Por Valeria Viancos
Magela es autora del libro de entrevistas Mujeres de costado (2010), de la novela El sonido de la H (2014) y de La composición de la sal (2014). Sus cuentos y reseñas han sido recopilados en antologías y en revistas impresas y digitales como El Malpensante de Colombia, Escritores del mundo de Argentina y Círculo de Poesía de México.
En Chile, su libro de cuentos La composición de la sal fue editado en 2017 por Catalonia. La obra ganadora del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez en el año 2015 forma parte de las lecturas del Curso de Crítica Literaria que ofrece la Escuela de Crítica de Valparaíso, donde la escritora participó en una sesión junto a Andrea Jeftanovic.
“Me interesan las fracturas de lo cotidiano, esas grietas o temblores que pueden derrumbar la arquitectura existencial. Y me parece que el roce humano es uno de los detonantes más complejos y ricos que existe pues permite explorar distintos desenlaces sicológicos, especialmente en las relaciones afectivas que son inevitables y definitivas como las familiares. La contradicción es especialmente productiva en este campo, pues en ella está el más puro germen de lo humano. Me gusta mucho trasladar esas tensiones al cuerpo de los personajes, porque el cuerpo es por naturaleza una superficie dañable y por tanto el mapa en el que pueden verificarse las marcas de la vida”, comenta.
–En La composición de la sal conocemos historias y relatos de personajes muy distintos entre sí, con cuentos también muy distintos entre sí, pero con un hilo en común: la sorpresa y el deseo del lector por saber más ¿Cómo fue este proceso de creación?
En el arte, siempre me parece más interesante la potencia de lo que puede revelarse que de lo que se revela. En este sentido, si me permites hacer una alusión fotográfica, el libro funciona más como una colección de negativos, que el lector pone a la luz para componer las historias, que de fotografías reveladas. Todos son personajes en plena torsión existencial, quebrados, en metamorfosis, cuyo devenir es apenas esbozado. Y es el lector, precisamente, quien termina haciendo ese final desembarco. Siendo así, lo que dices cobra mucho sentido, porque en efecto hay una búsqueda consciente de ese diálogo con él. Hay escritores que dicen prescindir totalmente del lector. A mí me gusta imaginar la literatura como un espacio de contacto, que tiene sentido en la medida en que hay otro que completa el acto creativo. Por eso, me parecen tan grandes Magritte o Velázquez, porque en ellos más importante que el paisaje es la idea que se juega y que se comparte.
–En algunas entrevistas publicadas en haces mención a tu relación con la poesía, que quizás se condice con la extensión de los cuentos que forman parte de La composición de la sal, ¿me puedes contar un poco sobre esta relación? ¿Qué se remueve en ti cada vez que escribes?
Sí, creo que el cuento está más cerca de la poesía que de otras formas literarias. Un tema común a ambos géneros es la condensación de un mundo en una distancia bastante corta. Esta es, precisamente, una de las cosas más desafiantes: navegar en un pedazo de agua —digamos en una bañera para usar un ejemplo del propio libro—, que cambia de color conforme más te vas sumergiendo, como si fuera un mar. El otro, la domesticación del lenguaje. Hacer que ese parásito abstracto y gastado que es la lengua desaparezca y que, en el devenir de la historia, vuelva a aparecer como una belleza extraña y perturbadora. Piglia decía eso, ¿no?, que los poetas siempre parece que hablan en una lengua extranjera. Es porque no solo están dislocando el lenguaje sino también la mirada. Me gustan mucho las escrituras que trabajan en esa búsqueda.
–En el cuento que dedicas a tus padres, la sal es un elemento vital para el protagonista: está en el mar y está en sus lágrimas. El cuento no solo es importante debido a su dedicatoria, sino también lleva el nombre de tu libro. Allí además ocurre algo curioso: se habla de la experiencia y las emociones del mar a quien no lo tiene. ¿Cómo surge esta historia?
En este cuento se conjugan varios impulsos creativos. Primero, la imagen de un hombre viejo, un abuelo, que llora, que se feminiza, y que en el final de la vida se permite soltarse, abrazar la vulnerabilidad y volver al útero. Al principio, obviamente, se rebela contra esa mutación inesperada. Cree que está enfermo, se enfurece consigo mismo. Y luego, se rinde probablemente al más femenino de los universos: el líquido amniótico. Segundo, la idea del mar, que en Bolivia es una entelequia tan conflictiva y cargada de dolor y frustración; que sirve para justificar todo lo que pudimos ser y no fuimos; y que nos obliga siempre a la idea de ganar, de vencer, de no claudicar. Yo quería un mar que fuera todo lo contrario a la épica y a lo heroico. Se trata de un mar “hechizo”, de un mar en miniatura, que le ayuda al personaje a entender algo que el escritor boliviano Wilmer Urrelo, dice mejor que yo: “Que renunciar no está mal. Que renunciar es lo más normal. Que perder es la cosa más común del mundo”. Finalmente, está la idea de la magia. Una vez me crucé en Quito con un cartel que decía: “Se cura el espanto, se van baños de alegría”. Quise escribir sobre ese otro saber que no es el científico y que tantas veces nos da respuestas mucho más asertivas para la vida, aunque nos las entendamos del todo.
–Podemos situar las historias de tus cuentos en distintos lugares (La Paz, Barcelona, Buenos Aires, París) y con viajes, migraciones y mudanzas de los protagonistas, ¿está tu historia de vida reflejada en estos relatos?
La vida siempre está implicada en la escritura. No creo que sea posible escribir desde otro lugar que no sea la cantera de la propia experiencia. Sin embargo, igual que cuando trabajamos con estereotipos, con tópicos, estos son interesantes cuando son un punto de partida para la imaginación y no de llegada. La experiencia autobiográfica para mí es útil no como autorretrato, sino como material sedimentado, como índice, como un fósil o como un despojo de plantas y animales, que sirve para imaginar otros mundos, hacer nuevas preguntas sobre el pasado y ensayar distintas posibilidades de fabulación. En ese contexto, dibujar distintas geografías, mudanzas o viajes tiene que ver con eso precisamente: con el desdoblamiento. Genette decía algo lindo a propósito de las literaturas del yo, precisamente: “Yo, autor, voy a contarles una historia que me tiene a mí como personaje, pero que no me ha sucedido nunca”. Esa consigna puede variarse de muchas maneras. Esas variaciones son las que me parecen muy desafiantes.
–La curiosidad y la capacidad de observación son características principales de una periodista ¿Crees que tu profesión influye en tu escritura?
No sé si solo se juega el ojo, también el olfato, el oído, o el sexto sentido que es la intuición. Muchas de las historias que cuento están gatilladas por un titular. Es un vicio para mí completar aquello que el periodismo no te permite pues sus reglas son precisamente las de la veracidad, la neutralidad, la distancia. En La composición de la sal hay varios cuentos sobre periodistas. Uno de ellos, describe la tensión entre ambos oficios. La cinta roja es la historia del asesinato de una muchacha indígena, en los extramuros de la ciudad. Una amiga muy querida, poeta y periodista, tenía que escribirla, pero estaba atrapada en las calles ciegas de las fuentes, aunque ella intuía que la “verdad” estaba en otra parte. Ante su impotencia, yo escribí esta otra historia, respondiendo las preguntas que el periodismo no me permitía responder, imaginando y, por tanto, expandiendo la realidad.
Fuente: lajugueramagazine.cl/