06/14/2012 por Marcelo Paz Soldan
Monedas , entre la maravilla y el miedo

Monedas , entre la maravilla y el miedo


Monedas , entre la maravilla y el miedo
Por: Emma Villazón Richter

Difícil hacer algo semejante a una descripción del reciente poemario de Paura Rodríguez Leytón Como monedas viejas sobre la tierra, cuarto libro de poemas de la autora, debido a la profusión de secuencias oníricas hiladas de forma tan depurada que presenta, y a la vez por el carácter críptico de los versos, y digo críptico en el sentido positivo del término, ya que ofrecen sensaciones fuera del código convencional de coordenadas sensitivas de la vida diaria. Pero justamente en ese rasgo esencial reside mi atracción por la obra y mi necesidad de hablar de ella; en la capacidad que tiene para deslumbrar a través del recorrido de una voz poética que transita por el monólogo y luego interpela a un otro y a una otra indeterminados, revelando experiencias plásticas desconcertantes, cuya fuente además de la alquimia con la palabra pareciera surgir de una relación con los sueños.
Escuchemos: “Una pared alta,/ de tierra/ abre un espacio extraño en mi memoria”; “Heme aquí transparentada/ por una luz cenicienta/ lamiendo los dedos para contar las horas”; “Mi lenguaje a ciegas/ los caminos como horas diluidas:/ semillas dispersas en la arena”. Desde el comienzo del libro se cruza un umbral donde raras imágenes suceden y aluden a una resistencia contra el olvido a la vez que a la necesidad de una aceptación amable de la transitoriedad de la vida. Complicada tarea. La conciencia de lo que hace el tiempo en el cuerpo provoca asombro, daña, pero también es una buena señal porque “el asombro mantiene vivas las venas”. La dispersión de la identidad da el tono del poemario, uno de constante sorpresa y peligro, donde a la vez hay cierta referencia al poder que tendría la voz poética para lanzar augurios y descubrir otras realidades: “Juntos lamiendo la oscuridad/ remachando el silencio/con augurios cotidianos”; “te adormeces buscando la verdad”; “esperamos siempre/ que vuelva/ el sigilo de los secretos menudos”, característica esta última que me recuerda a esa figura del poeta que se asoma a lugares sagrados y devela una verdad más trascendente, búsqueda poética en la que el hablante asume el lugar del médium, y que fue, en su momento, explotada por el surrealismo.
Pero pienso, más precisamente, en Olga Orozco al percibir este camino en Paura. Por ciertos momentos, creo que algo de la práctica orozquiana resuena en Como monedas viejas sobre la tierra en más de un sentido: primero, como señalé, en comprender la voz poética como la de una oficiante o sibila, o un puente que une lo perdurable con lo momentáneo, lo invisible con lo visible a través de la experiencia onírica; y segundo, porque en ambas permanece como un principio la idea de que la tensión desgarradora que se vive a causa del tiempo puede resolverse en el poema, es decir en ambas está la creencia de que el poema salva; cito a Paura: “Un poema podría ser el mejor refugio para tus huesos,/ para tu fémur olvidado”, y a Olga, que, en un texto titulado La poesía, dice que el poema es un acto de fe, “como un poco de salvación en el fondo de la pérdida, o como el alivio de haber salvado el lenguaje después de haberlo expuesto al mayor de los peligros”.

Pero para que tengamos una idea aún mayor de la intensidad de Como monedas viejas sobre la tierra, podríamos imaginar la experiencia de lectura como el ingreso a un sendero confuso, de fácil y seductor extravío, donde el yo hace una labor de sanación, de afirmación de la vida, a través de ritos domésticos, sufriendo ciertos vértigos (“Mejor no reavivar la llama,/ mejor no estar así arrimada por lo que no sé”), y donde también pide caminar con un otro (“Juntas/ las formas de nuestros pies/transitan el delirio del olvido”), y asimismo, como mencioné, donde se establece un diálogo con una otra: “Mi lenguaje/ recuerda que hacías pedazos los papeles,/ y que cruzabas descalza la noche/ en la que hacía falta un diván amarillo”, interlocutora sobre la que coincido con el poeta Antonio Terán, quien hace el prólogo del libro, en que podría ser la misma poesía. Ante esta ‘otra’, la voz poética encuentra un regazo, se da el éxtasis entre maravilla y miedo, “Los versos caen/ como monedas viejas/ sobre la tierra”.
De esa manera, entra en juego en la obra la imagen de los versos como monedas antiguas, como objetos intercambiables fuera del orden de la economía imperante, pues circulan en el ámbito de la escritura, donde los valores de la cotidianidad entran en quiebre, y lo más antiguo puede ser lo más nuevo y deslumbrante; es decir, circulan en un espacio donde todo es posible.
Fuente: Brújula