Por Edwin Guzmán Ortiz
Si hay alguna condición que definiría a Luis H. Antezana J. es la de lector. Ávido, inteligente, metódico, incansable, meticuloso, visionario. Cachín es pues, sin duda, uno de los lectores de literatura más importantes que ha dado el país, y por el conjunto de su obra, uno de los pensadores más gravitantes. Alfredo Ballerstaedt, su editor, dice que Cachín escribe porque lee: la literatura como escritura de una lectura
Mas, cuando hablamos de “lector”, nos referimos a una categoría que supone especialidad, capacidad crítica, es más, una suerte de experticia en ese oficio interminable que es la lectura. Frente a diferentes capacidades y competencias en el ámbito de la lectura –desde las empíricas a las profesionales– hay una, de las más altas, que tiene la capacidad de abordar los diferentes universos que se tejen en un texto y que nos revelan los sentidos gravitantes de una obra. Cachín es pues depositario de esta condición, producto de una formación académica doctoral y trabajo intensos.
Su formación de filólogo ha sido sobre todo ejercitada en el campo de la literatura. En un país con una escasa población de lectores, ser lector no termina de ser comprendido en su verdadera cabalidad. A propósito, Carlos Medinaceli –otro de nuestros grandes escritores y lectores– decía: “la tragedia del escritor boliviano es escribir para un pueblo que no lee”.
La lectura sería pues una especialidad de Cachín, la actividad rectora de su trabajo crítico. Actualmente, producto de su abundante y meticuloso trabajo es reconocido como como uno de nuestros principales críticos. Precisamente, Leonardo García Pabón lo considera como “el mayor lector de la literatura boliviana”.
En Ensayos y lecturas (1986), Luis Antezana aborda principalmente lecturas sobre la literatura boliviana. Podríamos afirmar que con él se inaugura otra forma de leer nuestra poesía, narrativa y ensayo. Su manera de desmontar la arquitectura de los textos ha revelado sentidos y perspectivas inéditas en nuestras letras. A través de su ojo crítico, en diferentes obras, por ejemplo, ha incidido en la poesía de Oscar Cerruto, Jaime Saenz, Eduardo Mitre; en la narrativa, en Carlos Medinaceli, Jesús Urzagasti, Jorge Suárez; en el ensayo en Gabriel René Moreno, el propio Medinaceli, Javier Sanjinés y Rubén Vargas.
Pero junto a autores paradigmáticos de nuestras letras, ha desarrollado lecturas transversales como “La novela boliviana en el último cuarto de siglo”, los “Rasgos discursivos de la narrativa minera boliviana” que pretenden abarcar un espectro más amplio del acontecer literario, motivando el interés hacia filones más gruesos de la literatura de nuestro país. En ese marco, y de manera general va trazando –como él mismo señala– un modelo hipotético de algunas de las zonas por donde transitaría la literatura boliviana.
Cachín marca una evidente diferencia con críticos precedentes –digo, Gabriel René Moreno, Carlos Medinaceli, entre otros– ya que pone en funcionamiento un aparato gnoseológico diferente sostenido por una lógica rigurosa que le permite desmontar los diferentes niveles de sentido de las obras. En Cachín se manifiesta una concepción estructuralista de la lectura, concepción que no se acaba en sí misma, y que a menudo la trasciende a través de una hermenéutica altamente sensible. El aporte de Cachín en la lectura y crítica de la literatura boliviana es notable: aprendimos con él a comprender y valorar nuestra literatura desde una nueva óptica: la calidad y el peso específico de las obras.
Otra de las zonas clave por las que discurre su interés es la teoría. Ya, en su inaugural Elementos de semiótica literaria (1977) desarrolla conceptos y características que estaría en la base de esta: la lingüística y el proyecto científico de la semiótica general. Pero es en su libro Teorías de la lectura (1983), donde especialmente se abre a una reflexión teórica más especializada sobre las coordenadas del oficio de leer, a través del triángulo de “la lectura, el lector y el-acto-de-leer”. Se añade, la caracterización sobre la identidad del texto literario, su nivel pragmático y los posibles lectores que enfrenta la literatura. Con generosa erudición nos pasea por el pensamiento de Steiner, Wittgenstein, Iser, Rifaterre, Barthes, Searle, en fin Lotman, Stierle, Derrida y la Kristeva. Un verdadero festival de lo más selecto de la reflexión vinculada a la filología, semiótica, hermenéutica y teorías del discurso. Cachín ha puesto sobre la mesa, desde las teorías de lectura, todo un aparato crítico para leer. Nos ha actualizado y ha expuesto autores, hoy universalmente reconocidos en las faenas del análisis textual y literario.
Llama la atención en esta obra la nutrida bibliografía consultada: más de cien autores que sustentan los argumentos del libro. Se suman ilustrando las teorías, poetas y novelistas gravitantes como Borges, Cortázar, Cabrera Infante, Rulfo. Y bolivianos como Cerruto, Saenz, Mitre, Gomringer o Medinaceli. Y autores contemporáneos de la talla de S. Mallarmé, T. S. Eliot, Ezra Pound, Paul Celan o Pessoa, Joyce o Vonnegut; Cachín amarra los enfoque modernos de las teorías de la lectura con autores paradigmáticos de la escena literaria occidental.
El libro –como lo explica en su prólogo– no clausura este hecho, al contrario, señala, abre las puertas a una reflexión más profunda acerca de la naturaleza del texto y la lectura, porque, como dice Antezana: al final las teorías literarias “nos llaman la atención sobre un hecho fundamental: que los textos se desplazan en sus lecturas, y es ese devenir el que interesa en última instancia comprender”. Por este motivo, para Cachín la lectura no culmina en el cierre semántico de un texto, sino en la perspectiva iluminadora de comprender lo que una obra sugiere.
Además de la lectura literaria, Cachín se ha preocupado por otros tipos de lectura, dentro el campo histórico y social. No es difícil comprender que la historia y la sociedad están marcadas por una tupida malla de discursos. Que las doctrinas, la política y las ideologías precisamente se manifiestan también a través del lenguaje. Palabras que construyen visiones sobre la realidad, y que inducen a acciones sociales, es decir, la poderosa función performativa del discurso. No olvidemos que la propia Constitución Política del Estado pone en juego a las literaturas.
En ese orbe, Antezana ha ensayado con plena lucidez lecturas de autores y de hechos históricos respecto a la Bolivia contemporánea. Al respecto, son dos sus escritos más conocidos: “Sistemas y proceso ideológicos en Bolivia” (Bolivia, hoy, 1983) y “La diversidad social en Zavaleta Mercado” (1991) y El primero, inserto en el subdiscurso político que retrata los procesos ideológicos post 52 a partir de un articulador discursivo, el nacionalismo revolucionario –NR, que marca pendularmente el pensamiento y la ideología política contemporánea en Bolivia. El segundo, que busca proponer un modelo del pensamiento de Zavaleta Mercado en relación a la sociedad boliviana; recupera y analiza las categorías zavaletianas de: “la formación social abigarrada”, la “autodeterminación de las masas” o “la crisis como método de conocimiento” (¿no es acaso este el nudo en las narraciones?). De este modo, Cachín continúa trabajando conceptos y categorías que despliegan sentidos sociales y explican circunstancias nodulares de nuestra historia.
Con sobrados argumentos Ivan Jablonka ha fundamentado el rol de los vasos comunicantes entre la literatura y la historia, bajo el argumento que la historia también se expresa a través de una escritura donde se construyen argumentos y se forjan narraciones similares a las de la literatura, y la literatura por su parte produce también un conocimiento de lo real. Es más, en esta condición extensiva de la literatura cabe recordar a Rorty y su “giro literario de la filosofía”, postulando que filosofía es un género más de la literatura.
Otra obra recientemente publicada por Plural Editores (2020), es Prólogos y epílogos. Compilada y editada por Alfredo Ballerstaedt, reúne lecturas introductorias de autores vinculados a la literatura como a la historia y los estudios sociales del país. Cachín, en el marco de una ética de lectura, no pretende sobre determinar la lectura de estos materiales, más bien realiza acercamientos contextuales y traza líneas que podrían coadyuvar a una lectura independiente y propia de los libros que reseña.
En Luis H. Antezana, la lectura es una puerta abierta, por lo mismo, la lectura de estos prólogos son invitaciones motivantes a la lectura de las obras; generalmente breves, no son precisamente coordenadas, más bien atrios, pórticos que preludian el ingreso a la obra. Otra vez se trata de un trabajo de lectura, plural y diverso de obras y autores significativos, sea en la literatura la especialidad privilegiada de Cachín (Jesús Lara, Néstor Taboada Terán, Blanca Wiethüchter, Adolfo Cárdenas entre otros); o en temas sociales e históricos (Sergio Almaraz, Silvia Rivera, Fernando Mayorga, el Tambor Vargas, Luis Tapia, en fin…) Prologar y epilogar sin duda es otra de las venas de lectura que, no sin acierto, detenta Cachín.
En suma, no pocas cosas aprendemos de Luis H. Antezana J. Leer desde una perspectiva crítica, con el rigor y el afecto que merece nuestra literatura. A conocer, a interpretar nuestra realidad desde la literatura. A compartir ese sentimiento hondo que es la lectura. A cultivar la lectura como placer y como oficio. Que la lectura es un viaje, la condición del nómada. Nos ha abierto una conciencia renovada sobre la ubicuidad y el peso del lenguaje en la literatura y la sociedad.
Ha posibilitado, desde la literatura y a partir del lenguaje, abrir una nueva perspectiva de lectura y análisis entre lo literario y lo social. Ha marcado, no sin particular impronta, a la crítica literaria académica boliviana contemporánea. Y cómo olvidar una de sus pasiones: el fútbol, cabe pues recordar su libro Un pajarillo llamado Mané (1998), el fútbol leído en clave literaria, ora como un texto estético, ora festivo.
Sospecho que en el firmamento de Luis H. Antezana J. sobrevuela una constelación de astros, tres de los cuales serían: Borges, Wittgenstein y Barthes. Borges porque además de escritor fue un lector de raza y su obra es en gran parte producto de sus lecturas; Wittgenstein por el rigor y porque ha buscado leer la relación lógica y pavorosa del mundo respecto al lenguaje; y Barthes, simplemente por el placer supremo que suscita la lectura. Leer es pensar y pensar es leer –el quid pro quo. Leer es a su vez imaginar, trascender y trascenderse. La lectura nos permite conocernos, criticar, cambiar; sin olvidar que los libros también nos leen. Pensar es descubrir en cada camino una pluralidad de sentidos, y en cada sentido una pluralidad de caminos. Y Cachín, por supuesto, lee y piensa como muy pocos en medio de toda esta república de las letras.
Fuente: elduendeoruro.com/