05/18/2010 por Marcelo Paz Soldan
Mi cuerpo es una celda de Andrés Caicedo

Mi cuerpo es una celda de Andrés Caicedo


La vida como experiencia visual
Christian J. Kanahuaty

Alberto Fuguet fue el encargado de correr con el montaje y la dirección de Andrés Caicedo Mi cuerpo es una celda. Una autobiografía, libro editado el año 2009 por editorial Norma de Colombia para colección La otra orilla.
El libro es de por sí intenso y potente. Contiene cartas escritas desde el vértigo de la sabiduría de saberse pobre y casi periférico. No es una pobreza social lo que lo aqueja porque está anclado en una familia de clase media de la sociedad Caleña, sino que su pobreza radica justamente en lo que esa clase media demanda de él y de lo que puede llegar a ser. Lo que todos quieren que sea y él se niega a ser.
Y ahí en esa búsqueda es que se encuentra con la literatura y con el cine. Escribirá entonces: “escribo para colmarme y para buscar un orden. Me da un miedo atroz pensar en que se está debilitando mi interés por todo. No necesito esta soledad, busco compañía y no resisto la compañía”. Puede, no haya otra salida que “pagar el precio de la precocidad, el débil que toma la vida de la precocidad para llegar a la apatía y al desconsuelo”. Aquí están girando dos de los temas que más afectaron a Caicedo, la soledad y la precocidad y la innegable perversidad que ambas traen consigo para quien las porta y para quienes rodean a éste portador.
Alberto Fuguet dice que cuando empezó a leer a Caicedo, en especial sus notas cinéfilas, encontró al amigo cinepata que hubiera querido encontrar hace muchos años atrás, pero lo encontró cuando ya no lo necesitaba. Algo similar pasa ahora cuando leo sus cartas. ¿Dónde estuvo Caicedo hace unos cinco años? ¿Sí este libro es del 2008, hubiera podido igual encontrar su cartas en otros libros, en cuáles? ¿Caicedo a pesar de la distancia de los años aún nos tiene mucho por contar?
No estuvo Caicedo, pero estuvo el mismo Fuguet, estuvo Bryce Echenique, estuvo Bolaño, y estuvo también Rodrigo Fresán en esos años que de alguna forma puedo llamar como formativos. Las cartas de seguro no las hubiera encontrado, simple: no era el momento. Sí, aún Caicedo nos tiene muchas cosas que contar. En principio para revisitar el cine, el cine de los cuarenta y cincuenta y el de las décadas posteriores, hasta el momento en que pone un alto a la cinta y dice no más y corta la toma de su vida en el año 1977. El año para olvidar, como lo han definido muchos, porque ese año Elvis Presley decide también irse a vivir a otro lado. Pero en fin, como el mismo Caicedo afirmó: “nada habrá que nos destruya aunque muramos jóvenes”. Caicedo ya se sentía un mito. Un mito capaz de respirar y sacar de la nada una revista sobre cine, aparecer en Los Ángeles con el ánimo de presentarles a unos productores unos guiones que había escrito.
Caicedo era ese tipo de persona, solitaria pero tenaz. Apasionada y autoreflexiva. Se buscaba para encontrarse sin miedo, mirarse a los ojos y saber no de qué estaba hecho, sino que más podía hacer. Y claro, eso no le evitaba tener dudas y temores. Se pensaba en sus cartas como alguien perdido que a pesar de todo, no merece ser rescatado. Aunque en los últimos meses de su vida, dice que sí, que necesita ayuda, pero es la ayuda de una sola persona la que reclama, la de su novia, o ex novia, Patricia. Luego de pasar intensísimos años con ella, están separados y es cuando a él más falta le hace porque aún no se ha recuperado del todo de sus adicciones y de la secuencia espacio-tiempo que pasa en una clínica de rehabilitación.
“Yo creía que el mecanismo de la autodestrucción era una forma de lascivia, ahora voy sabiendo que no más es una forma de comodidad, la mayor de todas, obscena y perversa hasta la medula”. Luego se dirá a sí mismo: “Lucha Andrés, mira para adentro de las cosas, más arriba. Recuerda que tienes que recuperar ese encanto, esa nostalgia por la ciudad, que has sentido en tan pocos días los últimos años”. Se conoce, no se permite evasiones.
Pensaba que ver películas era una forma de evasión, de tratar de aletargar el día y no pensar en las soluciones a los problemas que me aquejaban y veía en el cine y en la literatura la evasión perfecta. Pero me di cuenta que no es evasión, se trata de otra forma de hacer frente a la realidad. Ahora que leí a Caicedo me doy cuenta que él también lo llegó a saber. Para él el cine, realmente era un asunto de vida o muerte, de ganar o perder, de aprender o ser devorado por lo insustancial. Del mismo modo, cuando habla de sus escritos es juicioso y sabe que son válidos, no porque él los haya escrito sino por lo que reflejan. Por lo que son.
Caicedo llega. Y uno se reconoce en líneas como estas: “quiero volver a ser el que era antes, quiero que mi tristeza se encamine por la creación, no que se desperdicie en una persona que no me la corresponde ni me la justifica. Todas mis aptitudes se vieron postergadas por el amor. En fin, pueda ser que este sufrimiento me produzca las energías suficientes para terminar de escribir la novela que tú sabes que escribo”. No es depresivo, no es un desencantado del amor, no es un desterrado de la pasión y menos aún es un ser que se miente. Caicedo avanza con cautela pero rompiendo el silencio para contarnos lo que le ocurre, nos lo cuenta porque sabe que leeremos esas cartas que en un principio fueron para Luis, para Miguel o para Rosario. Nosotros ya fuimos pensados, en tanto lectores, por Caicedo, desde mucho antes; desde que el puso sus dedos delgados sobre el teclado de su máquina de escribir.
Se sentía solo, pero no lo estaba. Se sentía perdido, pero sabía perfectamente qué debía hacer, se sentía fuera de lugar y sí, lo estaba: pero eso le daba fuerzas. Sabía que todo se podía transformar sobre la base del esfuerzo personal que era lo único que tenía. Sus libros, sus cuadernos, sus lentes, todo lo fue dejando en el camino, pero fue tan consciente de sus actos que lo que aparentemente iba perdiendo lo dejaba como legado a sus amigos, a su familia y a Patricia.
Caicedo es alguien que puede decir lo que tú dirías en un momento desesperado y es quién sabría qué película necesitas ver cuando te sientas raro, es también el que nunca se cansará de preguntar como estas y cómo has dormido o qué has comido las horas antes de verlo. Se preocupará siempre de ti, y siempre te contará lo que está pensando, lo que está sintiendo y lo que juzgará oportuno decir sobre la película que acaba de ver.
Mi vida es una celda, es sobre el cine, pero en gran medida es una película narrada en primera persona por el mismo Caicedo. Nos muestra la materia prima de sus pensamientos y de sus sentimientos sin miedo, porque se siente en familia, está a oscuras en una sala de algún cine que conocemos y ahí nos espera para pasarnos cortos, en formato epistolar, de su vida.
Fuente: Ecdótica