Mirar el precipicio: Billie Ruth, de Edmundo Paz Soldán
Por: Rodrigo Urquiola Flores
Billie Ruth, de Edmundo Paz Soldán (Páginas de Espuma, 2012; Nuevo Milenio, 2012) es un gran libro de cuentos. Lo conforman quince cuentos que, cada uno a su manera, hacen un retrato de la modernidad acorralada por sí misma: más que personajes, seres humanos que han sido llevados al borde de un precipicio y se han dedicado a observarlo. Nunca sabremos si han decidido saltar al vacío o no y, esa incertidumbre, es lo que finalmente termina de configurar este retrato que, gracias a ello –también–, es bastante sutil.
Si bien Sangre de mestizos, de Augusto Céspedes (1936) y Cerco de penumbras, de Oscar Cerruto (1959), dos de los más grandes libros de cuentos de la historia de nuestra narrativa, nos han ayudado a comprender, primero, al boliviano frente al otro boliviano en esa trágica reunión de sed y de muertos que generalmente llamamos Guerra del Chaco y, segundo, al boliviano frente a lo desconocido que siempre nos rodea y, de esa misma manera, frente a la fuerza de la ficción literaria, Billie Ruth es un libro que puede ayudarnos a comprender al boliviano frente al exilio voluntario, frente a estos días de modernidad y frente a la constitución de una concepción de familia que, al parecer, siempre está desintegrándose. Por supuesto, “boliviano” es un decir, es una simple palabra para intentar definir en un territorio algo que quizás no se podría definir de otra manera: una manera de “ser”, de “pensar” gracias a una historia –que sucedió en determinado territorio– que nos antecede. Muchos de los personajes de Billie Ruth (y, por qué no, muchos de Sangre de mestizos o Cerco de penumbras no son –o, mejor dicho, no tienen que ser leídos a partir de una nacionalidad para ser comprendidos– necesariamente “bolivianos”) no son necesariamente bolivianos: en este punto pienso en los personajes de “Casa tomada”, un breve homenaje a Cortázar, o el niño ante lo perturbador de “El acantilado”, el niño ante la soledad de “Ravenwood” y quizás, sobre todo, a la narradora de “Srebenica”, personajes que, quizás, carecen de una “nacionalidad” (otra simple palabra), pero que, al estar escritos por un “boliviano”, llevan un incierto aroma a estas montañas.
Mis cuentos favoritos son “Díler”, “El ladrón de Navidad”, “Roby”, “Volvo”, “Azurduy” y “Como la vida misma” y noto, al relacionarlos, que lo que más me ha gustado en estos cuentos es cómo simples seres humanos como nosotros han sido guiados por situaciones que escapan a sus manos hasta estar al borde de un precipicio, mirándolo, observando la caída probable o, tal vez, viviéndola sin siquiera saberlo. Pienso que describirlos e intentar explicar las sensaciones que provocan, aparte de lo dicho, sería lo mejor, pero pienso que eso también podría quitar el encanto de descubrirlos cuando se lee por primera vez. Léanlos, por favor.
Ojalá fuera posible, me digo, y pienso, una vez más, en ese par de clásicos de nuestra narrativa, Sangre de mestizos y Cerco de penumbras, y quisiera que, en una próxima edición de Billie Ruth, aunque sea sólo la boliviana, se incluyera el gran cuento gran de Paz Soldán, sí, “Dochera”, para aumentar la riqueza de un libro que, entiendo, es también una biografía literaria de uno de nuestros mayores autores contemporáneos.
Fuente: Ecdótica