06/02/2009 por Marcelo Paz Soldan
Los vivos y los muertos: las apuestas que salen bien

Los vivos y los muertos: las apuestas que salen bien

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Los vivos y los muertos: las apuestas que salen bien
Por: Wilmer Urrelo Zárate
Voy a retroceder en el pasado unos once años. Era 1998 e intentaba ser un estudiante. Por esos meses un docente de la universidad nos había dado una tarea que, para la carrera de Comunicación Social, era rara y extravagante: leer. Teníamos que reunirnos en grupos y elegir a dos escritores o escritoras de Latinoamérica para estudiar sus obras. Una por quien optamos fue Ángeles Mastretta, muy leída por esa década. Y el otro se trataba de Edmundo Paz Soldán. Yo ya había leído Días de papel y Las máscaras de la nada y creo que también Alrededor de la torre. La cosa es que estaba entusiasmado con su literatura (no le perdonaba ser cochabambino, eso sí). Justo por esos días en el periódico salió una entrevista con él. En ella se anunciaba que nuestro estudiado iba a estar en el país, y más concretamente en La Paz. De forma inmediata ordené a mis compañeros (yo era así) que lo buscaran. Como ellos hacían todo lo que yo decía lo hallaron. Y es más, lo invitaron a dar una charla a nuestro curso. De esa charla no recuerdo muchas cosas, sin embargo sí las palabras con las que se refirió acerca de Río fugitivo, la novela que había salido recientemente y que habíamos devorado. El libro era sin duda una revelación importante para nosotros, pues decía todo lo que queríamos escribir por esa época. Creo que luego de esa charla, al despedirlo, nos regaló algunos libros y yo le pregunté (a lo mejor Edmundo no se acuerda) si tenía previsto (sí, dije previsto: lo que pasa es que usaba ese tipo de palabras por esos años) escribir alguna vez sobre los Estados Unidos, lugar donde residía. No tengo muy claro cuál fue su respuesta. La pregunta se la hice porque, también por esas semanas, se acusó a Edmundo de forma injusta de ser un escritor light (a finales de los noventa eso debería entenderse literalmente como: «no hay mineros en su obra»). Si un autor como él se había atrevido a hacer algo que irritaba a la generación pasada, ¿estaba ya dispuesto a dar un paso más? La cosa es que los años pasaron y en alguna feria del libro Edmundo me comentó acerca de esta novela. Para ser sincero la esperé con ansias. Y acá está.
La vida íntima de una novela
Monólogos. Adolescentes desesperados por salir de Madison y no volver más. Un ex combatiente de la guerra del Golfo perturbado. Un periodista atormentado. Niños aterrados por la presencia del padre. Dos asesinatos. Nieve. Cielo gris. Pérdida y ausencia. Son ésos y algunos más son los ingredientes de Los vivos y los muertos. Todo transcurre en los Estados Unidos y retrata la vida de varios personajes, los cuales nos van contando sus vidas a ritmo desenfrenado, pero ojo, con una habilidad enorme para abarcar un mundo muy complejo. En un momento dado ocurrirá algo que, de manera increíble, cambiará la vida de todos. Sin duda, se trata de la apuesta más íntima en la narrativa de Paz Soldán a lo largo de su carrera. La más íntima sí y también, qué duda cabe, la más arriesgada y distinta. Con cierto aire del relato policial Los vivos y los muertos comienza de la siguiente manera: «La luz del semáforo está en rojo. El cielo gris, encapotado, opresivo…» y ésa será la exquisita sensación que nos acompañará a lo largo del libro. Y lo mejor de todo es que esa percepción, el frío que sus personajes parecen desprender de sus cuerpos, no nos abandonará nunca a lo largo de sus 208 páginas. Es un libro inquietante. Una novela sin altibajos, como ocurre habitualmente con los libros dentro de este género. Es un libro que todos esperábamos leer de la pluma de Paz Soldán, un libro ya necesario: un libro comprometido con la ausencia, con la pérdida; un libro comprometido también con el crimen, con esa violencia «que nos condena a todos durante todo el tiempo», como diría Dal Masetto; un libro comprometido con la procesión que va por dentro, con lo íntimo, esa procesión a la que los bolivianos y bolivianas somos tan indiferentes la mayor parte del tiempo.
Ahí están el señor Webb, Hannah, Junior o Jim. Son ésos los que quedan empapados en nosotros: su dolor, la percepción que tienen en su respectivo monólogo de ese mundo personal que está a punto de derrumbarse a partir de las dos muertes de las que ya hablé, de que nada más será igual que antes. Los vivos y los muertos es un salto importante, un giro crucial diría yo de la narrativa de Paz Soldán.
Me gustaría que en algún momento nos respondiera estas preguntas que, desde que leí la novela no puedo quitarme de la cabeza y que en el pasado creí haber respondido, sin embargo al leerla de nuevo surgieron una vez más: ¿cuáles son los vivos? ¿Y cuáles los muertos? ¿O todos estamos vivos y muertos? ¿Por momentos? ¿O casi siempre?
Fuente: Ecdótica