Los papeles olvidados de René Ballivián sobre la Guerra del Chaco
Por: Freddy Zárate
En el departamento de Tarija, provincia Gran Chaco, del Municipio de Villamontes se encuentra la población de Tarairí. Según registros históricos, aconteció allí, en la década de los años 30, episodios dramáticos durante la contienda bélica con el Paraguay (1932-1935), que fueron registrados en la memoria de varios excombatientes, cargados de significados, de emociones y de valores simbólicos que han marcado nuestra contemporaneidad más inmediata.
Tal fue el caso de René Ballivián Calderón (1909-1979), quien una vez desmovilizado, transcribió en una máquina de escribir retazos de sus vivencias en el campo de batalla. Terminado el manuscrito, decidió esconder y olvidarse de esta etapa de su vida. Tuvieron que pasar cerca de cuatro décadas –desde la desaparición física de Ballivián– para conocer el contenido del texto, que, por cierto, tiene una peculiar historia. Por el año 2016, Consuelo Ballivián –una de las hijas de René Ballivián– “quería donar a alguna institución documentos de su antepasado Manuel Vicente Ballivián, cuya personalidad sobresale en el campo de la geografía, la ciencia, el aprovechamiento de los recursos naturales, a fines del siglo XIX y principios del XX”.
Al enterarse de ello, Mariano Baptista Gumucio le sugirió el Archivo de la Universidad Mayor de San Andrés: “En eso, en medio de los papeles, descubrió que había también documentos de su padre, René Ballivián Calderón. Llamó la atención una carpeta con el manuscrito de un diario escrito por un excombatiente (…). Durante la lectura me quedó en claro –asevera Baptista– que eran sus propias memorias que no publicó, pero tampoco destruyó. Por su calidad y dramatismo creo que es uno de los mejores testimonios de la campaña, y es increíble que, a más de 80 años del cese de hostilidades, siga inédito”.
Después de casi tres años del fortuito hallazgo, se publicó el manuscrito de René Ballivián intitulado originalmente Bajo la luna de Tarairí (2019). Al respecto, el historiador Robert Brockmann –en la introducción del texto–, indica que estas evocaciones, “es sin duda uno de los más notables relatos acerca de la Guerra del Chaco y merecerá estar considerado al lado de los grandes cuentos surgidos del conflicto (…). El relato de Ballivián es, en su mayor parte, una obra de introspección: un profundo y ameno diálogo interior. Mientras la guerra sucede fuera de su persona, él se explora y reflexiona acerca de esta faceta de la actividad humana”.
En el preámbulo del libro, René Ballivián menciona: “Hace cosa de dos meses, recibí de cierto combatiente anónimo las pequeñas ‘crónicas sueltas, desarticuladas’, como las califica su propio autor (…). Ellas venían precedidas de una carta de remisión que, entre otras cosas, decía lo siguiente: (…) Estas crónicas… son históricas, en ninguna de ellas entra algo de ficción; son como jirones arrancados a una inmensa y trágica realidad: la que vivieron tres largos años de dolor un grupo de hombres de dos pueblos esforzados y heroicos. Esta especie de confesión no aspira a tener oyentes, no necesita ser escuchada, constituye ella una simple necesidad del espíritu, un desahogo”.
Sobre este punto, Brockmann precisa: “El autor, con gesto elegante, comienza su relato atribuyendo el hallazgo de su manuscrito anónimo. Pero sus hijas, Consuelo y Florencia, recuerdan que en su infancia su madre les recomendaba no publicarlo, porque contenía juicios duros acerca de personas vivas y eventualmente poderosas”.
Al adentrarnos en el relato de René Ballivián, el autor inicia describiendo su entrada a Villa Montes: “Es como una magnífica promesa de un misterioso El Dorado (…). Es de tal modo variada por la grandiosa exuberancia de sus paisajes caprichosos y amenos que al parecer se viaja hacia el país de los ensueños y de las fábulas; hacia el inmenso escenario de heroicos dramas, olvidados entre las lejanías de unas tierras encantadas”. Más adelante, Ballivián asevera: “Es seguramente uno de los sitios más terriblemente calurosos que existen. En Villa Montes he sentido calores que marcaban 46º a la sombra. Por esa razón, los meses de diciembre a marzo se hacen insoportables”.
A medida que la tropa se adentraba en el Chaco, pudieron percibir una torre de la abandonada iglesia de Tarairí: “Los paraguayos aún no habían llegado a ella y nuestras trincheras hallábanse a dos kilómetros. Aquel templo estaba, pues, en la tierra de nadie (…). Estaba vacía y sola la pobre iglesia de Tarairí (…). Unos días después llegaron los paraguayos a la aldea de Tarairí, y entraron al templo… En su torre instalaron un observatorio. Era preciso, pues, destruir esa torre, y los proyectiles de nuestros cañones estallaban a su lado por todas partes con presagios de muerte. Empero, era imposible lograr su destrucción, sacrilegio impuesto por las circunstancias. La mano de Dios parecía librar el templo de todo mal. Quedó de pie la iglesia de Tarairí, guardando el secreto de misterios que su austeridad llena de grandeza jamás habría de revelar, y toda vez que la contemplábamos surgía en nuestros corazones un arrepentimiento tan infinito que inconscientemente clamábamos para nuestras pobres almas celestial perdón”, dice Ballivián.
Los distintos relatos de René Ballivián develan episodios estremecedores. Así pues, el autor recuerda que en el infierno verde también llovía, pero de forma estrepitosa, en donde los soldados sintieron las inclemencias del frío, “de pronto llegaron unos soldados con fusiles (…) no tenían capote y temblaban de frío. Los uniformes que llevaban eran andrajosos, más parecían mendigos que soldados. El suboficial que los conducía vino donde nosotros –cuenta Ballivián–, he traído estos soldados para que presencien el fusilamiento”. Tuvieron que alejarse del campamento, después de mucho andar, Ballivián comprendió que acompañaba a condenados a la pena de muerte, “al fondo destacábase un árbol bien coposo, y a su pie, un rústico banquillo construido ex profeso; más allá, a la izquierda, cuatro soldados cavaban una sepultura”.
Este hecho se hizo frecuente con los llamados “izquierdistas”, quienes eran soldados que se disparaban mutuamente para no seguir combatiendo, “creyeron que con eso saldrían al hospital de la División, quizá a Villa Montes; descansarían, comerían bien, y, lo que es más, no tendrían que preocuparse de balas enemigas. Pero nunca supusieron que su destino fuera otro”. La sensibilidad humana se fue desvaneciendo en la tropa, al grado de mostrar una total indiferencia al momento de observar los fusilamientos de sus camaradas de forma natural, lógica y hasta merecida.
Uno de los aspectos esenciales de toda guerra radica en sobrevivir frente a sus enemigos circunstanciales. Pero, en el conflicto del Chaco, los soldados bolivianos vivieron una pelea interna, en donde afloraron las viejas conductas humanas cargadas de envidia, regionalismo y racismo, que fueron “síntesis magnificas de toda una idiosincrasia”. Para subrayar este carácter humano en las trincheras, Ballivián retrató varios personajes y episodios, tal es el caso del sargento Iturriaga, a quien lo describe como un hombre de regular estatura, de mirar enigmático, de hablar complicado: “El color de su piel era tan vago y tan confuso como sus frases llenas de sentencias graves y de inapelables dictámenes (…). No podía hablar con soltura y sencillez. Por insignificante que fuera lo que decía, jamás abandonaba el aire doctoral y pedantesco (…). Había sido juez en Oruro, y en la División se ocupaba de los asuntos de índole legal, levantando unas actas terriblemente mal redactadas (…). Jamás daba una opinión clara y concreta (…). Creía que todos éramos tan hipócritas como él. Sólo en una ocasión se aventuró a decir: ‘ese es un perfecto cholo’”.
En las arenas del Chaco –escribe Ballivián– había algo mucho más triste. El autor hace referencia a la interminable serie de egoísmos y de envidias: “La envidia comenzaba entre los comandantes de batallón, seguía con los de regimiento, continuaba con los de división y de cuerpo, y culminaba con el Comando Superior, donde adquiría caracteres realmente morbosos (…). Ocasiones hubo en que al pedirse refuerzos para un regimiento que sostenía apenas el ataque impetuoso del adversario, el jefe encargado de suministrar el refuerzo contestara: ‘que se joda ese animal’, refiriéndose al comandante del regimiento en peligro, que era enemigo suyo”. La mentalidad de los conductores de la guerra es cuestionada por René Ballivián al grado de afirmar: “Si hubiéramos luchado contra el enemigo la mitad de lo que entre nosotros supimos luchar, seguramente que el Ejército boliviano habría marchado victorioso por las calles de Asunción”.
Otro aspecto que percibió Ballivián fue el regionalismo recalcitrante: “Yo no quería creer, pero en el Chaco me convencí, el regionalismo que suponía yo extinguido en el magnífico crisol chaqueño, persistía tenaz e invencible en el corazón de casi todos los combatientes (…). Esta lucha terrible y sañuda entre collas y cambas atemperó en cierto modo el sentimiento regionalista que dividía a paceños y cochabambinos, a chuquisaqueños y potosinos, a paceños y chuquisaqueños… Esto que parecería una calumnia, era, desgraciadamente, pan de cada día”.
La experiencia de Ballivián abarca temas personales, como la vez que el clima de la región le hizo flaquear: “Gracias a una gran fuerza de voluntad me mantenía de pie, pero llegó un momento en que no pude resistir, la fiebre se hizo más intensa, el malestar aún más agudo, y vino lo que tanto temía: el paludismo, con todo su cortejo de achaques”. Este infortunio lo llevó a sentir en carne propia el trato inhumano que recibían los soldados “comunes”: “Si hubiera sido el hijo de algún privilegiado, de alguno de esos cholos adinerados metidos en las roscas, seguro es que con mucho menos ya habría sido transportado en avión hasta La Paz. A mí me clavaban inyecciones tras inyecciones y me hacían tragar unas inmensas obleas, eso bastaba, y como si con decírmelo ya me hubieran sacado de aquel infierno, contentábanse con repetirme: ‘lo que usted necesita es un cambio de clima’, o bien: ‘a usted hay que evacuarlo’, y por fin, para consolarme: ‘aquí usted se va a volver tuberculoso’. Pero entretanto me dejaban botado”.
En este sentido, las páginas escritas por René Ballivián nos develan episodios incómodos de la Guerra del Chaco. Pero, todo esto le requirió de un esfuerzo ético y hasta doloroso al momento de reconstruir sus vivencias en el Chaco. El autor no se atrevió a publicarlo en vida porque eso le conllevaría censura y recriminación de parte de sus contemporáneos. El legado de Ballivián para la actual generación, proporciona una impresión crítica que sitúa de pronto al autor en una región en donde pocos de nuestros escritores han llegado siquiera a adentrarse.
Fuente: Letra Siete