Los Infames
Por: Manfredo Kempff Suárez
A Verónica Ormachea la conozco desde hace muchos años, cuando yo era un paceño más. Presenté su novela Los Ingenuos, que trataba sobre los acontecimientos sucedidos antes de la Revolución de 1952 y durante todo el proceso revolucionario. He leído también su crónica sobre el secuestro del empresario Samuel Doria Medina y leo sus notas periodísticas. Verónica ha tenido muchos reconocimientos a su labor y ha obtenido la distinción de ser miembro de la Academia Boliviana de la Lengua. Por otra parte, que yo sepa, es la primer persona que en Bolivia haya sido seleccionada como jurado para el Premio Cervantes de literatura, dicen que el Nobel de las letras castellanas.
Ahora nos encontramos con su última producción: Los Infames. Un libro terrible, doloroso, complicado, como todo lo que tiene que ver con las matanzas que se produjeron durante el siglo pasado, en las guerras mundiales. En este caso, durante la segunda conflagración, donde acontecieron hechos estremecedores que van más allá de toda imaginación.
El libro se desarrolla en dos escenarios muy definidos. En la Polonia de la preguerra mundial y de la guerra, donde su centro está inicialmente en Varsovia y luego en el campo de exterminio de Auschwitz. Simultáneamente, se relatan los hechos que por entonces sucedían en la lejana y desconocida Bolivia de la posguerra con Paraguay, en nuestra patria resentida por una derrota atribuida a la agotada dirigencia política, sumada a la ineptitud del comando militar. En suma, el relato sucede en la Europa atemorizada primero y espantada después, cuando Hitler lanza sus ejércitos sobre Polonia, dando inicio a lo que fue la matanza más grande producida en la humanidad. Paralelamente, nos encontramos con esa Bolivia humillada por la adversidad, al mismo tiempo que decidida a un cambio radical.
El temor ante el crecimiento del nazismo hace que no sólo deban huir de su patria los judíos alemanes, sino que en el resto de Europa comience a pensar seriamente que lo que escribió y dijo Hitler antes de llegar al poder no eran ocurrencias de un lunático, sino una convicción que estaba decidido a cumplir. La persecución y muerte de judíos, iniciada en los territorios ocupados, se convertiría en una política de exterminio cuando se aprobó con el eufemístico término de “solución final del problema judío”, el Holocausto. A medida que los alemanes ocupaban Europa iban creando campos de trabajo que acabaron siendo centros de exterminio masivo.
En Bolivia, por esos años, se producía una creciente insurgencia contra la clase dominante, representada por los propietarios más ricos de la minería, llamados “barones”. Uno de ellos, de origen israelita, Mauricio Hochschild, aparece como protagonista de esta historia, pero no por sus éxitos empresariales que fueron fabulosos y admirables, sino por su afán de salvar a los judíos que no podían escapar de Europa debido a que eran pocas las naciones que les otorgaban visa. Bolivia fue una de ellas, y lo hizo sin interés, por humanidad, aunque no pudo evitarse, como siempre, que algunos funcionarios se aprovecharan del éxodo desesperado y cobraran desmedidamente por extender un pasaporte.
Con su poder e influencia Hochschild hizo que muchas personas se salvaran de las cámaras de gas, entre otros el principal personaje masculino de la novela: Boris Kominsky. Hochschild viaja con pasaporte diplomático a la Alemania en guerra en busca de familiares perseguidos y de personas que podía salvar. Ignoramos qué episodios de estos viajes son históricos y cuáles parte de la creatividad de Verónica, pero hacen muy bien al conjunto de la lectura.
Mauricio Hochschild fue una persona que, al formar parte de la llamada “rosca minera”, debió vivir a la defensiva en los sucesivos gobiernos que siguieron a la Guerra del Chaco. En la época de Germán Busch, cuando el célebre decreto que obligaba a los mineros a entregar al Estado el 100{1daedd86537fb5bc01a5fe884271206752b0e0bdf171817e8dc59a40b1d3ea59} de las divisas procedentes de las exportaciones de estaño, Hoschild estuvo a punto de ser fusilado por órdenes del presidente. Verónica cuenta cómo parte de la sociedad se movilizó pidiendo clemencia para el empresario. Hasta el Cuerpo Diplomático acreditado en La Paz debió intervenir para que la ejecución se suspendiese.
Lo que escribe Verónica en Los Infames muestra lo terrible que es la guerra, cuando se impone el odio racial. Un aborrecimiento que ha provocado circunstancias inenarrables a lo largo de toda la historia y que ya mostró su furia durante los pogromos contra los hebreos en Polonia, Rusia, y Alemania. El odio racial ha traído muchos males al mundo y en estas mismas épocas, cuando suponemos que la humanidad podría haber evolucionado, observamos que el encono entre razas continúa. Bolivia no se salva de este mal.
La persecución hitleriana humilló y maltrató a la población judía hasta el paroxismo. Sabemos que deshizo familias, las destruyó, y las llevó a los campos de la muerte, donde sacrificaron a los miembros de la familia Komisky. Boris, el hijo mayor, tenía la certeza de que los alemanes invadirían su nación, pero no pudo convencer a su padre para abandonar Polonia y éste sacrificó, sin querer, a toda su familia, que fue enviada a los campos de suplicio para morir. Morían no sólo en las cámaras o por los fusilamientos, sino por el hambre, el frío y el agotamiento. Las traiciones, delaciones, crímenes que sucedían entre los mismos encarcelados, por abrigo, pan, o porque les postergaran la muerte, hacía que hasta la confianza entre los confinados desapareciera.
En Los Infames, una bella prisionera polaca, madre de un hijo de Boris Kominsky con quien debía casarse, es violada y codiciada hasta por las guardianas del campo. Sin embargo, es un oficial de las SS quien se encandila con su hermosura y surge un romance salvaje, expresado de manera brutalmente erótica por la autora. Su entrega, forzada al principio, aunque le provocara desasosiego y deseo después, le salva la vida, pero termina por la matarla moralmente. Es aquí donde surge el tremendo problema ético, la verdadera tortura moral que seguramente sucedió en casos reales.
Todos quienes lean la novela disfrutarán de la maestría de nuestra escritora, pero sufrirán con los acontecimientos que narra. Yo la felicito y le deseo todo el éxito del mundo. En cuanto a Hochschild, vilipendiado y despreciado en Bolivia por ideas que correspondían a una época, se lo excusa en parte, al extremo de que el famoso escritor español Javier Moro lo compara con Schindler, aquel de la famosa película, el que salvó de la muerte a tantos judíos.
Hochschild debió abandonar Bolivia por la ira política y trasladó su fortuna a naciones vecinas. Chile fue una de ellas, donde su imperio aún persiste, diversificado en muchas actividades. Su fama de ser únicamente un explotador despiadado puede que no fuera tal, visto más de medio siglo después.
Fuente: Ideas