La prostituta en la literatura latinoamericana
Por: Camila Urioste
¿Por qué la prostituta? ¿Por qué aparece y reaparece con diferentes grados de protagonismo en la literatura de Latinoamérica y el mundo? En Internet hay publicados al menos 5 ensayos o artículos en castellano acerca de la figura de la prostituta en la literatura. Esta cifra puede no parecer grande y sin embargo lo es si consideramos que no hay ni dos artículos que traten la relevancia de otros personajes femeninos en la literatura. No hay un ensayo acerca de “La Madre y su tratamiento literario.” Ni un solo autor se ocupa de analizar “El personaje de La Esposa en la novela”. En su articulo “La metáfora mas vieja del mundo”, publicado en el diario argentino Pagina 12, Liliana Viola escribe: “En pocos sitios pueden hallarse tantas putas juntas como en una biblioteca.”
¿Por qué la prostituta? Si se mira desde el punto de vista de género, esta pregunta esconde muchas otras. ¿En qué grado es la literatura un espacio de condescendencia con la institución de la prostitución y, por ende, con la explotación de la mujer? ¿Se puede entender mejor la relación entre prostitutas y prostituyentes desde la literatura? ¿Deberíamos ser críticos frente a este fenómeno?
Los autores latinoamericanos que han tratado a este personaje en sus obras son muchos: Vargas Llosa en sus novelas La casa verde y Pantaleón y las visitadoras, José María Arguedas en Zorro de arriba y Zorro de abajo, el boliviano Juan de Recacochea en American Visa, García Márquez incontables veces, pero más recientemente en Recuerdo de mis putas tristes, Onetti en Juntacadáveres, Xavier Velasco en Diablo Guardián (Premio Alfaguara 2004). Creo que el último ha sido Fernando Ampuero con la novela “Puta Linda” (Planeta. Lima 2006).
El tratamiento del personaje en las obras citadas es diverso, y sin embargo todas comparten algunas características generales. Primero, el tono de las obras es invariablemente de descripción y no de denuncia de la triste situación de la mujer “de vida alegre”. En un mundo en el que ya no es políticamente correcto hacer apología de la explotación de los indios o los negros, es aún permitido en la literatura hacer apología de la explotación sexual de la mujer.
En segundo lugar, la caracterización del personaje de la prostituta es generalmente idealista; ella es en realidad una mujer “libre” que no siente ni vergüenza ni autocompasión por lo que hace y se le hace. La puta es orgullosa. “Yo no me vendo. Me alquilo”, como dice Ana en El lado oscuro del corazón, película argentina que recoge todos los clichés literarios respecto a la relación entre prostitutas y escritores habidos y por haber. O Blanca, en American Visa: “No empieces a malgastar tu plata. Cuando un hombre me gusta soy gratuita.” En esta obra, la idealización del personaje es paradójica: Blanca es a la vez inocente y seductora, capaz de dormir como una niña tras una noche de “entretener” a sesenta hombres, a veinte pesos por nuca. Esta forma aparentemente dignificante de retratar a la prostituta esconde una función más oscura: permite al protagonista masculino (para nuestros fines el prostituyente) llevar a cabo la “transacción” liberado de cualquier sentimiento molesto, como la culpa o el remordimiento.
Esa es otra característica de estas novelas: la condescendencia con el prostituyente, ya sea este un personaje literario o el mismo autor de la novela. En su libro “Ninguna mujer nace para puta” (Lavaca, 2007), Maria Galindo concluye que es difícil encontrar un espacio masculino desde el cual entender la prostitución sin que éste sea de complicidad con el prostituyente. Ni el Estado, ni la Iglesia, ni la familia son una excepción.
Hace algunos años, en una entrevista por televisión, se le preguntó a un conocido escritor boliviano cuál había sido el mejor regalo de su vida. Respondió: “Cuando tenía quince años mi padre me regaló dos peladas.” Lo dijo con una sonrisa, mezcla de orgullo y saudage. Ni un ápice de vergüenza. Y es que si la prostitución es el oficio más viejo del mundo, lo es gracias a la complicidad de la sociedad entera con los clientes de la prostitución.
¿Por qué no puede la literatura ser una excepción? Talvez porque no se podría escribir (o vender) una novela acerca de una puta si en ella se retratara el rostro verdadero de la mayoría de estas mujeres (que llegan a cuatro millones en todo el mundo, según datos de la ONU). Si García Márquez y quienes escriben sobre putas regordetas y vivaces como peluqueras de barrio se vieran obligados a retratar la soledad, la exclusión social y política, la vulnerabilidad frente a todas las formas de violencia masculina que viven las “jineteras”, otro sería el rostro de la literatura latinoamericana.
Entonces…¿por qué la prostituta?
“Por la democratización del sexo”, respondería el protagonista de American Visa. Porque la institución de la prostitución permite que, por 20 pesos, un hombre de extracción humilde y origen aymará pueda ligarse a una camba de metro ochenta, castaña y de ojos verdes. Y eso es democracia.
“Por necesidad biológica”, respondería el Pantaleón de Vargas Llosa. Porque un hombre sano y maduro requiere de al menos dos polvos por semana de mínimo 15 minutos de duración, y el no conseguirlos suele ser causa de malestar físico, psicológico, bajo rendimiento laboral y manifestaciones de violencia intra y extra-familiar.
“Para sentirme vivo”, sería el balbuceo del anciano de Recuerdo de mis putas tristes, quien despierta una mañana decidido a “estrenar” a una niña de catorce años quien ofrece su virginidad a cambio de tres pesos porque es pobre y huérfana tiene que alimentar a sus hermanitos. “Porque no todos los días se cumplen noventa años.”
Podríamos concluir: “Ahhh. Por eso la prostituta.” Sin embargo se intuye la existencia de algo más profundo, una razón más fuerte para la devoción de los autores (y lectores) latinoamericanos por la figura de la puta. Esta razón tiene que ver con la existencia misma de la prostitucion: la debilidad masculina. Porque, ¿qué es la prostitucion sino la institucionalización de todas las formas de la debilidad del hombre? El miedo a la impotencia, la inseguridad, la supremacía de los instintos, la violencia, la explotación del más débil y la carencia de afecto tienen muchas veces como respuesta a la prostitución. La puta es generosa con el sexo, y el sexo es sinónimo de refugio, compañía, comprensión. El hombre no tiene que hacer un gran esfuerzo para conquistar a la prostituta. No hay que ser caballero, ni buen mozo, ni tener éxito ni prestigio, ni estar bien dotado. Ni siquiera se necesita tener mucho dinero. Al contrario de las señoritas, las putas no dicen que no. Por último, la prostitución es la forma más evidente de sometimiento de la mujer en una sociedad patriarcal.
Liliana Viola escribe: “No es cuestión de escandalizarse por que esta sociedad permita la compra del sexo, ni porque la misma práctica que deshonra a la que vende prestigie al que compra.” Sin embargo es necesario ver la prostitución como lo que es: una institución que denigra a todas las mujeres, las que se prostituyen y las que no. Esto, según María Galindo, porque el denominativo de “puta” puede caer sobre cualquiera de nosotras en cualquier momento, ya sea por la forma de vestir o de vivir la sexualidad, la forma de hablar u opinar. Puta fue el denominativo que se usó para intentar destruir a muchas de las grandes mujeres de la historia. Se lo usó, por ejemplo, contra Manuela Sáenz, George Sand y Maria Magdalena. Tampoco es cuestión de satanizar a las novelas, ni a los autores. Pero sí tener una mirada crítica frente a la idealización estética de la forma más antigua de explotación humana.
Fuente: http://www.palabrasmas.org/nius/index.php?page=32&idn=311