¡Ah!, Tamayo, Tamayo
Por: Óscar Díaz Arnau
1.- Puede ser que la fuerza de la costumbre haga de un jurado, jurado. Vaya mala costumbre sería ésa, la de hacer un jurado jurado a fuerza de la costumbre.
Puede ser que la organización se fuerce a hacer de un jurado, jurado; es decir, sólo por la obligación de hacer de un jurado, jurado. Vaya, vaya. Jurado por obligación. Triste realidad sería esa, la de la falta de convicción de una organización que, por costumbre y, parece que también, por obligación, se fuerza a hacer jurados jurados.
Puede ser que un premio literario necesite de un jurado y, para colmo, de una organización. Vaya necesidades. Y hasta puede ser que el premio literario, por tratarse de un concurso, necesite de ganador. ¡Uf! Todo puede ser, pero esta última sí que sería una necesidad inconveniente —más que aquéllas—: nunca un jurado o una organización, con mayor razón un jurado jurado y una organización ídem, pueden ser menos necesarios que un ganador.
2.- En caso de que la búsqueda de un ganador se constituyera en un asunto necesario, puede ser que ocurran varias situaciones, pero una se mantendrá invariable. Seis jurados nunca leerán los más de cien cuentos concursantes; lo que sí harán es repartirse el trabajo y, luego, presentar al resto dos o tres “finalistas” para una ronda definitiva en la que, ¡uf!, esta vez sí, todos deberán leer todo… lo ya seleccionado.
La encomienda, como es de suponer, costará mucho a un jurado, compuesto de jurados, hecho a la medida de las necesidades. Pobre jurado jurado. Un ganador no se encuentra todos los días.
3.- Menudo jurado, el jurado en cuestión, el jurado del último Tamayo. Se le dio la tarea de encontrar ganador entre 147 concursantes, y, tras mucho sufrir, no halló ninguno. Faltaron requisitos mínimos. Pero… ¡uffff!, ¡uffff!… sí los encontró para nueve que, dadas las circunstancias, son (i)respetuosas menciones de los mejores peores. O sea, eso.
4.- ¡Ah!, Tamayo, Tamayo. Jurado (al) cuadrado le ha tocado, salvando los nombres de los experimentados. Había la necesidad de tener uno, dirá la organización. ¿Un jurado?, sí, es la costumbre. ¿Y ganador? Cuando el jurado es jurado, el ganador resulta inconveniente, aunque en repechaje ganen los menos malos. ¿Será una nueva costumbre?
5.- Qué triste, pero los tiempos cambian y los jurados jurados van quedando en desuso. Ahora, ya no son seis, sino cientos o miles y se conforman a la (democrática y desquiciada y…) manera de la internet. Entonces, el concursante ya no depende del aburrido (por solitario) mirador inicial, del jurado (sí, del jurado aquél, del que la organización hizo jurado por los motivos aquéllos), ni de los miradores definitivos (si tuvo la suerte de seducir al aburrido que le tocó en suerte; ¡uf!).
6 y final.- No es patética la versión 35 del Tamayo: los tiempos cambian. La internet, al menos en Bolivia, viene arrasando con los jurados, que, por jurados jurados, merecen una declaratoria de desiertos, eso sí, a tono con la costumbre, confiriéndoles una respetuosa mención honrosa.
Fuente: La Razón