensando, pues, el mundo. Y el mundo, recurro una vez más a Steiner, “se traduce a sí mismo y para nosotros en unas prescripciones léxico-gramaticales prefijadas”. Los prefijos en esta cita señalan anticipación, aun una cualidad privilegiada: Lo absoluto que define y ordena el lenguaje del que disponemos como seres humanos y la territorialidad de la lengua en la que vivimos las singularidades de nuestra existencia. Así, Mónica principia a tejer la trama con el nudo íntimo, ancestral que es Juan Rulfo pero, conforme avanza en su búsqueda, se conecta con otros, personajes que están diciendo en otras lenguas, como Emanuele Coccia, un profesor italiano nacido en 1976, que enseña en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París y piensa, sobre todo, en la vida sensible, es decir en la vida de las cosas que se puede ver y evaluar desde la percepción, atendiendo de manera particular la vida de las plantas.
Como mencioné antes, no es una trayectoria casual la que Mónica sigue, es una trayectoria investigativa, la cito: “He decidido invitar, convocar y bajar de la nube digital todo el repertorio de obras que pudiera socorrerme en este trance”. Aquí también subrayo la expresión “que pudiera socorrerme”, pues es un trance de imperiosa necesidad. Los interlocutores elegidos suyos, como a menudo sucede con las elecciones, están definidos por la emoción. Mónica, citando a Julio Premat, profesor e investigador de las Literaturas contemporáneas del Río de la Plata, escribe y suscribe: “ … una reacción a la crisis del tiempo: volver a tramar filiaciones, filiaciones imaginarias, necesarias para poder recomenzar, fabricar memorias y orígenes frente al hundimiento social de la transmisión. Las temáticas de filiación son una manera de situarse ante el pasado, ante los antepasados: ante la biblioteca… “. Pienso que la literatura y la filosofía no desconocen ese gesto, pero Premat y Velásquez lo vigorizan. La escritura toma aliento en la biblioteca íntima, singular, genealógica. Ordena y compone una gramática que pueda dar sentido al mundo y a la historia del mundo en el momento en el que se lo mira. Estas acciones, personales, que suponen una labor y un compromiso, podrían ser ejercitadas como una reacción, como un conjuro.
Entre todo lo que marqué al leer este libro, encuentro un fragmento muy significativo en relación a la potencia del lenguaje. En el capítulo “Otras degeneradas”, que la autora destaca como central de su libro, se da énfasis al fenómeno puro de la escritura como síntoma. Mónica Velásquez Guzmán convoca a Josefina Ludmer, teórica y crítica literaria argentina, y la cita: ”Estas escrituras no admiten lecturas literarias; esto quiere decir que no se sabe o no importa si son realidad o ficción. Se instalan locamente y en una realidad cotidiana para ‘fabricar presente’ y ese es precisamente su sentido”. La escritura fabrica presente, reparemos en el peso de esta afirmación. Una sentencia, diría Mónica, ¿o, quizá, una imaginación?… dudaría, mirando a Macedonio Fernández. Lo importante es comprender que el presente está en sus múltiples discursos. Y es conveniente pensar en las implicaciones que lo imaginado y dicho tienen sobre la realidad.
El camino de un autor no será el propio nuestro, sin embargo, las huellas de un recorrido quedan ahí, como una señal, como una clave, como una invitación. En estas páginas encontré nombres de autores y libros que en su mayoría no están en mi biblioteca, tampoco en mi icloud, sin embargo, considerando que muy a menudo el diálogo se da a partir del gesto generoso de mostrar algo, de señalarlo y también de la necesaria disposición a ver y escuchar algo más, seguí a nuestra escritora pensando junto a ella con gran entusiasmo, indagando más acerca de las claves de su recorrido, buscando yo misma en la red. Reí, también, festejando el humor con que Mónica trata algunos temas, humor que es frecuente y lúcido en ella cuando conversa y que en este libro aparece por primera vez como un rasgo de su escritura. Seguir a Mónica Velásquez Guzmán en las páginas de Un presente abierto las 24 horas fue una experiencia absolutamente recomendable. Algo más sobre lo que nos lleva a pensar este libro y vale la pena mencionar esta noche es que la rememoración en sentido de re/conocimiento -la cito- “es un mandato de ética política y de filiación voluntaria, consciente, activista”. En ese sentido, entre las escrituras en las que se detiene, encontramos a autores que están comprometidos con lo fronterizo, con el fenómeno migratorio y sus consecuentes impactos, con la denuncia política, con las reacomodaciones de la experiencia del amor y de la familia, con un pensar que no deja de preguntarse por los fenómenos sociales que son ya rasgos distintivos de este tiempo, de este presente que nos traspasa las 24 horas de cada día.
Fuente: La Ramona