Los dos sombreros del gallego
Por: Rosario Quiroga de Urquieta
El premio Internacional de novela Kipus, versión 2016, galardonó a Los dos sombreros del gallego, del escritor español José Guerrero Vara.
Estructurada en trece capítulos, la narración se desliza con natural amenidad sobre las rieles del humor, el sarcasmo y la ironía. Recursos estos que hoy por hoy se consideran la mejor forma de entrar en lo profundo, serio y controversial de la realidad.
Gracias a una sui generis voz narrativa (ventaja para la novela) el lector acompaña a Francisco Gonzáles (Paco), desencantado del amor, turista español, primermundista, en su periplo por espacios imaginarios y reales de la zona andina boliviana.
Subdesarrollo es felicidad
Francisco está convencido de que el turismo es un medio eficaz para la relación entre los países y sus habitantes. Se ha decidido por “la extensa Bolivia y el camino ascendente hacia Tajzara. Entrar en los lagos de Tajzara”. Quiere invertir su dinero. Quiere arriesgarse a invertir su dinero haciéndose socio activo de la Orden de Hostelería Andante.
¿Por qué huir del mundo civilizado? ¿Por qué buscar en otros mundos lo que el suyo le negaba?
¡Qué extraña insatisfacción se oculta tras la vida cotidiana del primer mundo! Teniendo todo lo que la modernidad le ofrece busca un algo o un todo que llene vacíos. Sin más vueltas: Que en el subdesarrollo se encuentra la felicidad.
Sin embargo, Tajzara es un “pueblo demasiado tópico. Tan desangelado. Ocre y parduzco, la tierra arrugada por la sed, descascarillada por el viento, madurada en pobreza por el desequilibrio”. Aún así, Francisco insiste en la idea de crear un centro turístico ahí.
Crítica social
Esta su decisión se afianza en el encuentro con el cura Larramendi, admirador de Luis Espinal, quien, decepcionado de la impostura en las acciones humanas, ha elegido Bolivia para hacer una vida más auténtica, junto a seres que parecen desposeídos de Dios y de la vida. Es un cura tercermundista que ha huido de la farsa y la impostura. A través de él el narrador pone el dedo en la llaga y muestra la realidad de muchas situaciones ante las cuales nos hacemos a los ciegos o sordos por comodidad o por costumbre, trivializando nuestra condición de seres existentes y pensantes. Como el caso de las ONG, que sólo están para sacarle partido a su necesidad personal. No se integran, no se identifican con la tierra y sus habitantes…” se convierten sin saberlo en una élite social… las ONG crean pasividad y de ahí al odio sólo hay un paso. Las ONG hacen sus composiciones del contexto” y cuanto peor se pueda mostrar la situación de los pobres bolivianos a los posibles donantes, mejor parado saldrá el proyecto.
El narrador retrata tanto por deplorable como por heroica la condición humana; sus reacciones lógicas e ilógicas ante la fatalidad, la consigna o el amor. Las ambiciones del ser y su destino, unas veces insólito, otras provocado por las circunstancias que bloquean la iniciativa espontánea del hombre, con el consiguiente descalabro de su ideal de vida.
Temas de los cuales extrae o simboliza categorías morales, con la finalidad de estimular el arribo, si no a la verdad, por lo menos a la cordura.
La locura ficcional
Paco había concebido y emprendido un cambio: “Hacia el absurdo, sí, pero un cambio. En ese fantástico mundo sin nombre”. Sin embargo no logra, lastimosamente, convertirse en parte de las historias y le sobreviene el desencanto; concluye que ni los mitos ancestrales son formas fiables para luchar por la realización de nuestros sueños. Creando ficciones perdemos la razón, haciéndonos víctimas del mundo de la maravilla.
Sin embargo no se rinde. Insiste. Algún atisbo iluminado lo lleva a pensar en aquello de que existe un lugar para cada persona. De la divagación llega a la certeza: existen los lugares mágicos. Debe encontrarlos. Percibe los símbolos que le muestran la ruta de lo posible en medio de lo imposible.
Así, en el mensaje de las hojas de coca que le lee el yatiri aparece en el horizonte la Villa Imperial de Potosí. Ahí tiene un “encuentro” con Bartolomé Arzáns Orzúa y Vela, que le cuenta las historias del gran Potosí, “el auge y la caída de los linajes inventados, las inmolaciones colectivas, profetas indios que acaban con mordaza y garrote. El parto de seres con rostro de sapo, brazo de vaca…”
También hay un encuentro con Simón Bolívar, su percepción de la conquista y sus sueños de libertad.
Siempre con humor y entretenimiento, se suceden episodios que salen de la fuente de mitos, tradiciones, leyendas y costumbres ancestrales: el encuentro del toro con el cóndor, la lectura de las hojas de coca, el diálogo con los monolitos, etc. Se advierte la intención de fustigar con sarcasmo e ironía los vicios y satanismos de una serie de rituales antiguos que se han recuperado y han sido puestos en vigencia para efectivizar intereses creados.
Local y universal
Lo que a simple vista puede parecer de color local, no lo es. Porque en muchas de las situaciones descritas se advierte un rostro de universalidad. Lo que sucede aquí puede suceder acullá. Signos actuales del mundo: segregación racial, lucha de clases, mercantilismo operante y opresor, migración y un largo etcétera. Tiempos y espacios, personajes y situaciones no son constantes ni se suceden en una linealidad narrativa; se intercambian y entrecruzan, se confunden y se mezclan.
Con una fantasía exuberante, se hacen descripciones detalladas y minuciosas de lo conocido superlativamente como producto de la convivencia de lo cotidiano boliviano.
El lenguaje es fresco, dinámico, enriquecido con términos tomados de diversos contextos, especialmente bolivianismos (quechuañol). Estos vocablos presuponen un acopio lingüístico exprofeso que tienen una función altamente significativa.
De un autor con una cultura universal admirable, estudioso y conocedor de la historia de Bolivia y su acervo cultural. Con temas complejos, abordados con simplicidad, con lenguaje, estilo y forma únicos, Los dos sombreros del gallego es una novela hecha para pensar y disfrutar.
Fuente: Ideas