Por Lucía Carvalho
Las casas tienen un encanto misterioso. Quizá sea el morbo tan humano de espiar la vida ajena. Quizá el deseo de ser otra persona y habitar en otra familia. El poemario Casa Impropia de Rodrigo Figueroa nos convierte a sus lectores en voyeuristas, exploradores de casas o tal vez de una sola casa abandonada y ocupada por el lenguaje que ella misma va generando como máquina viva.
El poemario se divide en tres partes que representan perspectivas diferentes de una casa: el exterior, el interior y desde la ventana. En el exterior, los poemas numerados van dibujando detalles surrealistas y cotidianos del entorno, nos contextualizan y caminamos por calles que se sienten vacías. La voz poética es nuestra guía turística y a través de esa voz, observamos y somos observados: Los días pesan/ se hunden de a poco/ como una fruta que se descompone/ desde su interior. Como en un videojuego de simulación en primera persona, podemos imaginar fachadas de casas fantasmas deterioradas por el paso del tiempo. Imaginamos posibles compradores, futuros habitantes, vecinos, demoliciones. Figueroa utiliza cada parte de la casa para generar pensamientos sobre la existencia, no sólo humana, sino la simple y llana existencia de la materia, de todo lo que ocupa un lugar, deja huella y se desvanece.
La segunda parte, el interior, funciona como tablero o laberinto. El primer poema Welcome, nos da la bienvenida a esta casa impropia. A partir de allí, cada puerta, cada ventana y cada grieta es el detonador de un poema. Los utensilios de cocina se convierten en personas, los insectos se convierten en recuerdos de infancia. La voz poética en el interior de la casa es más audaz, menos sigilosa, también es una voz que deja sentir el peso del dolor de la memoria: Cuando la fotografía caiga de la pared/ ¿Qué seremos nosotros en ella?/ Una mancha desteñida sin recuerdos. Luego de recorrer la casa y hurgar en cada pieza que la contiene, esta parte cierra con el poema Mudanza que a su vez también contiene tres partes, primero empacamos: y el aroma de los pueblos/ en que vimos crecer la maleza/ sea un tren atravesando/ la pradera a medianoche. Luego el viaje de partida y finalmente la nostalgia de lo que dejamos atrás.
A pesar de la mudanza, queda la casa mirando por sus ventanas. La tercera y última parte de Casa Impropia es Desde la ventana. La voz poética pertenece a la casa, que como máquina viva, observa pasiva la vida que transcurre frente a ella. Hay distintas vistas, una de ellas da al parque y desde aquí observamos las vidas de niños. La casa va absorbiendo aún más recuerdos: los niños que una vez fuimos/ cuelgan sus sueños en los sube y baja. El parque, la calle, la ciudad, la casa son más que escenarios en la Casa Impropia de Rodrigo Figueroa, son el reflejo de nuestra existencia y aunque creamos que miramos de lejos como simples turistas, somos nosotros los observados: Mirar desde lejos impide estar seguros.
Fuente: La Ramona