Los 47 golpes
Por: Alba Balderrama
Cargarse un peso encima y avanzar. Empezar con preguntas. Mirar la historia del cine para encontrar lo que oculta, no tanto lo que revela. Éste pareciera ser el método de dos autores que escriben sobre el cine boliviano utilizando la palabra y la vehemencia de su pensamiento como arma de revolución y compromiso. Lo hicieron primero en El Cine de la Nación Clandestina. Aproximación a la producción cinematográfica boliviana de los últimos 25 años (1983 – 2008) y ahora en Una Cuestión de Fe estos autores, Santiago Espinoza y Andrés Laguna, críticos de cine, re conducen, con su escritura, la idea errónea de que los jóvenes de hoy no están con el proceso de cambio, no están “haciendo la revolución como históricamente ha sucedido siempre”.
Sin embargo, el estar o hacer el cambio hoy, viene desde otros ámbitos, la revolución se está haciendo desde las letras, desde el cine, desde la palabra y la imagen, desde las redes virtuales, desde el cuerpo – ahí está Camila y todos los estudiantes de Chile-. Trincheras todas donde se mezclan la reflexión y el combate.
En una sala de cine, somos menos de 5 personas. Vemos a Antoine Doinel, el infante pillo y rebelde de la película “Los 400 golpes” de Francoise Truffaut. Su profesor lo ha castigado y enviado a una esquina de cara a la pared, molesto escribe en el muro: “aquí el pobre Antoine Doinel fue injustamente castigado por Sourpuss por una pinup que cayó del cielo, esto será un ojo por ojo y diente por diente”.
Hace un año, Santiago Espinoza y Andrés Laguna, escribieron el libro El cine de la nación clandestina, se pusieron encima sus cabezas la enorme máscara del Jacha Tata Danzanti, personaje principal e icónico de la película “La Nación Clandestina” de Jorge Sanjinés, la misma que inspiró el título de su libro. Con el peso de esa máscara, de ojos desorbitados y melancólicos, coronada por dos orejas gigantes colmadas de espejitos, retomaron el camino tortuoso, incierto y desigual del cine boliviano estrenado entre 1980 al 2010. Como en la película, miran al pasado del cine, recorren su historia y la revelan, para encontrar, o por lo menos dilucidar, la identidad del cine de la nación clandestina.
Ya no hay retorno escogida su trinchera, el cine, y su arma, la escritura, ya no pueden escapar al abrazo del cine boliviano.
Así danzando al ritmo hipnótico y cadencioso de la música de los pinkillos y wankaras que tocan los acompañantes del Jacha Tata Danzanti, Espinoza y Laguna llegaron a este año 2011 con otro libro y otro tipo de carga-compromiso encima. Ahora los dos se suben a la Ramona, la camioneta personaje principal de la película “Cuestión de Fe” de Marcos Loayza, y emprenden viaje a través de las tres últimas décadas del cine boliviano llevando a cuestas una pesada Virgen de yeso de tamaño natural, frágil, milagrosa y llorona, eso sí.
Su libro, haciendo honor a este nuevo viaje y nueva carga, se titula Una cuestión de Fé. Historia (y) crítica del cine boliviano de los últimos 30 años (1980 – 2010). En este libro ellos dos ya no miran el pasado del cine sino que, en una combinación de práctica de periodismo y de compromiso estético, arman una obra de ejercicio crítico del cine boliviano de los últimos treinta años. Reinterpretando, registrando y acompañando, película a película, un cine que ha sufrido muchas transformaciones y que en este último periodo vivió algunas de las más radicales.
Con ellos dos, acompañamos este proceso de cambios del cine y del país instalados en una sala de cine oscura, mirando de frente al presente de nuestra cinematografía.
En la pantalla, Doinel deambula por las calles con su inseparable compañero, René. Los dos amigos escapan a cualquier reprimenda, a cualquier sistema. Con ellos dos, el cine finalmente salió a la calle. Quieren respirar aire puro y sentir el pálpito de la ciudad.
Con una cámara liviana, a través de estos amigos, el cine invadió la calle desnuda y sin maquillaje, escapando a las convenciones y a las reglas.
El acto de estos dos autores, de estos dos amigos, en el libro, el de ponerse un peso encima al momento de abordar sus obras no es algo superficial, mucho menos un gesto neurótico, es un acto que revela el compromiso que los autores asumen con el cine boliviano pues intuyen que en él están las claves para conocernos y definirnos como bolivianos. “Lo boliviano del cine boliviano, así como lo boliviano en sí, parece ser lo que suele ocultarse, lo que a veces se devela y deslumbra, pero que siempre permanece como una huella profunda, como un espectro intenso”, afirman en sus consideraciones finales.
Así el libro oculta tras su cuidada edición la pluma salvaje, crítica y honesta de sus autores que nos develarán poco a poco el camino recorrido por los realizadores bolivianos, desde el retorno a la democracia en 1982 que les devolvió sus libertades políticas y de expresión, hasta los dos miles con el uso y abuso de las libertades tecnológicas que les dio el digital y el abaratamiento de las nuevas tecnologías y de producción.
Con una portada de lujo realizada a mano por un cineasta de oficio como es Jesús Pérez y donde reconocemos al Tata Danzanti, la Ramona, el camión de “Mi Socio” o la llamita blanca, el libro nos abre con gran gusto y elegancia al mundo del cine boliviano que es, para muchos, desconocido, una incógnita, una inmensa pregunta. Y son preguntas las que abren el libro. ¿Qué puede pasarle al mundo en treinta años?, ¿Qué puede pasarle a un país en treinta años?, ¿Y qué puede pasarle al cine de un país en treinta años?. Y como si fueran pocas, el libro se parte en tres nuevas preguntas: “Los años ochenta: ¿Década perdida?, “Los años noventa: ¿El fin de la historia? y “Los dos miles: apocalípticos e integrados”, gran pregunta en algún sentido. Cada capítulo del libro una pregunta, una década y una revelación escrita de la experiencia personal y crítica de dos amantes del cine.
Nada más seductor que un libro que abre con preguntas porque se convierte casi inmediatamente en la promesa de un descubrimiento, la promesa de una respuesta, si es que la hay. ¿No es acaso la forma más interesante y libre de conocer algo, hacerse preguntas, dudar de que uno conoce las cosas?.
Las respuestas posibles a estas preguntas que develan de algún modo el contexto histórico, económico y cultural en que se realizó cine en nuestro país son los textos que hacen el cuerpo del libro. 47 críticas de 47 películas que dan fe de que el cine boliviano sigue cuestionándose, sigue cometiendo errores, sigue alejándose de los grandes temas, pero también sigue creyendo en su poder y en su espíritu de libertad.
Doinel es empujado finalmente a escapar del internado, de la casa. Las autoridades lo persiguen lo golpean… como sus padres… como sus maestros. Intentan que se adapte.
La pantalla se ilumina con la imagen de un océano, y Doinel corre más lejos, huye hacia el mar, profundo, infinito. Cuando ya no hay dónde más correr, mira a la cámara, nos pregunta, nos golpea en uno de los travellings más célebres de la historia del cine.
Son 47 golpes. Golpes al espectador del cine boliviano, a los realizadores, incluso a los mismos autores de este libro, que nos recuerdan que el cine boliviano ya no es un infante, y que como todos los niños, ha aprendido las lecciones de la vida de la manera más dura. Son 47 golpes, ¿o son 400?, que nos llevaran inevitablemente a la madurez. Transito necesario para que el propio boliviano se dé cuenta de que las películas no las hacen solo los directores o productores sino todos: el público, los dueños de las salas, los sindicatos de trabajadores de la imagen, los historiadores, los políticos, los críticos y que es responsabilidad de todos que las películas encuentren su camino de exhibición, de visualización, de existencia misma.
En este camino, el libro Una cuestión de Fe y sus autores asumen el peso de esa responsabilidad y ese compromiso y lo asumen al son y la cadencia de un ritmo boliviano que es el latir de todo un país.
Doinel ya no escapa más, ha crecido, se queda en la pantalla, camina hacia nosotros y nos mira de frente para siempre.
Fuente: Editorial Nuevo Milenio