06/13/2016 por Marcelo Paz Soldan
(Mal)Acostumbrados a la niebla

(Mal)Acostumbrados a la niebla

Desvelo

(Mal)Acostumbrados a la niebla
Por: Alejandro Suarez
En una escena de Amarcord, de Fellini, un borracho despierta en la calle y hay una neblina tan densa que no puede ver más allá de sus narices y no sabe si aún sigue vivo o esa niebla espesa es la muerte. Los personajes de Desvelo, segundo libro de cuentos de Saúl Montaño, parecieran retratados en el momento justo en que despiertan rodeados de niebla e incertidumbre y comienzan a caminar sin rumbo o en círculos, ya sea porque les gusta lo que ven o para comprobar que aún siguen vivos. Como el personaje de ese buen relato llamado Días de motos, que recorre obsesivamente con su Honda 250 las calles y carreteras de Camiri, grita “¡El poder!”, intenta rearmar una historia trunca con un antiguo amor de adolescencia que se fue, lo dejó destruido y regresó al cabo de los años con un hijo; y en sus recorridos dice cosas como “desde una colina observé el paisaje tórrido y creí que en este lugar era donde debía morir” o “había mentido mucho esa noche. Pensé en que me habría gustado decirle a Maritza que pocas veces uno es feliz”.
El motociclista del anterior relato grita “¡El poder!”, pero bien podría “¡La nada!”; y lo podrían hacer también todos los personajes de Saúl, primarios y secundarios. Hablamos de chicos que se aburren, que se van de su casa, que regresan sin opciones ni dinero para cervezas, prostitutas paraguayas y japonesas, vecinas con tetas nuevas que se ahogan en la rutina, perdedores o aspirantes a vivir con lo justo, todos atrapados en una extraña y destructiva zona de confort, acostumbrados a la nada, a la niebla.
Para lograr esta atmósfera, Montaño teje una prosa macerada con dosis de Salinger, Bukowsky, Denis Johnson y Pedro Juan Gutiérrez, expertos en contar con lo mínimo y en primera persona la sordidez, la desesperanza y la melancolía. Saúl lo hace y lo hace además con elegancia que en estos casos es casi sinónimo de dignidad, de poesía. Como en este otro fragmento de ese excelente texto llamado “Itinerario, un regreso”: “Era la mañana y Linda, feliz, sentada en la cama, se maquillaba, yo dije: me estás obligando a seguir un camino que no es el mío. Todo esto por una relación carnal. Eso dije, de una. Luego dije: esto es lo que tenemos –abrí los brazos para mostrar la habitación, vi la caldera con el culo tiznado de hollín-, ves, ves lo que tenemos, somos felices aquí; al fin y al cabo soy católico, vengo de una religión menos restrictiva que a la que querés arrastrarme. Linda me escuchó confundida. A los días dejó la habitación. Yo no tardé en regresar a mis plácidos hábitos: a la computadora, a las películas, a la abulia”.
Por último, y no por ello un detalle menor: estas historias suceden en lugares conocidos pero pocas veces nombramos en nuestra literatura. Saúl no duda en ambientar sus relatos en boliches varios, rocolas, billares, surtidores, cuartos de pensión, cuartos en anticrético, un zoológico venido a menos, puteros en Pailón, calles, la carretera a Camiri, la noche. No son simples decorados, los lugares de Montaño dialogan con sus personajes, configuran el escenario perfecto para sus historias, a tal punto que lugar y narrador(es) (nunca sabremos si es uno o son varios) se funden en un todo denso e indisoluble, son espacios donde sus criaturas cogen, se emborrachan, dejan que pase el día, esperan (quizás sin saberlo) el día en que pase la niebla y descubran que pueden ser flores nacidas en un estercolero.
Fuente: La Ramona