Mirar la oscuridad
Por: Mauricio Murillo
Pronuncio un nombre hueco busca construir la imagen y la vida del escritor Roberto Bolaño tomándolo como un personaje ficcional.
Un niño mira el desierto. ¿Cómo puede saber lo que le espera, lo que va a venir? El niño mira el desierto y empieza a sentirse distinto, casi puede vislumbrar la violencia que lo arrebatará dentro de algunos años. Trata de leer lo que está escrito en esa inmensidad. ¿Cómo mirar el futuro? ¿Cómo descifrarlo? Y más importante, para qué querer hacerlo si lo que va a venir siempre es distinto de lo que se imagina. Lo mismo podríamos decir del pasado. ¿Cómo miramos el pasado? ¿Cómo lo leemos sin tergiversarlo? Y es eso. El pasado es igual de fútil que el porvenir, como la arena.
EL PESO DE LA MIRADA. Pronuncio un nombre hueco de Cristina Zabalaga, publicado recientemente en el país por Gente Común, no sólo pone en escena estas preguntas, sino que las proyecta y las problematiza. El tiempo no es el que transcurre linealmente, sino el que estalla en fragmentos, como un espejo que se cae y se rompe. La mayoría de sus personajes y narradores observan y dicen, dos gestos esenciales para acercarnos a eso que llamamos vida. Mirar es influir en lo que se mira, y a la vez es mutar. Miramos para leer, miramos para ser parte del tiempo. En la novela de Zabalaga, los narradores también miran para hablar con una boca de cámara (a veces cinematográfica a veces fotográfica). Así, la escritura ejerce una violencia transformadora también en el que narra. Esta escritura no intentará completar la imagen de un escritor ya casi mítico (hablamos de Bolaño), sino que describirá y coloreará ciertas partes de su cuerpo. Narrando fragmentos distintos de su existencia, marcará en letra fragmentos también del pasado (que, dicho sea de paso, siempre es más de uno). El poeta que se trata de completar en la novela sólo se hará de escenas, de hechos o de juicios específicos, marcando una narración que no quiere agotar una imagen, sino reconstruirla y hacerla posible.
LITERATURA VITAL. En el libro leemos varias veces un grito de guerra: “¡Escribir o morir!”. Este gesto romántico (refiriéndonos a los escritores alemanes) nos hace pensar en el rol de la escritura, sobre todo en una época como la de la segunda mitad del siglo XX, frente a una realidad aburrida y violenta. Si el mundo se hace de libros, entonces hay un espacio gris donde la vida trata de alejarse de esta premisa, y es donde todos los que escribimos y leemos no nos sentimos tan cómodos. Es esta incomodidad la que lleva al poeta de la novela a escapar, a autoexilarse. La violencia que lo persigue, y que persigue a todos los latinoamericanos contemporáneos (dice el poeta), es parte de lo que excede a la literatura. Sin ingenuidades, podemos decir, mirando al personaje principal de Pronuncio un nombre hueco, que no sólo se vive para la ficción, sino que es el peso de ese excedente lo que permite volver ambiguo el universo. En la novela la escritura instaura una experiencia característica de la literatura de estas primeras dos décadas del siglo XXI: no estamos ante la historia completa y totalizadora de un personaje, sino que lo que nos presenta Zabalaga son cabos sueltos que tratan de dibujar la imagen de un personaje que es cambiante y que es incompleto. El riesgo que corre la autora es tomar la figura de un escritor canonizado, pero el enfoque con que se aproxima a él no trata de completar eso que está narrando, sino de nombrarlo y construirlo desde distintos lugares y desde distintos tiempos.
EL FONDO DE LA CUEVA. Hay una escena en Los detectives salvajes que siempre recuerdo. Como se trata de la memoria, es muy posible que describa esta escena con errores, faltas y sobre todo inventos. Arturo Belano trabaja de vigilante en un camping de Barcelona. Una niña cae a un hueco hondo y oscuro. Belano, observando que nadie hace nada, decide bajar a rescatar a la niña. Llega hasta ella descolgándose en una cuerda. Cuando la tiene abrazada, lista para subirla, intuye que hay algo en la oscuridad de ese hueco. Entonces, con miedo y curiosidad, mira el abismo, luego sube y la vida transcurre. Como explicaba, no estoy seguro que esta escena sea exactamente así. Pero al traerla a colación quiero decir dos cosas: primero, que es esa oscuridad, ese hueco que se intuye pero que no se puede ver ni nombrar y no se puede llegar a conocer cabalmente, es este despeñadero el que constituye el fondo de la novela de Zabalaga; la violencia, la pérdida, la muerte. Y, segundo, que la realidad, esto lo entendemos al leer Pronuncio un nombre hueco, no es la instancia definida y luminosa que creemos conocer y que en ella existe una fosa insondable que no podemos mirar y que, más bien, sabemos que nos observa y nos transforma.
Fuente: Fondo Negro