Literatura, herramienta de supervivencia
Por: Naira de la Zerda
La literatura motiva a las personas a reflexionar sobre lo que las toca. Y uno de los primeros riesgos que tomó la poeta y docente Mónica Velásquez —al proponerse dar un curso de Teoría Literaria en el Espacio Simón I. Patiño — fue dejar de lado el prejuicio de que la gente no quiere pensar. En su lugar, se planteó la posibilidad de que muchos sí quieren, buscan compartir sus ideas y no saben cómo o dónde.
“La literatura tiene esa potencia enorme para hacer que la gente piense sobre lo que le afecta. Es un gran catalizador porque interpone distancia —no es una sesión de psicología— y dificultad, lo que nos obliga a salir de nuestra zona de confort para explicarnos lo que nos pasa”. Que el taller esté por inaugurar su séptimo semestre de actividades es otra muestra del impacto que logró en tres años.
Todo comenzó con una crisis profesional en la carrera de la escritora que la orilló a repensar cuál es el aporte en concreto que tiene estudiar literatura en Bolivia.
“Es una carrera pequeña que, si bien tiene calidad académica, parece no llegar a la sociedad. Y la idea fue ver una manera para que un público más extenso pudiera acceder a este poder para pensar que tiene la literatura”.
Personas de diferentes ámbitos, edades e intereses respondieron a la convocatoria. Y 12 de ellos hicieron de las reuniones semanales una cita constante. En los cursos se hace énfasis en que novelas, poemas o cuentos no solo permiten reflexionar sobre emociones, sino sobre hechos, como manifestaciones subjetivas y verdaderas de la realidad.
Con algo de sorpresa, la docente encontró que sus estudiantes estaban felices de ser parte de un espacio en el que se les exigiera rigor. Durante los tres primeros semestres ella propuso la temática central, luego los alumnos comenzaron a sugerir contenido. El género fue uno de los que más gente congregó, con propuestas literarias que muestran otro tipo de maternidades, por ejemplo.
Uno de los retos más importantes que implicó salir de las aulas universitarias de la UMSA fue aprender a dar clases desde otro tono. La investigadora se encontró con un público muy diverso que no le debía atención, como puede pasar con estudiantes que necesitan aprobar una materia. Su lenguaje se transformó y terminó por alimentarla.
“Al ser un curso más abierto, los tecnicismos, el lenguaje de iniciado, no tiene lugar. Así, la dinámica se hizo mucho más horizontal de lo que puede ser en un aula de clases. Cuando discutimos, el argumento no es lo único que importa, podemos hacerlo con amabilidad, con preocupación genuina por la otra persona”.
Al plantear como tema la relación de la literatura con la filosofía, llegó otro desafío; Velásquez reconoció que necesitaría ayuda. Ella y Fernando van de Wyngard —pareja y poeta, como ella, especializado en Filosofía del Arte— dieron clases juntos durante un semestre, esquema que se repetirá en esta versión por pedido de los estudiantes antiguos.
La conexión de los creadores dando clases funcionó como ejercicio de tolerancia. Los desacuerdos eran parte de la dinámica, lo cual no hizo más que enriquecer los debates y las interpretaciones del grupo de lectores.
“En algún momento, alguien cuestionó que Fernando fuera quien colaborara con las clases por ser mi compañero. Hay muchos prejuicios sobre este tipo de contribuciones, cuando lo que debería primar, más que la atención sobre nuestra relación, es que somos poetas e investigadores”.
La verdadera prueba de fuego del taller llegó en noviembre y diciembre del año pasado, cuando se desataron conflictos sociales y políticos en el país. Suspendieron clases y se reunieron la tercera semana en casa de los escritores.
Allí se consolidó la comunidad que había estado formándose. La práctica de la tolerancia dio sus frutos y pudieron hablar, escuchar y discutir sin enemistad.
“La literatura hace menos angustiante habitar espacios de ambigüedad y contradicción, donde la verdad no tiene una fuente única, sino que está tejida por interpretaciones. La necesidad de pensar lo que sucedía era obvia. Vimos ejemplos y buscamos herramientas en la literatura y la filosofía. Leímos sobre la otredad y sobre cómo la violencia pasa por el cuerpo. Fueron sesiones muy conmovedoras, con gente con posiciones muy diferentes. Creamos un reconfortante microlugar para cuidarnos y poder mirarnos, sin juicios por expresar lo que pensamos”.
Fuente: Tendencias