Los tiempos violentos de Sietecase
Por: Juan Carlos Flores Escobar
En algún lugar de mi mente tengo guardado ciertas palabras que hablan sobre la literatura de un autor maravilloso: Reynaldo Sietecase. De sangre rosarina, este argentino plasma una de las obras más controversiales además de exquisitas que resume la pasión desordenada de narrar cuentos sobre la psique de los adolescentes asesinos: Pendejos.
En efecto, la aparición de Pendejos, segundo libro de Reynaldo Sietecase en materia de narrativa de ficción (el primero fue su novela negra Un crimen argentino), da cuenta de un cruce problemático dentro del mundo social y cultural. Por un lado, aborda temas que puedan interesar por su alto impacto social: asesinatos, robos, drogas, marginación. Por otro, están esos desórdenes psicológicos que empapan la vida temprana de jóvenes desilusionados de la vida que les tocó representar.
En verdad son tiempos violentos los que vivimos y enfrentamos. Por ello Sietecase descubre a la vez que cubre en su cubierta la provocación y cierta agresividad de dos jovenzuelos o “pendejos”, tapados ambos con medias nailon, sujetando cada uno su revólver y apuntando al lector curioso e indefenso. Cuenta el autor que a algunos editores Pendejos les sonaba despectivo y a otros no les gustaba esta palabra. Es obvio, pues es muy difícil de captar en un contexto más allá de Argentina.
Según el origen latino, pectiniculus, hace referencia a los vellos que nacen en el pubis; diremos entonces que son algo que existen pero se ocultan. En argentina, pendejo alude al adolescente, al joven, al chango pues; pero a medida que su semántica se escudriña por el continente, va cambiando de significado: vivo, capísimo, inútil, cobarde, pusilánime. Estos significados pueden funcionar de alguna manera.
Esta demás decir que todos los cuentos de Pendejos tienen como protagonistas a chicos o jóvenes que han cometido ciertos crímenes violentos. Muchachos marginales o de clase media; changos abandonados o de “buenas familias”; Adolescentes que conviven con armas y que fueron subsumidos por la droga. La vida de ellos es un eterno presente, breve y fugaz.
Los diez cuentos de Pendejos, son algo así como crónicas extremas que tienen un elemento en común: protagonistas menores de edad que asesinan a sangre fría; (quizás Truman Capote se hubiera deslumbrado con estas historias). Degradados o no, matan porque en el miedo está el respeto o porque la venganza es simple juego de aritmética; por necesidad o supervivencia en estas selvas de cemento; por accidente o patologías familiares de incesto o cosas peores.
En el cuento; (Los ángeles bailan cumbia), Titu, Nenu y el Tripa son contratados por Francisco, “Paco”, un ex “pibe” chorro devenido cantante de cumbia. El fin: deshacerse de los integrantes de otro conjunto musical en medio de una “guerra bailantera” (muy común por las villas miseria de una Argentina que cambió el tango por las villeras). En (El precio del amor). Javier es vendedor ambulante de cualquier cosa que caiga en sus manos. Un mal día conoce a Jesús Hernández Pelaiés, ejecutivo de una empresa española en Argentina, quien lo invita a su casa, donde todo es lujo y confort. Por quinientos pesos Javier hace de acompañante, en síntesis vende su cuerpo. Sin embargo el empresario termina desangrado por intentar pasarse de la raya. En (Pelusa duerme en el sillón). Claudio tiene doce años y se asusta un poco cuando ve a un fantasma del barrio que busca a su hijo muerto asesinado. Su hermana mayor, Pelusa, lo cuida. Una noche, Claudio se carga al padre que es policía a tiros, cuando lo descubre encima de su hermana.
Y así por el estilo, los cuentos entretejen historias que hubieran hecho esbozar una sonrisa cómplice al mismo Víctor Hugo Viscarra. Está por ejemplo, la del niño que decide usar en la escuela el arma de su padre. Una jovencita que lidera una banda dedicada a los secuestros express. Otra que organiza una masacre familiar. Da lo mismo que se trate de un barrio rico, de una villa miseria o de alguna ciudad del Sur: la violencia adquiere la visa de ciudadanía en cualquier escenario.
Los relatos de Pendejos hablan de los tiempos otra vez violentos que corren y de nuevas visiones temerarias acerca de los niños. Por eso perturban y hacen perder el aliento. Por eso requieren de una lectura sin pestañeo. A lo mejor Pendejos es la historia de pequeños que juegan a ser criminales.
Fuente: Ecdótica