Lazos de familia
Por: Roger Otero Lorent
Los cinco cuentos que componen este libro tienen la virtud de activar una adrenalina lectora a ritmo exquisito. He aquí cinco argumentos, cinco historias, capaces de cautivar a todo buen lector:
1. La barricada
Un barrio peculiar, donde una mujer de aproximadamente treinta años se aísla del mundo, para compartir su soledad con una gata flaca y desaliñada, jugar ajedrez bajo sus propias leyes, crearse barricadas en torno a seres imaginados y abrir la puerta a algún vecino dispuesto a escucharla —siempre que se encubra como miembro de su irrealidad— forman parte del primer cuento. La expectación crece desde el inicio, cuando dos personajes de párvula conducta juegan a adivinar quién ha muerto. Entonces el lector se informa de los peligros que acechan la vecindad, de sus personajes extraídos del submundo, en una sociedad que simula no saber más de la cuenta, que se embelesa morbosamente al especular sobre las manías ajenas. Los diálogos alternan con pensamientos que acarician la ingenuidad al mismo tiempo que la abofetean con el cinismo de sus actos. “En esta cuadra hay gente más extraña que la dueña de la gata”, expresa la muchacha de pichicas largas, hermana de quien nos presta sus ojos para revelarnos la historia, convencernos de que nadie está a salvo de la demencia y conducirnos hacia un final abierto, pasadizo a un posible álter ego de la mujer enloquecida.
2. Roby
Es la edad en la que se pierde la inocencia, la transición a nuevas experiencias, abruptas en este caso, repulsivas, obscenas y, no obstante, adictivas. La muerte y el sexo se mezclan en esta trama de oscuro corte policial. ‘Roby’. Es también el nombre del antagonista, de quien coquetea con la fatalidad en cuantas bifurcaciones puedan existir. Aunque aquí sólo se explicitan tres (homicidio, sodomía, drogas). El protagonista, un muchachito curioso, de ingenio criminal, nos concede las preguntas clave de la historia: ¿Qué significa matar? ¿Cómo puede uno ser capaz de dar fin con la vida? ¿Se puede vivir tranquilo después de semejante acto? La búsqueda de las respuestas, no necesariamente correctas, nos condiciona como lectores a disfrutar, con sadomasoquismo, de los actos impulsivos de Roby, el ‘chico seductoramente malo’ de la historia.
3. El ladrón de Navidad
Nos permite imaginar, con irónico humor, la paradoja de una festividad (la historia no desmiente la suposición). “Has aprendido la lección, nunca más robarás nada ni dejarás caer al vacío latas de Coca Cola, ni siquiera cuando regreses a hacer travesuras con tus amigos”, soliloquia el protagonista, un niño de nueve años devorado por el mercantilismo estadounidense. Todo ocurre en su interior. Es un monólogo en segunda persona que más allá de revelarnos una historia nos obsequia una estrategia en el arte de contar. La estructura vence al contenido, pero sin desmerecerla. Porque pareciera que todo está planificado para hacernos fruncir el ceño durante los diálogos finales. Se sobreviene entonces un desenlace de quiebre rotundo y reflexivo. El lazo familiar se hace más corto y envolvente cuando el niño mira a los ojos de la madre como reflejándose ante un espejo.
4. Los otros
El papá, la mamá y el hijo. Y el hijo y sus dos amigos. Y los dos amigos y el mundo. Y el mundo y el lector. Y otra vez Fran, que es el hijo, junto a su papá y mamá, pero ya no como papá y mamá, sino como ‘papá y mamá’. Y así sucesivamente en un orden cíclico. Porque cada pieza de este vínculo existencial se va independizando poco a poco. Fran es el artífice o el culpable, según se juzgue. Observa a sus semejantes transmutar en detalles indelebles. Esos cambios son los que se adueñan de su visión. Pero no de él. Él opta por el heroismo sin treguas. ¿La inesperada esquizofrenia será la culpable? Eso el lector podrá decidirlo a modo de un detective improvisado.
5. Lazos de familia
Nos ofrece la identidad del libro. El vínculo amoroso entre un padre y un hijo se anuda por hilachas. La Policía luce como una sombra que acecha. Mamá no intercede, o lo hace sin convicción. Y papá es un hombre abatido por su propia inmadurez, suicidado en vida por su equivocada interpretación de valores. “Creyó que, llegada la adolescencia, la mejor forma de desarrollar los lazos entre padre e hijo consistía en compartir el lado más turbio del mundo masculino (prostitutas, drogas, ‘esas cosas’)”.
Estas cinco razones, expresadas en un lenguaje literario vigoroso, conciso, y punzante cuando debe serlo, recrean una atmósfera de creciente expectación. Los cuentos transmiten con desenfado la ‘libertad del ser’, algunas veces rompiendo cánones del buen vivir, y otras, readecuándolos a la confrontación de fuerzas sicológicas.
La literatura de Paz Soldán nuevamente reluce ante nosotros. Aquella romántica unión que sólo puede existir entre un libro y su familia será heredada por la verdadera familia de un escritor: los lectores.
Fuente: ecdotica-6413e4.ingress-bonde.easywp.com