Por Jorge Saravia Chuquimia
Resulta extremadamente valioso (re)considerar la producción crítica de escritoras bolivianas del siglo XX, dentro de nuestra tradición literaria, por darle un nuevo sentido al acto de pensar literatura. Esta iniciativa sirve para visibilizar nuevamente a María Virginia Estenssoro (1902-1970), con un texto disperso con estas particularidades, y, demostrar su participación en este género. La muestra es un comentario sobre el libro de otra escritora boliviana, pero, además, será pretexto para reflexionar sobre su quehacer con la escritura. En este empeño canalizaré mi propuesta usando como alegoría el “Prologo”, de Éric Marty (París, 1955), inmerso en el libro Roland Barthes, el oficio de escribir (2007), pues, de esta mediación indico que la escritura nace de otra escritura.
Parto señalando que el comentario de dos páginas “Tradiciones y Leyendas…”, de Estenssoro es parte del apartado “Valiosas opiniones”, de la segunda edición del libro Tradiciones y Leyendas del folklore boliviano (1946), de Mercedes Anaya de Urquidi (1886-1970). Lo que sin duda se distingue formalmente de este adjunto es la fecha que se consigna al pie de la hoja (pp. 202), “La Paz, 23 de septiembre de 1936”, dato simbólico, porque implica que fue redactado para la primera edición. Resalto que otro aporte de opinión femenina que suma crédito al libro, es el de Gabriela Mistral (1889-1957).
Con todo lo dicho, el documento se caracteriza por estar dividido en tres partes. Al principio, Estenssoro nos describe como llega a sus manos y de qué consiste la obra, en seguida, rinde cuenta de su lectura exponiendo el valor cultural y de investigación que logró Anaya y al final pone de relieve su emoción de haber leído esta obra. Esta síntesis me permite comentar que mi primera impresión es distinguir que una escritora comenta sobre la obra de otra escritora (testimonio). Este valor positivo es un nivel de reconocimiento y una relación (implícita) de mujer a mujer. Premisa que se sostiene por la mediación de la presencia de la lectura, pero, sobre todo, “la presencia de respuestas en que el papel más importante corresponde a la escritura” (Marty).
La crítica literaria de Estenssoro se manifiesta bajo el soporte del comentario literario. Esto da origen a entender que de una escritura nace otra escritura. Entonces, mi atención se fija en la fuerte expresión que da inicio a su escrito: “¡Un libro de mujer!”. La escritura sale como una verdadera descarga de artillería y da en el blanco. Acá, con certeza se privilegia la escritura, “Privilegiar la escritura es, de algún modo, la mejor manera de pensar: la escritura es la decisión, es la responsabilidad incesantemente reactivada de elegir una posición que también sea un acto, es pasar de una posición frente al mundo a un acto en el mundo”. Y con esa frase Estenssoro decide el sentido de su escritura, escribir sobre literatura femenina. Esta parte se cierra con el alegato: “Un libro de mujer ha llegado a mis manos, y la belleza, la emoción, la ternura, han llegado con él”.
En la segunda parte, se advierte una voz en modo dialógico, porque conversa invisiblemente con la autora del libro. En consecuencia, el relato da la impresión de tener el tono y el perfume femenino: “Tradiciones y Leyendas… es un manojo de flores campestres lozano, fresco, fragante. Flores que tienen a veces la ternura delicada, la forma elegantemente frágil y la blancura cándida de un lirio; y que otras, son salvajes, bravías, con los tonos de púrpura y la carnación aterciopelada de un haz de Kantutas colgado en el risco más alto de la montaña. Pero siempre flores selváticas, flores de la naturaleza, mecidas y desgajadas por los vientos, nacidas entre breñales y bañadas por el torrente o por manso arroyuelo”.
En seguida, la escritura crítica se resignifica porque pone en práctica una narrativa poética (identidad femenina) para hacer un retrato biográfico de la autora: “Mercedes Anaya es un espíritu delicado, sutil y especialmente inquieto; por eso ha sabido verter en sus leyendas, no solo la gracia incipiente e ingenuamente primitiva del cuento familiar o de la conseja hogareña florecida en los labios de las abuelas de nuestras abuelas, sino que ha puesto en ellas, un nuevo toque, una pincelada inédita y eficaz: la auténtica documentación, tomada por los propios ojos ávidos y curiosos de la autora en los lugares donde antecede el relato”. Esta reminiscencia “restituye una presencia, una voz, una existencia…” (Marty).
Como vemos, este segmento no tiene otra ambición elogiosa que la de reconocer el valor cultural y didáctico del libro para Bolivia. En la tercera parte, el diálogo revela la emoción y el afecto femenino de la comentarista al indicar que Anaya es “una mujer, valiente, inteligente, espiritualísima” y, también, desde otra óptica, parafrasea una cita bíblica para definirla “prudente como la serpiente y dulce como la paloma”. Para el final, la escritura se romantiza y confiesa el “encanto que ha inundado mi alma con su lectura, haciéndola más buena, más elevada, más pura”, de Estenssoro.
Termino mi artículo indicando que mi atención ha estado dirigido a hacer una lectura de la narrativa (de un texto crítico disperso) de María Virginia Estenssoro, porque me causa resonancia e inquietud de ver otra faceta de la autora de El occiso (1937). Aparte de, re-pensar la literatura femenina boliviana (constantemente en construcción). Por ende, se abre un espacio imaginario para observar algo de lo que leía, pensaba y escribía en vida.
Fuente: La Ramona