Lejos, en el país de la libertad
Por: Erika J. Rivera
Sin distinciones de clase, lejos, en el país de la libertad son palabras reiteradas en la novela satírica de Diego Loayza y Mario Murillo titulada “La isla trasnochada” (La Paz, Plural Editores 2016), que despierta un claro interés sociológico.
Los autores usan innecesariamente el pseudónimo de Belisario Flores. Considero que este texto literario es un vehículo para comunicar ideas sociales y políticas. Se entrecruzan varios personajes y temáticas en un determinado espacio articulados por un horizonte en común: una nueva vida muy lejos, fuera de nuestra realidad convulsionada. En el desarrollo de los 12 capítulos de esta sátira se expresará todo lo contrario a la idea de una comunidad con un objetivo en común. Asimismo el texto describe las miradas de unos y otros individuos, que conforman al final una estratificación social basada en los mismos acomplejamientos de siempre que encontramos en la sociedad boliviana. Esta novela nos muestra la mirada de lo que piensan y de lo que sienten ciertos sectores sociales que se consideran a sí mismos como privilegiados y cómo observan y tratan a los otros, es decir a los no privilegiados, como distintos e indignos de pertenecer a su grupo social. Pero como no todos pertenecemos al sector social que la novela nos pinta, considero que hubiera sido interesante realizar un glosario para comprender dinámicamente expresiones de fondo que tienen que ver con el sentido de lo que se quiere denotar, si es que la novela fue pensada para un público en general y no así para un grupo selecto.
A riesgo de equivocarme, considero que el eje central de la novela se encuentra de la página 113 a la 116, articulado con la consigna: Baja productividad. Este problema nos anticipa la pregunta por el desenlace. Después de cinco capítulos de presentación de los personajes, sus gustos, sus antecedentes laborales y sociales bajo su aislamiento voluntario en aras de un destino mejor, despilfarran sus recursos en sus fiestas bacanales esperando la llegada del famoso convoy que los llevará a un mejor destino. La problemática nos muestra que cuando se trata de asumir responsabilidades no existe ninguna comunidad exitosa, porque nadie quiere ensuciarse las manos. He ahí a los escogidos, los finos, los privilegiados, que son reflejados como parásitos, inútiles y sucios que en su elocuencia creen que sólo están hechos para faenas administrativas, logísticas y ejecutivas mientras se hunden en la mugre y la basura. Es el despliegue de la total decadencia porque llegan a convivir hasta con las ratas. Estrato social parasitario que solamente genera basura a través de un consumo masivo y superfluo y al no querer ensuciarse las manos, porque se consideran superiores, terminan conviviendo entre la suciedad. Un hábitat que logra provocarla repulsión del lector y todo debido a un estrato social que bajo el supuesto de ser los privilegiados y los distintos en este país, es incapaz de ensuciarse las manos en aras de la limpieza, jactándose de la servidumbre a su disposición.
Podemos percibir el encubrimiento de su inutilidad recordando la “Dialéctica del amo y del esclavo” de G.W.F. Hegel. Pero como en todo problema existe la búsqueda de una solución, los personajes que se consideran a sí mismos como los superiores, deciden representar a las fuerzas conservadoras e insisten en estratificar esta comunidad y retroceder a una sociedad de tradicional clases, consolidando, sin embargo, su liderazgo. Y así surgirá nuevamente lo que en la historia hemos conocido como el apartheid, el gueto, los siervos de la gleba y por qué no pensar en el esclavo, el pongo, el mitayo, el yanacona y un gran etcétera. De este modo los que han osado igualarse a la élite son los que tienen que pagar con mano de obra la baja productividad de quienes son privilegiados.
Finalmente, como ya lo dije, ésta es una novela sociológica que trata acerca de la estratificación social del presente siglo XXI. Muestra los prejuicios sociales de un sector adinerado, personajes acomplejados que tratan de probarse a sí mismos que son exclusivos. Los autores nos presentan una obra articulada para la comprensión de ciertos sectores como reflejo de lo boliviano, que aunque no nos guste, existen y tenemos que convivir con ellos. La gran habilidad de representación de los personajes nos permite comprender este texto literario pese a que seamos ajenos a ese entorno social.
“La isla trasnochada” es un buen aporte para reflexionar sobre los complejos y traumas bolivianos visibilizando la posible superación de patologías. Esta construcción crítica entre realidad y ficción es rescatable para la toma de consciencia y para ponerse a uno mismo en cuestionamiento. Antes de criticar y exigir al boliviano en abstracto expresando que este país y su gente no sirven para nada, esta novela nos enseña que primero debemos aprender a exigirnos a nosotros mismos. Entonces empecemos a preguntarnos: ¿Qué puedo hacer por este país?, ¿qué puedo hacer por los demás?, ¿cómo puedo aportar?, ¿cómo puedo mejorar?, ¿cómo puedo ser mejor cada día? En una palabra: lograr que este espacio geográfico sirva para vivir sin aniquilarnos es tarea nuestra, de todos los días y de cada uno de nosotros desde el contexto en el que nos encontremos.
Fuente: Lecturas