Liliana Colanzi. Nuestro mundo muerto y apuntes para un perfil
Por: Martín Zelaya Sánchez
“Tengo familiares que aseguran poder comunicarse con seres de otros mundos. Uno de ellos cuenta que lo abdujeron los extraterrestres en su infancia cuando paseaba al lado del río, otro ha visto naves espaciales descender en la selva amazónica”.
Así empezó Liliana Colanzi, hace ya varios meses, a responder un cuestionario orientado a conocerla como escritora, a indagar sobre sus motivaciones y búsquedas.
“Yo nunca he tenido contacto con platos voladores -continuó-, pero concibo la escritura como un portal hacia lo desconocido. Cuando una escribe convoca ciertas energías, y eso que está en el aire por lo general acude a tu llamado. Así que hay que tener coraje para recibir aquello que se conjura. Hay que ser paciente, porque descubrir su verdadera forma puede tomar meses o años”.
Muertos que vuelven o que nunca se fueron, videntes que se contactan con extraterrestres, sobrenaturales y ubicuas “presencias”, terroríficos caníbales sueltos. Los cuentos de Nuestro mundo muerto, su nuevo libro de cuentos que acaba de aparecer con El Cuervo, son -a tono con lo que decía entonces- un festejo de lo irreal en la realidad. (Esta es ya una entrevista actual):
– ¿Por qué tantos de tus relatos tienen presencia de fenómenos sobrenaturales? ¿Algo te lleva, te llama a escribir con estos temas… o es algo que simplemente se da?
Lo sobrenatural nos interroga acerca de la muerte, que es hacia donde nos dirigimos, y pone de manifiesto lo poco que sabemos acerca de las cuestiones fundamentales de nuestro paso por la Tierra: de dónde venimos y por qué estamos acá, qué pasa cuando morimos y cuál es la naturaleza de lo divino y de lo maligno. Me interesa también la figura del fantasma como una señal de aquello que no ha sido resuelto y que vuelve a perseguirnos y a inquietarnos.
– Por otro lado, veo un “trasfondo social”: damas de la alta sociedad cruceña, sagas de familias ricas y de terratenientes, indígenas explotados. Detecto que hay ciertas historias que quieres enunciar (¿denunciar?) adrede…
Más que una denuncia, es una respuesta al relato del mestizaje feliz que existe en Santa Cruz, a ese mito del indígena seducido por la música barroca y la bondad católica de los misioneros españoles, y que es una manera conveniente de blanquear una historia de abuso y explotación.
Muchas antiguas (y no tan antiguas) fortunas cruceñas provienen de la apropiación de tierras y del trabajo esclavo de indígenas y campesinos, lo cual no es novedoso ni aquí ni en el resto de Latinoamérica; lo particular del caso cruceño es que se utiliza la utopía de las misiones jesuíticas para no hablar de la parte sucia de nuestro modelo de progreso. En todo caso estos no son los temas de mis cuentos, pero sí su marco, el telón de fondo.
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La narradora cruceña tiene 35 años pero aparenta varios menos. Menuda, de rasgos finos y definidos, de mirada pícara y contundente y de hablar pausado, tímido pero solvente y provocador.
No me precio de ser su amigo cercano (aún), pero sí, quizás, algo más que un conocido con quien se cruzó en al menos media docena de eventos literarios en Santa Cruz, Cochabamba y La Paz. Me reconoce no solo por ser quien de cuando en cuando le inoportuna con preguntas y solicitudes de artículos (es el karma que tenemos los periodistas culturales con los escritores), y es desde esta circunstancia que emprendo este intento de acercamiento a Liliana Colanzi (que no perfil, ni mucho menos) y a su obra narrativa (que no una crítica literaria, ni mucho menos). Todo a propósito de su visita a la FIL La Paz en la que presentó su nuevo libro, y también a partir de un collage de opiniones y reflexiones que la propia escritora compartió en diferentes entrevistas -casi todas online- que me concedió en los últimos años, y de un brevísimo cuestionario que me respondió hace pocos días.
“Algunas personas dicen escribir cuentos en los descansos entre una novela y otra, o a manera de ‘soltar la mano’. A mí no me sucede. Cada uno de los cuentos de La ola (Montacerdos, 2014) me tomó varios meses de asimilar experiencias difíciles”.
Y sí, al leer y asimilar este libro -tras Vacaciones permanentes (El Cuervo, 2010)- se percibe de inmediato la intensidad en forma y fondo. Es decir, un trabajo duro y riguroso con el lenguaje, los planos narrativos y la construcción de tramas y personajes, que no puede salir de la noche a la mañana, por un lado; y, por otro, una impronta de misticismo, un original toque personal en los temas, en las historias seleccionadas, que navegan entre lo real y lo sobrenatural: muertos entre vivos, poderes extrasensoriales, seres de otros mundos, destinos predeterminados. Esta es también la atmósfera de Nuestro mundo muerto, que acaba de presentar El Cuervo, y que tiene cuatro relatos de La Ola y cuatro nuevos.
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– Tienes tres libros publicados, (¿que en realidad son dos y medio…no?) pero que muy bien podrían ser una sola colección con unidad y coherencia.
En realidad tengo dos volúmenes de cuentos (Vacaciones permanentes y Nuestro mundo muerto) y una antología, La Ola, que tiene una selección de cuentos de ambos libros, pero que salió dos años antes de Nuestro mundo muerto y por eso causa un poco de confusión.
Creo que los mundos de ambos libros son diferentes: Vacaciones permanentes es más tradicional, urbano y tiene un aire generacional (aunque no sé muy bien qué quiero decir con esto último), mientras que Nuestro mundo muerto se acerca más a la literatura de género y a algunos experimentos con las formas, y tiene búsquedas diferentes.
– ¿Hallaste tu voz literaria definitiva, más allá de que seguramente las cosas que quieras contar cambien con el paso del tiempo?
En todo caso, mi desafío es volver a dinamitar lo que he hecho hasta ahora para poder seguir explorando y haciendo cosas distintas.
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Si esencialmente somos la suma de nuestras experiencias, ya sabemos de qué vertientes bebió la autora en su infancia y que caminos sigue en la actualidad.
“Algo que no he contado antes es que rezo antes de escribir… rezo para olvidarme de mí, para poder sintonizar, aunque sea por un segundo, la música de las altas esferas”, comentaba en alguna de las viejas entrevistas.
Fue una vez publicado su primer libro que Colanzi se dio a conocer al grueso de los lectores como una más que prometedora escritora boliviana, latinoamericana, pero ya antes, sus inéditos tuvieron una amplia circulación entre escritores y editores. Con el “segundo” confirmó con creces las expectativas, y es por eso que se entiende la enorme atención que rodea la aparición de este “tercero”.
El éxito es claro y no hizo más que consolidarse en los últimos cinco años en los que, a la par de cursar su doctorado en literatura comparada en la Universidad de Cornell (EEUU), fue invitada a innumerables foros, encuentros, ferias y coloquios en América Latina y Europa, y, finalmente, recibió un importantísimo y augurador reconocimiento: el Premio Aura Estrada de Literatura, que le otorgaron en México en reconocimiento y estímulo a su aún breve pero fulgurante obra, en general y, en específico, a dos cuentos que ahora componen su nuevo libro: Chaco y Caníbal.
¿Qué tiene la obra de Liliana para merecer y cumplir tanta expectativa? Sebastián Antezana, otro de los destacados narradores bolivianos de su generación, sostuvo: “Colanzi es, por ahora, ante todo una escritora de cuentos. Así, es creadora de historias y personajes sólidos y bien tratados, nacidos de una compleja tradición estética, literaria y visual, en la que el papel de las imágenes es tan importante como el de cierta musicalidad que se traduce en momentos de intensa pasión por el lenguaje y crea una lógica interna que quizás no vale tanto por su situación física -la descripción de lugares- como por su naturaleza emocional, su cercanía a una cadencia que es en realidad un estado de ánimo generalizado”.
Un escritor es lo que lee. Sí, es un lugar común, lo sé, pero no por ello menos cierto. No debería ser necesario repetir los autores de cabecera de Liliana, pero lo haremos: en cada entrevista que da los enumera, nombres más, nombres menos: “Mis influencias de siempre son Fogwill, Casas, Saenz y Bolaño”; También viene bien repasar una reflexión suya sobre el libro y la lectura: “Como buen dinosaurio del siglo pasado, aprendí a leer en el libro tradicional y esa circunstancia marcó mi experiencia de lectura. Pero no tengo ninguna nostalgia por la época anterior a internet en la que los libros viajaban de manera lentísima o simplemente no viajaban (…) Cuando era chica era muy prolija con mis libros; ahora no tengo ningún problema con marcarlos, subrayarlos, escribir cosas en los márgenes. Entro a los libros como ladrona, buscando qué saquear”.
Finalmente, si de conocer un poco a Liliana escritora se trata, es fundamental intentar aproximarse antes a Liliana persona, boliviana, treintañera en los actuales contextos y coyunturas en que se desenvuelve… en este caso, como una literata migrante en EEUU. Esto fue lo que comentaba el año pasado cuando participó en una mesa de literatura y migración, también en el marco de la FIL La Paz:
“No tuve conciencia plena de lo que significaba ser boliviana o latinoamericana hasta que dejé el país. Vivir fuera de Bolivia me ayudó a volcar la mirada sobre actitudes y creencias que estaban en el aire mientras yo crecía y que nadie cuestionaba (el racismo, el clasismo, el machismo) y mirarlas con extrañeza, pero también con gran curiosidad”.
“En cierta forma, Vacaciones permanentes es un ajuste de cuentas con esa Bolivia en la que me crié y de la que me alejé en más de un sentido, y no es casual que solo haya podido escribir esos cuentos desde la distancia, y en un estado de oscilación constante entre el odio y el amor”.
“En los últimos años me he visto regresando seguido a Bolivia, no solo físicamente sino a través de la ficción, tal vez intentando entender de dónde vengo. Por el lado paterno soy descendiente de inmigrantes campesinos italianos, por el lado materno provengo de una familia beniana numerosa. Ahí, de fondo, estaba latiendo siempre lo rural: la voluntad de dejar el campo y la pobreza pero también la conciencia (y la amenaza) de llevarlos siempre a cuestas. Me interesa volver a esa tensión y ver qué es lo que se esconde ahí, llegar hasta aquello que reprimimos y dejar que hable”.
Si de terminar de trazar este esbozo de perfil se trata, ahí están muchas claves: la fuerte presencia de lo familiar, de lo rural, y del ida y vuelta de los escenarios y temas bolivianos, se explica claramente en su historia personal, sus intereses y opciones y su devenir de ya casi una década fuera de Bolivia.
Liliana Colanzi avanza, sorprende y gusta cada vez más (no hay que perderse Caníbal ni Chaco del nuevo libro) tras dos libros -o dos y medio-… recién. Adelanta que a fin de año retomará su primera novela, así que todo es cuestión de tiempo.
Fuente: Letras Siete