Plagio es inherente a literatura
Por: Liliana Carrillo
– El torturador rompe la trama y lenguaje paceños de los cuentos que han ganado el Tamayo últimamente.
– La idea nació cuando navegaba por internet buscando información sobre Leopoldo Lugones padre y, al ir investigando sobre su familia, encontré la figura extraña de su hijo. Luego fue cuestión de darle vueltas a las ideas que tenía, de imaginarme situaciones y de tomar algo de lo que leí y vi en cine para ver cómo lo insertaba. Escribí el cuento especialmente para presentarlo al Franz Tamayo, por eso casi no llego y lo entregué cinco minutos antes de que se cerrara la convocatoria. No pensé en las obras que antes se habían premiado en el certamen ya que creí, al presentar el cuento, que si lo escribía suficientemente bien y si podía divertir al lector, no importaría el tema ni la ciudad donde se desarrolle.
– ¿Cuán determinante es el intertexto en el relato?
– La literatura es para mí, a partir de muchas influencias, una suerte de plagio. Lo dijo Piglia, lo demostró Borges, lo puso en escena Perec y tantísimos otros. Hay una frase de Quentin Tarantino que siempre recuerdo: “Los artistas roban, no hacen homenajes”. Al escribir muchas veces robo conscientemente (una suerte de copy/paste), pero creo que pesa de igual manera lo que inconscientemente se me pega y aparece como golpe de genialidad, y que al final es algo que se me ocurrió al leer cierto libro o al ver una película o una serie y que no inventé. La idea del plagio la utilicé en mi tesis de licenciatura para hablar de Potosí 1600 de Ramón Rocha Monroy. Creo que el plagiar es inherente a la literatura, es parte del juego que se instaura en la lectura y la escritura. Es una cualidad en todo caso, no disminuye la calidad de una obra.
– Aquí, imposible no hablar de los referentes, ¿con qué autores dialoga el cuento?
– Es importante la presencia de Lugones sobre todo con su libro Las fuerzas extrañas. Creo que es clara la influencia de David Cronenberg, sobre todo por Deadringers, pero también con The fly y su visión global sobre el body horror. Además, creo que la visión que construye Roberto Bolaño sobre la violencia como algo con lo que se convive (por guerras, dictaduras, revoluciones, en sí, la violencia que se genera) está muy presente en el cuento. La idea de los modernistas sobre la aparición de la tecnología y sus posibilidades lúdicas, también creo que me marcaron alguna dirección.
– El jurado definió El Torturador como un cuento sobre la dictadura, ¿está de acuerdo?
– No creo que sea un cuento que se centre en la dictadura. En realidad el cuento habla de un inventor de máquinas de tortura y a través de ellas quiere conocer el funcionamiento del cuerpo a partir del dolor. El que aproveche el momento histórico es una suerte de guiño, pero el cuento no versa sobre ese momento. Es la ficcionalización de una figura que habitó esa época. Tal vez pudo afectarla o ser afectada, pero la dictadura argentina no es lo central en el cuento, es un elemento más.
– ¿Cómo conjunciona la actividad académica con la creación artística?
– Creo que ver la vida a partir de la literatura no parte de mi faceta académica ni de mi faceta de escritor. El disfrute de la literatura es lo que me llama. Como crítico, trato siempre de no dejar de disfrutar el acto de leer. La diferencia tal vez está en la manera de acercarse al texto. Cuando lo hago como teórico busco los sentidos de la obra y cómo puedo ponerlos en escena. Al acercarme como escritor trato de encontrar los guiños que construyen la historia.
– Pertenece a la nueva generación de escritores, más académicos, ¿qué herencias y qué retos están en juego?
– No sé si la nueva generación (si es que existe) se caracterice por ser académica. Creo que los buenos escritores actuales nacionales, que no son muchos, son los que se toman en serio la escritura. Son los y las que leen, los y las que la piensan, los y las que se obsesionan con los libros. Uno de los males de nuestra literatura es pensar que la escritura es un medio de expresar lo que uno siente a partir de su alegría o su tristeza. Lo que habría que entender es que nadie quiere saber nada de la vida del otro. Pienso que la realidad es muy aburrida.
Creo que no hay retos para la literatura boliviana, porque su futuro, como lo fue siempre, no es promisorio. Que se sigan produciendo libros muy buenos y que valen la pena, aunque sean pocos, es una gran satisfacción. Eso habría que celebrarlo, y no la publicación en masa. Como herencia, es éste el problema: son muy pocos los escritores que se deben seguir leyendo y estudiando. Nuestra herencia es breve, pero en esa brevedad hay cosas valiosísimas.
Fuente: La Razón