Los que huyen
Por: Brayan Mamani
Texto leido en la presentación del libro “Por el camino del trueno y otros cuentos”
Una vez, ese Bolaño al que hoy todo el mundo quiere asesinar (críticos, periodistas, académicos y, claro, escritores) escribió que la literatura es una extraña mezcla de sudor, lágrimas, sangre y semen. No podía tener más razón. Cada vez que recuerdo –o intento recordar, como es ahora el caso– cuáles fueron los móviles que me impulsaron a escribir algo, lo primero que me viene la mente es eso: sudor, lágrimas, sangre y semen. (Alguno de mis amigos escritores haría énfasis en el semen).
Estoy de acuerdo con Bolaño, sí, pero yo aumentaría un elemento más: la huida. Huir de tu casa. Huir de la universidad. Huir de Bolivia. Huir de tu esposa. Huir de vos mismo. Para mí, la literatura siempre fue eso: sacarme de mi cuerpo y ponerme en algún bar de cuarta de París, pasear por Comala en busca de don Pedro, navegar sobre el río Magdalena, utilizar los intestinos de alguien más, ser ficción, vivir en serio. Porque la vida es demasiado aburrida. Lo digo, lo repito y lo subrayo: LA VIDA ES ABURRIDA.
Ahora estoy leyendo un poemario de Joaquín Pérez Azaústre –El jersey rojo– y me quedo transparente ante tanta verdad:
Irse es la manera de quedarse,
de poder apreciar las menudencias
de un acatamiento de los modos,
de la fiebre en el aire
y los enjambres de la madrugada
Por el camino del trueno es un cuento sobre la huida, sobre el irse. Uno se va porque no puede quedarse, dicen, pero –al igual que el autor de El jersey rojo– yo creo que huir es solo otra manera de quedarse. Porque, cuando estás lejos, lo único que se ha ido de vos ha sido tu cuerpo. Tu mente, tus recuerdos, (¿tu corazón?) siguen en aquella ciudad de gente trajeada, montañas suspicaces y micros alpinistas. El fantasma queda. Tu fantasma queda. Tu cuerpo se ha ido pero los pasos que has dado, los labios que has besado, la carne que has herido siguen ahí, aquí, en esa tierra –tu tierra –que al mismo tiempo es tu jaula. Cuántas veces me sentí como Heraldo, o como Jacques, o como Lucibell, o como la actriz porno del cuento. ¡De niño mi deseo era ser avión! Con eso ya se los he dicho todo.
Todavía no he leído los cuentos de esta colección, pero estoy seguro que cada uno de ellos implica un escape hacia mundos paralelos, más seductores, menos fríos, sin la solemnidad y lo rutinario de nuestra vida diaria. Cuentos como túneles hacía paraísos bizarros: no edénicos, pero sí excitantes.
Quiero agradecer a Marcelo Paz Soldán, a los amigos del municipio de Cochabamba, a los escritores que forman parte de esta antología y a todos los que han hecho posible que este libro deje de ser un documento Word e intente ser literatura.
Que la linda Cocha y la eterna Adela Zamudio nos recuerden que quedarse no es tan malo.
Irse es divertido. Pero a veces cansa.
Fuente: Ecdotica